Ortiz.– El cementerio Viejo de Ortiz, conocido hoy como Cementerio Colonial o el de Los Españoles, fue construido en 1873, según el primer censo oficial de Venezuela -auspiciado por el septenio guzmancista, de allí se puede extraer una descripción de la nueva obra. “Un cementerio nuevo y de bastante capacidad y una pequeña capilla en su interior, no estaba concluida”. Durante la colonia, el lugar de los muertos no fue un espacio opuesto al patio de la iglesia.
El 5 de mayo de 1870, en el marco de la visita del Monseñor Mariano Martí a Ortiz, se deja constancia de que no había cementerio y ordenaba su pronta construcción. Pero, mucho antes de su edificación, la gente más acaudalada era enterrada en la Iglesia Santa Rosa de Lima, de acuerdo a sus rasgos y sus méritos o según el tramo de sepultura que permitía su condición económica, mientras que las personas de menores recursos se sepultaban en solares determinados por la autoridad o bien en los patios de las propias casas de los dueños, aunque esta última opción no era común en el centro urbano sino en los caseríos o hatos.
Esta obra marcaba el fin de una de las épocas más negras de su historia local: escenario testigo de la hecatombe epidémica de un pueblo que se negó a morir. Con ella se daba paso a otra historia de la salubridad pública municipal: la construcción de un nuevo osario que, después, se conocería entre las familias pudientes como el “pata e’ vacal”, para referirse a una hierba abundante que crecía en aquella zona aledaña al naciente barrio La Romana.
El viejo cementerio, estaba dividido en dos secciones, un sitio para los ricos y otro para las clases más humildes. Esta discriminación social se acentúa con su “ensanchamiento” para finales del siglo XIX. Asimismo, el camposanto estaba compuesto por nichos y tumbas de dos y tres pisos, decoradas con ángeles y cruces de hierro forjado elaborados por artesanos de la localidad. Era, realmente, un lugar sagrado, un espacio de cuya singular belleza arquitectónica.
Pero debido a la expansiva epidemia que comenzó hacerse sentir en la población, en el año de 1879, el doctor E. Velásquez, médico del pueblo de Ortiz- propone al gobierno nacional la construcción de un nuevo cementerio en “un lugar más conveniente y suficientemente apartado de la población y de los manantiales que la surten de agua potable”.
Sin embargo, la medida de salubridad pública que toma el gobierno fue la de su “ensanchamiento”, para lo cual destinó unos pocos recursos financieros para que las víctimas del paludismo pudieran ser enterrados en el antiguo cementerio de los españoles.
En vista de que el crecimiento de su espacio físico era inviable, se declaró su cierre en el año de 1910. Fue una propiedad común de los vivos, como lo había sido anteriormente el derecho de ser enterrado en el lugar en el que se habían pagado los diezmos, pero sobre todo con el derecho acostumbrado de ser enterrado en el lugar en donde uno había vivido o donde estaban sepultados sus seres queridos. Por eso, su clausura trajo consigo disputas como las ocurridas entre el jefe civil, Ismael Capote, y algunas familias que aún se resistían a enterrar sus deudos en el nuevo cementerio.
Ya para el 5 de julio de 1911, en el siglo XX- fue inaugurado el nuevo cementerio de Ortiz, en conmemoración del Centenario de la Creación del Estado Guárico, con todos los protocolos que un acto pueda tener. Más tarde, en la década de los años 70 del siglo pasado, la profanación de los sarcófagos causó alarma en los medios de comunicación social.
Las denuncias recayeron en los saqueadores de tumbas que se dedicaban a conseguir piezas de oro u otras pertenencias de valor de los difuntos. También la acusación rebotó a los estudiantes de medicina y antropología de la Universidad Central de Venezuela, quienes habían roto nichos para apropiarse de huesos y cráneos de cadáveres para investigaciones y estudios científicos. En el mismo siglo, pero en el año 1996, una inundación causó el derrumbe del portón principal, un emblema simbólico de las viejas tapias que adentraban a los curiosos en el misterioso lugar sagrado. Apenas sus ruinas representan hoy una estampa de la floreciente ciudad de Ortiz de finales del siglo XIX. Un espacio que puede recuperarse para atracción turística.
Años después a través del Instituto del Patrimonio Cultural se realizó un inventario de objetos y cosas históricas, son incluidos muchos espacios y objetos de Ortiz, donde el viejo cementerio aparece como parte de su patrimonio.
Es importante mencionar las descripciones que definieron dos escritores venezolanos conocedores de dicho lugar en algunas páginas de sus escritos; el primero fue el doctor Daniel Mendoza, escritor orticeño, quien escribió lo siguiente: “En su desvencijado cementerio había enterrado varios seres caros a mi alma. Mi tristeza fue más honda al ver sus tumbas arropadas por los matorrales, circuidos de barandales herrumbrosos, resquebrajados. Me alejé de aquel sagrado sitio con el corazón oprimido”.
Mientras, que el otro es Miguel Otero Silva escritor de Casas Muertas, donde describe el lugar de la siguiente manera: “Se divisaba ya la tapia del cementerio, su humilde puerta con cruz de hierro en el tope y festones encalados a los lados. Carmen Rosa recordaba el texto del cartelito, escrito en torpes trazos infantiles, que colgaba de esa puerta: “No salte la tapia para entrar. Pida la llave». La tapia era de tan escasa altura que bien podía saltarse sin esfuerzo. Y no había a quien pedir la llave porque nadie cuidaba del cementerio desde que murió el viejo Lucio. El gamelote y la paja sabanera se hicieron dueños de aquellas tierras sin guardián, campeaban entre las tumbas y por encima de ellas, ocultaban los nombres de los difuntos, asomaban por sobre de la tapia diminuta”.
Actualmente de este viejo cementerio solo queda su historia y escombros que dan pistas de que en algún momento existió dicha obra.
Pasante ECS/Unerg
Norequis Fleitas