Barcelona.- Piqué le había cambiado el nombre al Espanyol. El central también alteró la temperatura del derbi. Donde había paz metió la cabeza, una celebración que parecía ideada para las redes sociales. Hizo tantos gestos que se necesitaba un congreso de expertos para descifrar todas las intenciones.
Fue suficiente para que el partido terminara con subtítulos, con los jugadores haciendo el tejadillo ante sus bocas. Sólo ese cabezazo sometió al Espanyol, del orden, de la disciplina, de Gerard Moreno y de Barcelona.
No hay un guión para cuando Messi disputa 32 minutos. Pero el Espanyol se alió con los cielos. El nivel del argentino no era el de los últimos partidos, sin embargo necesitaba un soplido a balón parado. Lo encontró. Él fue el que puso el balón a Piqué.
Ser del Espanyol no es fácil. Como no es sencillo ser de los Clippers en el territorio de los Lakers; ni llevar el banderín de los Mets en los confines de los Yankees. Con esa situación vive el equipo blanquiazul a diario, en el sótano de la actualidad. Esa es su motivación contra el Barcelona. Así celebró el golazo de Gerard Moreno tras un pase de Sergio García.
Antes de la fiebre se respiró otro ambiente. Donde se esperaba la excitación máxima apareció un partido pasado por la fresquera. El Espanyol no quería salir de su campo. Al Barça le bastaba con esperar a que anocheciera, suficiente para tachar una nueva fecha antes de recibir el título.
Sin hacer un partido de exposición el Barça ya lleva en la mente una manera de actuar. Un recién llegado, Coutinho, envió un balón a la escuadra, allí donde sólo llegan los fotógrafos. Diego López sólo podía rezar.
En esa manera de ejecutar planes brilla Busquets. El medio pasó años siendo el tipo que daba el balón a Xavi e Iniesta para que éstos lo llevaran a la lavandería. Ahora, Busquets ha ampliado la mirilla. Toca, se muestra, reparte y envía en corto y en largo. El juego del Barça pasa por él en una posición capital.
Luis Suárez estaba muy solo. Juega como si no hubiera cámaras que te puedan destripar. Es un delantero de los 70, de los años de muñequera de pinchos en el área. El Espanyol no se dejó impresionar por esta especie en extinción de las áreas.
Disciplinado y aguerrido, el equipo de Quique se estiró al final de la primera mitad. Baptistao rozó la gloria y Piqué vio cómo el árbitro le perdonaba alguna amarilla. Era un capítulo que anticipaba emociones fuertes.
El Espanyol se amarró al agua. El Barça ya no sabía si dar pases fuertes o flojos. Mandaba el waterpolo, un territorio en el que Messi no se desenvuelve bien. Quique veía cercano el triunfo. Ahí llegó Piqué y montó su particular parque acuático. No hay derbi en paz.
Fuente
José Luis Hurtado