1 El gran humanista Giovanni Boccaccio (1313-1375), uno de los padres de la literatura italiana, inicia su obra inmortal “Decamerón” refiriéndose a la epidemia de peste que azotó en la Edad Media a la ciudad de Florencia. Esa tragedia enlaza los cien relatos del libro.
2 Las aguas del Arnes fueron testigos de la mortandad. Los médicos ordenaron limpiar la ciudad, prohibieron la entrada de gente proveniente de ciudades infectadas.
Sin embargo, los enfermos morían, incluso a pesar de las oraciones. Cuando salían unas ampollas hinchadas como huevos en la ingle o en la tetilla izquierda, se diagnosticaba el mal. Las manchas negras en brazos y piernas significaban la muerte al tercer día de su aparición.
3 Se creía que la dolencia se transmitía al hablar con el enfermo, tocar su ropa o un objeto que hubiese estado en contacto con el desdichado.
Unos cerdos rompieron la vestimenta de un enfermo y a las pocas horas murieron. El pestoso moría solo, sin ninguna ayuda, porque nadie quería visitarlo, lo que Boccaccio calificó de proceder bastante inhumano y cruel: uno abandonaba a su propio hermano enfermo; la mujer a su esposo; y lo más increíble cuando el padre y la madre huían de los hijos afectados.
4 Pocos hombres ofrecían cuidados al paciente por grandes cantidades de dinero para acompañarlos en su despedida final.
Se vieron casos cuando enfermo y cuidador murieron juntos. Las mujeres contagiadas se sentían tan mal que perdían la vergüenza a la desnudez. La gente se desayunaba en sus casas y cenaba en el otro mundo.
Los entierros se hacían con pocas oraciones para alejarse lo más rápido posible de la fosa.
5 Algunos pensaron que estarían a salvo si comían y bebían poco y apartándose de los amigos.
El sexo se prohibía; en cambio se recomendaba oír música. Pero había otras opiniones: el mal se evitaba con vino abundante, manjares de todo tipo y mucho sexo.
Alegrarse, reír y bailar también espantaba la peste, como consecuencia no se lloraba a los muertos y así se conservaba la salud. Para el mal olor proveniente de los cadáveres se ponían en la nariz hierbas aromáticas y flores. Los hombres y mujeres huían de Florencia a los campos aledaños…Y cuentan las historias narradas en el Decamerón.
Edgardo Rafael Malaspina Guerra