Julio Ramos / Pesadillas que atormentan

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Corrían el año 1969. Cada noche para Carmín, era el tormento el letargo ominoso que fluía al compás del reloj, en ocasiones creía escucharlo, cada segundo cada minuto para ella era la pesadilla, sus sonidos parecían que penetraban en su mente con puntiagudos petardos que se hundían lentamente, en ocasiones cerrar sus ojos era atemorizante ya que su mente se nublaba y caía en un interminable sueño de ilusiones irreales y pesadillas.

Carmín desde niña venía arrastrando una serie de secuelas derivadas de un hogar lacerado por la disgregación, su madre santera y su padre practicante de la poligamia, en su niñez le tocó presenciar miles de rituales satánicos que la marcaron para siempre, su padre además era un alcohólico desnaturalizado que reincidía en sus prácticas sexuales que junto a su madre ambos hundidos en su mundo de alcohol y maleas costumbres.

Ella nació entre ritos espiritistas, sacrificios de animales y adoraciones a las ánimas, todo eso la marcó para siempre.

Carmín fue una muchacha sola y nunca hablaba con nadie. Tenía pocos amigos, ya que la fama de su familia se había regado en el vecindario y era motivo de temor y de burla por parte de los demás jóvenes.

Su único compañero era un gato de color negro, siempre andaba con él, nunca lo dejaba solo, ya que siempre temía que su mascota fuese a parar al cuarto donde su madre hacía los sacrificios, y su temor no era para menos ya que una noche se despertó y al buscar su mascota llamada azabache, no la encontró.

La buscó por todas partes, pero nunca apareció. En sus adentros se resignó a que su único compañero habría terminado en la sala de sacrificio para pagar con la vida la cuenta de algún cliente de su madre.

¿Qué pasaba para que Carmín fuera recogiendo tanta maldad, y tanto desvelo? eso se preguntaban todos. La fama de familia satánica alejaba a todos y nunca tuvo enamorados, mucho menos relaciones.

Al parecer estaba destinada a vivir en la soledad y con el tormento de los muertos y espíritus que pululaban los largos y oscuros pasillos de la vieja casa donde solo se escuchaban los ecos de los pasos y las goteras que caían del techo desvencijado.

Cada noche era un tormento, ya no aguantaba y fue así que decidió irse lejos. Pensó que cualquier suerte sería mejor ante el tormento que representaba vivir bajo la tutela de su madre bruja y un padre alcohólico y desnaturalizado. Quiso huir del presente sin pensar los sufrimientos que le tenía deparado el futuro.

Era las dos de la mañana. Carmín ya había planificado todo. Un pequeño bolso seria su acompañante, y un crucifijo que una vez le regaló una maestra que ya conocía los antecedentes de la familia.

Silenciosamente salió de su cuarto. En una poltrona se encontraba su padre, había bebido hasta tarde, a su lado la botella de aguardiente y el cenicero lleno de colillas de cigarrillos.

Carmín sentía que el corazón le latía fuertemente. Parecía que se le explotaría. Temía ser descubierta y que fuese a parar en el encierro de castigo como en muchas ocasiones.

Como pudo salió el largo zaguán. Parecía interminable. Levemente se escuchaban sus pasos cada una de ellos, significaba acercarse a la libertad, pero también a un futuro incierto.

Ya estando en la calle sintió un alivio. Respiró profundo y siguió su camino por una larga vereda. Todo era lúgubre y silencioso. La oscuridad apoderada de la calle. Media hora de camino la separaba de la carretera principal.

Allí llegó a la polvorienta carretera. Apostada a un lado sintió un miedo terrible, sentía ganas de devolverse a su casa, llegando a pensar que la jaula donde era encerrada como castigo era más segura que estar en ese lugar.

Escuchó el ruido de un vehículo. Se ocultó por temor pero armada de valentía salió nuevamente para esperar el vehículo que se aproximaba lentamente. El vehículo pasó por su lado, pensó que había pasado inadvertida pero no fue así.

El conductor paró y dio retroceso, lentamente bajó el vidrio del Oldsmovile 1970 color negro.

Su conductor; un sujeto de aproximadamente 60 años, de contextura gruesa, algo tosco, la invitó a subir. Ella se le quedó mirando y tomó la decisión. La suerte ya está echada.

Él le pregunto – hacia dónde va esa niña tan hermosa– . La detallaba de arriba abajo.

Ella vestía una falda, y una franela fruncida al cuerpo, tenía apenas 11 años, pero representaba como 15,.

  • Me llamo Bartolo- , dijo.

Hizo un esfuerzo en responder: – mi nombre es Carmín-.

 – Para dónde vas hermosura. A esta hora puede ser peligroso- dijo, mientras se mordía los labios, semejando a un depredador cuando ve una presa fácil de cazar.

Carmín, presentía que algo no estaba bien, – Voy a visitar a mi tía en el siguiente poblado-.

Bartolo, un viejo experto enseguida notó que le mentía, ya se había supuesto que estaba ante la huida de una muchacha de su casa.

En carretera los seguros del vehículo se hicieron escuchar, como un mal augurio de los que sucedería.

El hombre sacó su mano del volante y la colocó en el hombro de la niña, de allí lentamente la deslizó hacia sus senos.

Carmín estaba paralizada de miedo, fría. Por su mente pasaban todos los pensamientos; sus sueños, sus pesadillas.

El sexagenario le decía con voz suave, quédate tranquila no te va a pasar nada. Los ojos de Carmín se llenaban de lágrimas que caían una a una recorriendo sus mejillas. Su destino estaba marcado.

El sujeto se desvió bruscamente y se internó en una carretera abandonada que conducía a una fábrica abandonada.

Paró bruscamente el vehículo e inició a tocar a la joven. Inocente allá, enmudecida, pensaba en que la muerte fuese su mejor destino.

Bartolo le decía que hiciera lo que él decía y fue así , que empezó a quitarle la ropa, Carmín intentó reaccionar pero no podía el vehículo está asegurado.

Los gritos no se escuchaban. Los golpes al sujeto eran caso perdido, ya que el corpulento Bartolo la dominaba. Le tapó la boca. Las patadas y la defensa que esta hacía no eran suficientes ante la fuerza bruta.

En los bruscos movimientos se abrió la guantera. Un filoso cuchillo de acero salió a relucir. Ya sin fuerzas la joven lo tomó y se lo clavó a Bartolo en una pierna, este lleno de ira tomó el arma y se lo paso a la pequeña por el cuello, hiriéndola mortalmente, acabando con su vida.

¡Maldita Perra, me rompiste la botella!

Ese fue el insulto más gratificante que Carmín había escuchado. De repente, se levantó de la cama, su corazón estaba latiendo como nunca.

Volteó hacia los lados, se tocó la garganta, estaba viva.

Saltó de la cama y al salir vio la escena cotidiana de sus padres. Ambos borrachos, sintió ganas de abrazarlos, y pensó que a pesar de vivir en esas condiciones, estar viva era la mayor bendición que Dios le había otorgado.

Julio Ramos / Director de Notiexpres24

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