Una mañana no precisamente de “sol radiante”, del 1966, salimos de la esquina de San Francisco, varios periodistas (Vílchez Ocanto, Guillermo Campos Martínez con sus respectivos reporteros gráficos, de los diarios Últimas Noticias, El Nacional, y yo con el mío, José Félix Rodríguez Acosta, el gran Thimo, por el semanario Qué Pasa en Venezuela, clausurado por el gobierno de Raúl Leoni, el que dejó más de 3.000 desaparecidos), e íbamos para la hacienda “Los Colorados”, en Altagracia de Orituco, propiedad de Juan Loreto, donde había aparecido una osamenta que a la postre resultaron ser los restos de Trino Barrios, quien había sido desaparecido en el 1964, junto con Víctor Ramón Soto Rojas, a quien lanzaron desde un helicóptero en pleno vuelo en Cúpira, según su madre Rosa Rojas de Soto, noble dama quien falleció a los 103 años después de pasar más de 40 buscando los restos de su hijo.
En efecto, los restos pertenecían a Trino Barrios, a quien unos soldados asesinaron meses antes en esa hacienda, donde le dieron sepultura, y al negarse la peonada a trabajar “porque salía un muerto”, la PTJ de esa población procedió a investigar por la denuncia del propietario, y encontró los restos, plenamente identificados por la viuda de quien había sido detenido con Soto Rojas.
Los periodistas íbamos acompañados del abogado Enrique Cherubini, quien operaba junto con otros juristas en el cuarto piso del edificio Magdalena, allí entre San Francisco y Sociedad. También la madre de Soto Rojas y una de sus hermanas, Zoila.
En la PTJ de esa población el jefe era un funcionario de apellido Simonovis, al parecer abuelo de un funcionario que anda prófugo del mismo apellido, y fue quien mostró a los periodistas el cadáver.
Este escrito viene al caso porque a comienzos de este octubre, falleció Arístides Medina Rubio, calificado profesor e historiador que fue director de esa Escuela en la UCV en los años setenta, cuando cursábamos en ella y nos dio clase. Ello me llevó a releer el libro Angélica, cuya autora es Maite Tejero de Medina, quien junto con su madre María Teresa Cuenca de Tejero, vivió el mismo proceso de desesperación y búsqueda de su hermano Alejandro Tejero Cuenca, también desaparecido y fue cuñado de Eduardo Medina Rubio, revolucionario, hermano de mi profesor y camarada fallecido, y quien le presta sus servicios al proceso revolucionario bolivariano como diplomático.
Antonio Manrique / Tomado de Últimas Noticias