Jipi, japa… Jipi, japa! “Tan bonitíiiiica” que me quedó mi muchacha…! Decía la niña; mientras se desplazaba en círculos moviendo cadenciosamente la cabeza y pronunciaba estas graciosas palabras, acompañadas de una curiosa melopea susurrante y fija pero bien armónica, que entonces le daba a su actuación una factura ritual; mostrando en ese momento un brillo tan particular en sus ojos, que hacían juego de la manera más linda, con la diáfana forma de la carita angelical que tenía, exenta de todo signo de maldad. En especial, cuando ponía énfasis en su retahíla al pronunciar la palabra de las “íes” en seguidilla.
Y; otra vez:
¡Jipi, japa…Jipi, japa! Tan bonitíiiiica que me quedó mi muchacha…!
Así, con tan inocentes y simpáticas expresiones, rebosante de alegría dando saltos alrededor de su más reciente obra, celebraba la pequeña Boni —que así era como la llamaban todos en su casa—; cada vez que culminaba una nueva pieza dentro de su intensa labor creativa… La que por aquellos tiempos, en los inicios de su actividad productiva, consistía en la elaboración de sus curiosas muñecas de trapo un tanto regordetas, caracterizadas siempre por sus rostros angelicales aunque de enormes ojos saltones, con largas pestañas rizadas y, carnosos labios pintados de color rojo, en tono carmesí.
Su estructura era muy elemental y enteramente simple, muchas de una sola pieza, pero con un giro muy claro hacia la obesidad; en realidad esto ocurría en la mayoría de ellas para ser exactos, durante esta primera época. Probablemente esa última característica de sus muñecas ocurría como consecuencia directa de alguna proyección sicológica en ellas, de su propia condición física…
Las mismas eran logradas mediante la ejecución de una forma básica única partiendo de un cuerpo enterizo donde lo único más o menos bien definido serían sus extremidades, donde ni siquiera la cabeza tenía forma establecida; seguida por la demarcación del pequeño cuerpo, en sus diferentes partes antropomórficas que definieran su forma final, usando amarres distribuidos estratégicamente según las características corporales que deseara imprimirle a cada una de sus piezas…
Después procedía, a partir de este punto, a vestirlas y pintarlas usando múltiples combinaciones y estilos de formas, texturas, telas y, variaciones en sus colores… Así, gradualmente, la pequeña Boni se fue especializando tanto en la elaboración de sus graciosas muñecas, a tal punto que ya a su más temprana edad se las podía contar no sólo por cientos sino que, además, catalogárselas en sus diferentes presentaciones.
En realidad, siempre estaba a la vanguardia de las estrategias de diseño y elaboración de sus distintas creaciones en la medida que iba creciendo. Por eso es que más adelante, pasando por su etapa de adolescencia hasta entrar en la adultez se advertiría en su obra algo así como la máxima expresión en su proceso creativo, caracterizándose dicho período por la presentación de sus modelos a escala natural, que la obligaría luego a cambiar la mecánica de conformación de sus muñecas —y; “muñecos” en general, puesto que más tarde también abordaría en su variada temática el concepto de género, tanto en humanos como en animales, y cosas—; mediante la introducción de una sencilla pero efectiva estructura sólida de soporte, utilizando material de desecho de su propio entorno que le brindaba otra forma a sus patrones, aunque entonces resultaban ser mucho más elaborados.
Muy diferentes a los del comienzo; de aquella etapa pueril, sencilla, desprovista de adornos innecesarios y, muy minimalista. Lo que finalmente se convertiría en la base de sus obras ya terminadas de aquí en adelante, hasta el final de su vida; algo totalmente diferente al enfoque conceptual básico que hasta allí habría manejado y que además, marcaba la transición de aquel período, a otro mucho más elaborado y complejo. Coincidente —por supuesto—, con las complicaciones existenciales que por lo general tiene la vida de los adultos, a medida que se transita por los caminos de la vida…
Autor: Mario Celis Cobeña
Extracto inicial de la segunda parte del libro número uno —Las Evasiones de Hilario Coba—, correspondiente a la serie de cuatro: Relatos Oníricos de la Atascosa.