“¡Madre, cómo son ácidas/las uvas de la ausencia!” (Andrés Eloy Blanco)
Todos los 31 de diciembre, ya casi entrando a los umbrales del 1 de enero, era siempre lo mismo: un momento de emotiva tensión, la sempiterna música icónica de la fecha y luego la repentina explosión de “¡Feliz año!“, y todo se convertía en gozoso tumulto de abrazos y parabienes.
Entonces, en la amable confusión del momento en que todos abrazaban a todos, mi madre se me acercaba y también lo hacía, pronunciando su invariable bendición matriarcal de todos los años:
“¡Dios te bendiga hijo mío, y en este nuevo año te conceda las peticiones de tu corazón!’ Y era como encarnar, de alguna manera, los versos del poema aquel, que el poeta inmortalizó en fecha tan cierta como hoy: “-La bendición, mi madre/-Que el Señor te proteja…” *
¡Ah madre mía! ¡Ya hace más de diez años que estás en la presencia del Señor! ¡Pero sé que tus bendiciones se hicieron realidad en mi vida hasta este mismo día!
* Andrés Eloy Blanco, en “Las uvas del tiempo”