Caracas.- El rumor ha circulado estos últimos días con insistencia inquietante. A pesar de los atropellos sufridos en Santo Domingo, sin la menor duda atropellos de carácter terminal, algunos partidos de esa supuesta oposición han vuelto a reunirse con Delcy Rodríguez para negociar la posposición del simulacro electoral pautado para el próximo 22 de abril. Según esos mismos rumores, el régimen estaría dispuesto a pasar la fecha para el mes de mayo. Los representantes de esa oposición exigen que sea en junio. Como si en definitiva el destino de Venezuela dependiera de la fecha de ese ya desvencijado engaño.
La gravedad del hecho es evidente. Sobre todo, porque desde 2002 el chavismo ha sabido estimular la complicidad de la oposición con la ficción del diálogo y de recurrentes trampas electorales para superar, tranquilamente, los efectos de la crisis política de entonces a cambio de unos pocos e insignificantes espacios burocráticos de origen electoral. Objetivo posible, escribía hace pocos días Asdrúbal Aguiar, porque un sector de la oposición prefiere no ver la “ominosa verdad por comodidad, por miedo o porque son chantajeados o algún beneficio les reporta”.
No se trata, como sostienen algunos propagandistas de esa oposición claudicante, por culpa de una apatía sistemática de lo que Elías Pino Iturrieta califica de “sociedad vacilante” este domingo en su columna semanal. Simple recurso dialéctico para exculpar a los jefes de esa MUD dialogante, cuando lo cierto es que los ciudadanos, cada vez que han sido convocados a actuar, desde aquel doloroso 11 de abril hasta los cuatro meses de resistencia heroica del año pasado en las calles de toda Venezuela, derramando cada vez su sangre a raudales y sin vacilación alguna, ha demostrado hasta la saciedad que jamás han dejado de comportarse con firmeza ejemplar. Vaya, que no ha sido la sociedad civil la que ha vacilado, sino sus supuestos dirigentes, que no han sabido o no han querido estar en ningún momento, ni siquiera cuando con los votos de esa “sociedad vacilante” conquistaron la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional, a la altura de las circunstancias. Una dirigencia que ante las manifestaciones populares de indignación siempre termina por dar un paso atrás y caer en la trampa de las “próximas” elecciones, no importa para qué, y evitar de este modo que la presión de la calle concluya su tarea de desnudar y erosionar el alma dictatorial del régimen.
Precisamente porque ha sido esta dirigencia opositora, no los ciudadanos de a pie, la que a lo largo de los años ha hecho lo que el régimen ha querido, es que ahora se presentan dos hechos lamentables. Por una parte, gracias a la persistente conducta colaboracionista de sus dirigentes, estos días parecen haberse apaciguado los ánimos de la sociedad civil, ostensiblemente huérfana de conducción política; por otra parte, y no por urbanidad sino por cobardía o por conveniencia, parte de esa dirigencia opositora luce dispuesta a mantenerse en el error. Una situación que nos obliga a recordar un significativo episodio del Poema del Cid, que Pino, profesor universitario y académico de la historia, debe saberse de memoria: cuando Rodrigo Díaz de Vivar, futuro Cid Campeador, es desterrado injustamente de Castilla por el rey Alfonso VI, al pasar por las calles de Burgos, “todos salían a las ventanas a verle, niño, mujer y varón. ¡Cuántos ojos que lloraban, de grande que era el dolor! Y de los labios de todos sale la misma razón: ¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!”.
No se trata, pues, como dice Pino, de que el pueblo escurre el cuerpo culpando al “liderazgo colectivo de la oposición… porque los hijos de la oposición prefieren achacar sus culpas a los vacilantes más visibles”, sino que ese pueblo, víctima tantísimas veces de los engaños de su “señor”, es decir, de la falsa dirigencia opositora, al fin asume que el cambio anhelado con desesperación no es posible alcanzarlo por la trucada vía electoral. O sea, que al fin, con toda la razón del mundo, les dice a sus presuntos dirigentes y a la comunidad internacional que hasta aquí llegamos. Con absoluta certeza, además, de que en esta hora crucial la salida del laberinto y el cambio hay que buscarlos por derroteros muy distintos a los que siempre ha señalado la MUD.