Las dos partes creen que van a ganar y eso es perfecto para garantizar que la elección ocurra, pero resulta que ninguno acepta la posibilidad de que el otro gane, lo que significa un enorme riesgo, pues alguno se va a equivocar y podría no estar dispuesto a reconocer su derrota.
La teoría y la evidencia indican que cualquier elección representa oportunidad y riesgo para las partes y es absurdo pensar que el análisis de las variables previas es suficiente para garantizar lo que ocurrirá el día de la elección.
No hay duda que las preferencias son claves para definir probabilidades. El candidato preferido es favorito, pero no es menos cierto que en una elección juegan papel fundamental otras variables vinculadas a la real participación, la organización y maquinarias electorales, la información, la estructura de movilización de las fuerzas políticas, los recursos económicos, el control institucional, la presencia y auditoría en las mesas de votación, el nivel de dependencia de los electores y la disposición de reconocimiento de resultados.
Entiendo que se intente cuantificar el impacto de cada una para proyectar y respeto los cálculos que se hacen para tratar de hacerlo.
Solo quiero resaltar que nadie puede medir con certeza ese impacto hasta que lo vea y mida el propio día de la elección.
Vamos a estar claros. Estamos llegando aquí porque Maduro cree que puede ganar, en las condiciones obviamente semi competitivas en las que le permitió participar al adversario. Si no fuera así, ya habríamos visto acciones adicionales de inhabilitación, como las que muchos esperaban.
Esto no es un juego de futbol donde gana el que meta más goles. Es un juego de golf, donde el gobierno entra a la cancha con un handicap a su favor.
Pero la oposición entra sabiéndolo y acepta ese desbalance, pues no quiere caer de nuevo en la trampa del pasado: abstenerse y regalar el juego (algo que personalmente celebro).
Está dispuesta a demostrar que su fuerza y su mayoría, unidas al enorme deseo de cambio de la población, serán suficientes para remontar esa ventaja inducida del adversario.
¿Quien ganará: la preferencia o la maquinaria con handicap?
No es posible saberlo con certeza. Será una batalla donde costará separar el ruido de las señales.
La hora loca comenzará temprano: rumores, las “informaciones de los panas”, denuncias de parte y parte, seguridad de triunfo de cada uno, calentamiento extremo de las redes sociales y peligrosos llamados a la calle para “celebrar”.
Al final, nos enfrentaremos al momento de la verdad. Me refiero a la decisión de cada parte de reconocer o no lo que de verdad pase y no solo lo que quiere que pase.
Si el gobierno pierde y reconoce, dada la magnitud y presión interna y externa, bingo.
Si el gobierno gana, más allá de los ruidos, lo va a poder probar con las actas verificables. Y la comunidad internacional no está ya en disposición de aceptar denuncias sin pruebas. Más tarde o más temprano, lo reconocerá.
Si el gobierno pierde y no reconoce, podríamos estar frente al riesgo de un Megafraude, algo que se amplifica sin negociaciones que garanticen la permanencia de los derechos de participación política del chavismo en el futuro y la garantía de reducción de sus costos de salida.
Si la oposición pierde y no reconoce, estaríamos frente al mismo error del 2019, tentando a la violencia y a repetir uno de los fracasos más relevantes de nuestra historia política reciente.
El éxito de esta elección es que podamos salir de ella reconociendo resultados verdaderos (cualquiera que estos sean) y dándole al país un gobierno legítimo que pueda reinsertar a Venezuela en los mercados internacionales y que las partes puedan comenzar un proceso de negociación, que garantice el reconocimiento mutuo, la coexistencia y la paz.
Esto no se trata de una persona sino de un país.
Por nuestra parte, debemos hacer lo que corresponde: VOTAR y exigir que se respete.
Luis Vicente León / Datanalisis
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