Cuando se trata de buscarle una explicación a los males que aquejan a la humanidad, -allí están, no habla el pesimismo- se recurre a todo tipo de filosofías e interpretaciones, todas al parecer igualmente válidas.
Todas las disciplinas ideadas por el hombre en su estudio y saber parecen dar sus respectivos aportes, convirtiéndose como las ciencias auxiliares sobre el tema de por qué el hombre es como es y actúa como actúa.
Quizá la primera o más antigua explicación de todas –y la menos aceptada- la encontramos en la Biblia, y aun cuando nos parezca mítica y hasta risible, merece nuestra consideración.
En esencia es esto: el hombre extendió su mano hacia lo prohibido, -el árbol de la ciencia del bien y del mal- y a partir de allí, principió la caída del hombre como entidad y como comunidad.
Decidió, por acto de libre voluntad, darle la espalda al Creador y construir su mundo y su futuro sin Dios, o con una falsa concepción de ese Dios en el que dice creer y adorar.
A partir de ese momento histórico pero sin fecha definida, el hombre inició una carrera que si bien fue ascendente en muchos aspectos –en lo técnico y científico en lo tocante a occidente- también lo llevó a las profundidades más abyectas e inimaginables, negando su calificativo de civilizado.
Como dije puede parecer una teoría simplista y hasta algo risible pensar en el relato del Génesis como una explicación racional a la conducta posterior del hombre y de la humanidad, pero yo no encuentro otra mejor.
No nos damos cuenta que quizá esa la mejor manera que tenía un antiguo pueblo agricultor y pastoril de la Edad Antigua de recibir una revelación y de expresar una verdad de gran profundidad espiritual, histórica y filosófica.
Se puede aceptar o rechazar, pero no quitarle el lugar que le corresponde en la lista de explicaciones sobre el tema del hombre y del mal.
Por otra parte, cuando analizamos la triste realidad de Génesis 3 reflejada ya no en las páginas de la Biblia sino en nuestra propia vida y conducta, ya no parece tan simple ni es motivo de risa, ni mucho menos una teoría anticuada y mítica.
Deja de producir hilaridad y sí mucha seriedad. Porque desde los albores de la historia hasta el presente, -o desde los albores de nuestra propia vida hasta el presente- vemos como una y otra vez reproducimos el episodio de Adán, dándole al mismo una validez y vigencia que pasma. ¿Cuántas veces, uno y todos, no hemos extendido la mano al fruto prohibido –que adquiere mil formas según la ocasión y contexto- acarreando destrucción y miseria individual y colectiva? Dependiendo del contexto y de lo que ambicionemos, las consecuencias pueden ser imperceptibles o de consecuencias impredecibles a corto y largo plazo.
Y es entonces cuando descubrimos que el Edén y el pecado, más que un punto geográfico y hecho concreto, es una realidad existencial y que, ciertamente, Adán lo somos todos…
Daniel Scott