San Juan de los Morros.- El movimiento es vida, y el ojo es el más receptivo de los órganos humanos. El desplazamiento de una diminuta partícula entre una multitud de objetos estáticos es suficiente para llamar y retener la atención. Un gatito fascinado por un trocito de cordel que se mueve; una aglomeración de personas que sigue con el mayor interés un partido de fútbol el domingo por la tarde; un inmenso público de millones de almas que llenan cada noche los cines para mantener fijos los ojos en la pantalla durante horas enteras: todo esto atestigua la fascinación que el movimiento ejerce sobre el ojo.
El público de los cines, absorto en la contemplación de un caleidoscopio siempre cambiante de luces y sombras en la pantalla, se olvida de todo lo demás. Las sensaciones que ello produce en la mente transportan al individuo a otro mundo. Realmente tiene que ser muy mala la película que no provoca ninguna reacción y no hace que el espectador se aleje mentalmente de lo que le rodea y de las cuestiones mundanas de cada día.
Seguramente es esta capacidad de captar la atención de los demás, y de ejercer una influencia sobre los pensamientos y emociones de los mismos durante un rato lo que constituye la principal inspiración de todos los que hacen películas. El estudiante universitario las hace por dos razones: para aprobar una Unidad Curricular en la Universidad y por su propia satisfacción, amén del placer de mostrarlas a los demás.
Si nadie viera jamás las películas que ellos hacen pronto dejarían de hacerlas; es decir, que la segunda razón es tan importante como la primera.
De allí deviene la trascendencia de los Festivales y Muestras de Cine Universitario. Cuestión que desglosaremos en ulteriores entregas.
Pavel Rojas Bustamante