A Ricardo Díaz, a mis sobrinos y a cientos más…
Por los lados del SAREN, antes de llegar y a lo lejos, se veía ayer viernes en la mañana, una gran muchedumbre de jóvenes que se arremolinan y ordenan en largas y tortuosas colas. A todos los mueve lo mismo: apostillar sus títulos para salir en desbandada y de cualquier modo del país, en busca de mejores condiciones de vida. Es un drama de todos los días, ver a nuestra sangre partir de un país rico en todo pero incapaz de ofrecerles nada…
“A mí me robaron la juventud” dice un mozo de 35 años. Si acaso tendría unos 15 años cuando la revolución se hizo con el poder. Esa convicción y certeza de “juventud robada” fue lo que llevó a cientos y a miles a manifestarse y protestar contra el gobierno el pasado y trágico abril-julio en todas las calles del país.
Hubo represión. Sufrieron el presidio. Los ahogaron en su propia sangre. Se les trató de delincuentes y de traidores. “La derecha los droga y los lanzan a la muerte” fue la lúcida explicación de alguien. Y nada pasó. Los adultos no hicieron nada. De nada valió alzar el puño y la voz, no se les hizo caso. Ahora optan por marcharse y a nadie le interesa.
Alguien tituló a su libro “Las venas abiertas de América Latina”, y a mí se me antoja otro titulo similar para el éxodo venezolano: “Las venas abiertas de Venezuela”. Por esas venas se escapa a raudales y sin cesar la sangre joven, los miles que cruzan las fronteras para otear horizontes desconocidos con sabor a patria ajena. Somos criminales, dejándolos partir mientras nos cruzamos de brazos, sin hacer nada, sin ofrecerles respuestas y alternativas.
“Que se vayan” dijo un Diosdado Cabello, y en su boca agorera la frase resultó una profecía calamitosa y maléfica que le roba los latidos vitales a la patria. “Del país se van los catires ojos verdes” dijo una necia voz, y recuerdo una foto de un profesional del petróleo, de rasgos meztizos, que se fue del país. Posa con el hotel Burj Al Arab (Dubái) de fondo y cuyo porte no representa, precisamente, a la raza caucásica. Y es que esta gente hasta nos contaminó con un racismo que nunca profesamos ni sufrimos.
¡Venezuela! ¡Se te van tus brazos y corazones jóvenes! ¡Van a ofrendar los primeros frutos de su esfuerzo a tierras extrañas! Allí, junto a los ríos de mil babilonias, se sientan y lloran, colgando sus arpas sobre los sauces.
Y sus vidas se harán ecos del poeta-profeta:
Venezuela,
la del signo del Exodo, la madre de Bolívar
y de Sucre y de Bello y de Urdaneta
y de Gual y de Vargas y del millón de grandes,
más poblada en la gloria que en la tierra,
la que algo tiene y nadie sabe donde,
si en la leche, en la sangre o la placenta,
que el hijo vil se le eterniza adentro
y el hijo grande se le muere afuera.
(Andrés Eloy Blanco)
Daniel R Scott