El Covid-19 llenó al mundo de zozobra, miedo, incertidumbre y de luto; esta pandemia mantiene a la humanidad retenida en sus casas, presos ante el temor de contagiarse y terminar falleciendo víctimas de un mal que está azotando a todo el planeta.
Sin embargo, no todo es malo. Esta crisis de salud mundial también ha despertado en muchos ciudadanos el sentimiento de solidaridad, el rescate de la idea de que “si no nos salvamos juntos, no nos salvamos”.
La empatía nacida de esta pandemia, la sensación de responsabilidad por uno mismo y por los demás, ese sentimiento de hermandad brotó del cuerpo de nuestras sociedades, lo cual es un paso fundamental en la humanización y fraternización de nuestras ciudades.
Este virus no solo es miedo, también es solidaridad; esta enfermedad no solo es muerte, sino una ocasión para mostrar amor hacia las personas que amamos y las cosas que apreciamos en este mundo.
La Pandemia puede servir, y en algunos aspectos y lugares está sirviendo, para que nos unamos como ciudadanía, que despertemos del aislamiento de la rutina y nos levantemos a una realidad aglutinadora de algo más que nosotros mismos.
Incluso, podemos advertir que gracias a la cuarentena la familia se fortaleció como núcleo de la sociedad, volvimos a reencontrarnos alrededor de la mesa, compartir y hablar los padres con los hijos y los hijos con los padres.
La ciudad que nacerá, y está naciendo, de la nueva normalidad debe ser una ciudad más solidaria, más humana y más participativa; una ciudad donde los ciudadanos se cuiden los unos a los otros, donde los problemas comunes sean solucionados entre todos, donde más allá de protagonismos de unos y la apatía de otros se solidifique una cultura de la acción y del apoyo mutuo.
Las sociedades modernas, durante y pospandemia, tienen que estar guiadas por un entendimiento superior de la cooperación entre todos, y no solo en el ámbito sanitario o de salud pública, sino en todas las aristas que afectan el normal día a día de una ciudad.
Puede que logremos sacar algo positivo de tan triste situación; puede ser que como humanidad convirtamos esta crisis en una oportunidad de crecimiento de cada individuo, de cada sociedad y de cada ciudad, que desarrollemos mecanismos para la convivencia, autogobierno, y protección más eficientes, más sustentables y más certeros.
Solo nuestras capacidades y determinación, nuestros niveles de comprensión y de asimilación frente a las circunstancias que nos rodean, nos abrirán el camino hacia una realidad mucho mejor, donde nos amoldemos a los cambios y los utilicemos a nuestro propio provecho.
Es por ello, que como ciudadana, como mujer y como madre, no pierdo las esperanzas de un mañana mejor para todos.
Sé que vivimos horas amargas en todo la humanidad, no obstante no pierdo la fe en Dios y en las personas; no pierdo la confianza en ese nuevo día que sé que llegará y que será para que nuestras ciudades, nuestras regiones y nuestros países sean epicentros de progreso, humanidad y futuro.
Por: María Alejandra Malaver (@malemalaver)
Miembro de la Directiva Nacional del Colegio de Ingenieros de Venezuela