Antonio Manrique / Se nos fue Arístides Medina Rubio

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En efecto, los restos pertenecían a Trino Barrios, a quien unos soldados asesinaron meses antes en esa hacienda, donde le dieron sepultura, y al negarse la peonada a trabajar “porque salía un muerto”, la PTJ de esa población procedió a investigar por la denuncia del propietario, y encontró los restos, plenamente identificados por la viuda de quien había sido detenido con Soto Rojas.

Los periodistas íbamos acompañados del abogado Enrique Cherubini, quien operaba junto con otros juristas en el cuarto piso del edificio Magdalena, allí entre San Francisco y Sociedad. También la madre de Soto Rojas y una de sus hermanas, Zoila.

En la PTJ de esa población el jefe era un funcionario de apellido Simonovis, al parecer abuelo de un funcionario que anda prófugo del mismo apellido, y fue quien mostró a los periodistas el cadáver.

Este escrito viene al caso porque a comienzos de este octubre, falleció Arístides Medina Rubio, calificado profesor e historiador que fue director de esa Escuela en la UCV en los años setenta, cuando cursábamos en ella y nos dio clase. Ello me llevó a releer el libro Angélica, cuya autora es Maite Tejero de Medina, quien junto con su madre María Teresa Cuenca de Tejero, vivió el mismo proceso de desesperación y búsqueda de su hermano Alejandro Tejero Cuenca, también desaparecido y fue cuñado de Eduardo Medina Rubio, revolucionario, hermano de mi profesor y camarada fallecido, y quien le presta sus servicios al proceso revolucionario bolivariano como diplomático.

Antonio Manrique / Tomado de Últimas Noticias 

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