***Compadre, por delante de mí, la cabeza de mi caballo y la punta de mi lanza. Julián Mellado***
Hay muchos personajes que yacen advenedizo en la consciencia colectiva o permanecen ignotos en las páginas de la historia.
En la historia venezolana han trascurridos conspicuos personajes que no solamente han mostrado su valor manu militari en los campos de batalla, sino que también han mostrado su destreza política para forjar una República libérrima de cualquier potencia extranjera.
Julián Mellado es uno de esos personajes de poca nombradía que, con su bizarría con la lanza y el derramamiento de su propia sangre, conquistó junto a otros héroes conmilitones, la libertad definitiva en el campo de Carabobo en 1821.
En el preciso momento que el futuro comandante del Escuadrón de Dragones del Ejército Patriota, Julián Mellado, se enrolase, primeramente, en las filas del Ejército Realista en 1813, acaeció un rifirrafe encarnecido que sostuvo éste con el capitán Francisco Rosete (un despiadado oficial del Ejército Realista bajo las órdenes de José Tomás Boves, caracterizado por sus prácticas bárbaras e inhumanas en contra de la población civil durante la Guerra de Independencia), cuando éste se encontraba vejando vilmente a un anciano en presencia de su tropa.
Éste hecho determinó la conducta rebelde y el espíritu indómito de un bucólico hombre, hijo de pardos libres; quien apelando a su propia conciencia desertó incontinenti y, alistándose al Ejército Patriota a cargo del capitán Julián Infante y, a su vez, bajo las órdenes del general de brigada Pedro Zaraza.
Julián Mellado Lineros, hijo de José Julián Mellado y Ana Josefa Lineros, nació el 14 de septiembre de 1790 en la población de Inmaculada Concepción de Nuestra Señora de El Sombrero, en el estado Guárico; seis décadas después de su fundación, el 10 de marzo de 1725.
Según historiadores diletantes de la talla del finado cronista Manuel Aquino, cuyos aportes pletóricos han servido de base para la ilustración histórica y cultural de la población de El Sombrero, sostenía (como se citó en Bolívar, 2021) que muchos historiadores atribuían que su alumbramiento sucedió en Villa de Cura, otros en Apure, e incluso en Ciudad Bolívar y Colombia; no obstante, se concluyó a través del acta bautismal inserta al folio 66 del libro V, entre 1786 y 1796, llevado por la Parroquia Nuestra Señora de La Concepción (hoy Inmaculada Concepción) que el nacimiento de Julián Mellado tuvo lugar fehacientemente en la población de El Sombrero.
El lancero peleó en muchas batallas suscitadas por la gesta independentista. En 1818 luchó en las Batallas de Calabozo, el 12 de febrero; La Uriosa, el 15 de febrero; y la de El Sombrero, el 16 de febrero de 1818, específicamente en el paso El Samán.
En ésta batalla Simón Bolívar derrota a las tropas lideradas por Pablo Morillo, participando además en ella José Antonio Páez, Francisco de Paula Santander y José Ignacio Pulido, entre otros.
Igualmente, estuvo en las acciones de La Cabrera, Semén, el 16 de marzo de 1818; el Rincón de Los Toros, el 17 de abril; en Las Queseras del Medio, el 2 de abril, donde obtuvo La Cruz de Los Libertadores.
Luego pasó a la campaña de la Nueva Granada, en 1819, como comandante del Escuadrón de Lanceros de Llano Arriba. Durante la campaña estuvo en los combates de Gámeza, el 11 de julio; Pantano de Vargas, el 25 de julio; y Boyacá, el 7 de agosto.
Fue ascendido a teniente coronel. En diciembre de ese mismo año, participó en la Batalla de San Antonio del Táchira, a las órdenes del general Bartolomé Salom, donde fue herido el 20 de diciembre. En noviembre de 1820, derrotó a los realistas comandado por el general Pablo Morillo, en Carache, estado Trujillo (Sosa, s/f).
La muerte sobrevino a Mellado el 24 de junio de 1821, tras una ráfaga de fusiles en la Batalla de Carabobo. Murió como quiso morir y, con su lanza férrea y fúlgida alcanzó la gloria a la que tanto ansiaba.
Era la última batalla y, para él quedar vivo en ella, suponía una condena infausta a fenecer de vejez o bajo el influjo de una enfermedad.
No quería ninguna de las dos. Su determinismo fue barrunto que marcó su mortal proeza por la libertad, puesto que ante un cúmulo de hombres valientes reunidos en una misma liza por una causa loable, asir la gloria en la batalla y hacer del nombre una mención honorífica en la historia, era menester “hacerse matar por ello” (Mellado, dixit).
Enriquecer un poco más la historicidad de éste prócer es un reto para los historiadores dada la exigua fuente que existe al respecto.
A pocos días de haberse celebrado el ducentésimo trigésimo cuarto aniversario de su nacimiento, vale la pena hacer reminiscencia sobre un hombre que no tuvo ni un atisbo de cobardía en la sangre, no escatimó en colocarse al lado correcto de la historia, que junto a otros hombres ínclitos como el Negro Primero, dieron sus vidas por la causa de la libertad.
Sin bien la gloria por su hazaña le alcanzó y su mención honorífica subsiste en muchísimos espacios de la vida pública tanto local como nacional, pero tales acepciones no deben solamente circunscribirse como epónimo de su epopeya, sino más trascender en la memoria colectiva de sus coterráneos.
Sus restos yacen hoy día en la Iglesia San Pablo Ermitaño, en Tocuyito, estado Carabobo (lugar donde fueron sepultados todos los caídos de la Batalla de Carabobo por su cercanía). Tocará en otra coyuntura política hacer lo conducente para que sus restos físicos o simbólicos descansen en el Panteón Nacional, con las exequias propias de un héroe nacional.
@jrjimenez777
[…] @jrjimenez777 […]