“Nos liberamos del Ministerio de las Colonias de EE.UU.” (Nicolás Maduro)
“Nuestro muros están caídos, pero nuestros corazones no” (Joseph Goebbels)
Desde hacía ya varios días el gobierno bolivariano lo venía anunciando, con las expectativas de quien anuncia el concierto de algún grupo de música pop. Se trataba de otro evento a celebrar que haría hito en ese calendario revolucionario ya de por sí sobrecargado de las más insólitas fechas patrias.
“¿De qué se trata?” dijimos, elevando la mirada al cielo, como si no estuviésemos acostumbrados al comportamiento de la prolífica propaganda socialista. Pues en esta ocasión, y en fecha tan señalada como la del 27 de abril, amado lector mío, se celebra el “gran día de la salida de Venezuela de la OEA”
Y así fue, lo vimos todos. Ese es el gran problema de llevar los ojos adheridos al rostro, uno ve de todo.
En las calles, grandes concentraciones de minorías en sus boinas y franelas rojas rojitas, bailando al son de canciones de protesta, como se hacía en los idílicos sesenta, en una atmósfera absurdamente festiva, propia de ese masoquismo político conocido como el socialismo del siglo XXI, y ante las cámaras de televisión y las redes sociales, el motivo de tanta celebración revolucionaria: “¡Celebramos, señores, la salida de Venezuela de la OEA!”
Y cuando atónitos, en el colmo del asombro, indagamos sobre las causas de esta acción, nos dan una razón que muy bien puede comprimirse en una breve cita con un saborcito ideológico a siglo XX: “Es un organismo neo-colonial que responde a los intereses del imperialismo”
¡Y sigue y sigue la gran rumba!
Llegados a este punto y razón, no podemos hacer nada más que menear negativamente la cabeza y sonreír, pensando que la revolución bolivariana es el único movimiento político sobre la faz de la tierra capaz de celebrar como un triunfo sus propias derrotas.
Daniel R Scott