A lo mejor ya lo has olvidado, pero créeme que -yo siempre me acuerdo-, del día aquel de julio de 2016 cuando, aquí en mi trabajo, luego de explicarme tus luchas por subsistir en este país, dijiste, no una sino dos veces: “En este país no se puede vivir”.
Ahora veo en esa sentencia algo muy trascendental en tu vida. Marcó un antes y un después. Quizá no lo sabías en ese momento de aparente derrota y desalientos, pero estabas cerrando un capítulo y abriendo otro donde finalmente, pudiste explorar una faceta de tu personalidad que de otra manera no hubieras explorado…
Mientras siguieras en Venezuela, esa área o faceta de tu personalidad no iba a pasar de ser un embrión atrofiado sin ninguna posibilidad de crecimiento.
Y el ser humano debe crecer en el lugar donde tenga que crecer, sin que ningún hombre u ideología se lo impida, y echando fuera toda añoranza y amor por el terruño, por muy doloroso que resulte. Porque, al parecer, como el verso profético de Andrés Eloy Blanco dijo una vez, refiriéndose al caso venezolano: “El hijo grande muere afuera y el hijo vil se eterniza adentro”. No fue aquí, pero tu espíritu se hace grande allá.
Daniel R. Scott