No negamos la buena fe en el aumento de salarios, pensiones y jubilaciones. Reconocemos que se trata de un esfuerzo que la espiral inflacionaria nos lance al precipicio.
Sin embargo, el grotesco, exagerado devastador aumento en los precios de alimentos, medicinas, calzado, vestido, muebles, inmuebles, repuestos automotrices y del hogar, nos hace dudar de la eficacia de tales aumentos para frenar, corregir, enderezar, o al menos mejorar la situación de quienes optamos por quedarnos en territorio patrio.
Siente uno vergüenza ajena, dolor propio y enojo compartido, que sea Venezuela –creemos- el único país del mundo donde se llega a una panadería preguntando si hay pan, donde el día y la noche la gente los dedica para hacer interminables colas tratando de comprar alimentos, medicinas y gasolina, y donde el común de la gente, los sobrevivientes de la extinta clase media ruega, piden, suplican, que no se les aumente sueldo, ni salario, ni pensión ni jubilación, si paralelamente no se evita de manera efectiva que intermediarios, bachaqueros y acaparadores obtengan cada vez mayores ganancias a costa del hambre, miseria, dolor y llanto del pueblo venezolano.
¿Socialismo?
¡No!, capitalismo del más salvaje.
Argenis Ranuárez Angarita