“Mi convicción era con frecuencia todavía sólida en lo profundo de mi corazón y, de alguna manera, en lo más profundo de mi ser sabía que Dios existía, pero no estaba dispuesto a confiar en él en mi época de dolor personal” (Johnnie Moore)
En mis manos el libro titulado: “Honestamente: Como vivir lo que decimos creer” del escritor y pastor Johnnie Moore. Este libro era de la biblioteca personal de mi querida hermana Raquel Pescador, que junto con otros que me fueron gentilmente obsequiados, constituyen dentro de mi propia biblioteca lo que yo llamo “El rincón de Raquel”, donde se siente la presencia de esta bella dama y gran cristiana cuya misión fue darle a mi terruño una librería cristiana, lo cual logró con todo el éxito del mundo.
Si bien no he leído todo el libro –lo llevo por la página 40- puedo hacerme una idea de su tema, y trata de cómo preservar una fe práctica y genuina en medio de la adversidad del mundo y de la hipocresía de un falso cristianismo más cultural que bíblico.
En el capítulo tres, titulado “La liberación de la fe: Por qué la fe en Dios tiene sentido” el autor cita a Elie Wiesel, judío que padeció lo indecible en los campos de concentración de Hitler. Estas las palabras citadas: “Nunca olvidaré aquella noche, la primera en el campo… nunca olvidaré aquel humo. Nunca olvidaré las pequeñas caras de los niños cuyos cuerpos vi transformados es espirales de humo, bajo un cielo azul silencioso” Una terrible experiencia sin duda alguna la de los campos de exterminio, capaz de aniquilar la fe en Dios de cualquier creyente. Pero este no fue el caso de Elie Wiesel, quien dijo en otro lugar: “Nunca he abandonado mi fe, y ella nunca me ha abandonado a mí. Lo que se haya sacudido, se ha sacudido dentro de la fe, porque la fe siempre ha estado presente”. Llegado a este punto, cerré el libro abruptamente y he pensado en mi propio peregrinar espiritual.
Hubo un momento que se constituyó en la hora oscura de mi espíritu. Muchas pruebas y mucho dolor. Literalmente fueron muchas las cosas que se vinieron abajo, y recuerdo que deambulé un tiempo como sin rumbo.
Los que lograron verme y estar al tanto de lo sucedido –de lejos y de cerca- quizá me colocaron la etiqueta de “caído” o “apartado” (palabras estas que serían una abominación para todo buen calvinista, y creo que ellos tienen razón de escandalizarse) pero estaban equivocados. Mi fe seguía allí, y nunca como antes mi fe había estado tan presente.
Lo que estaba experimentando –hoy lo entiendo- era un sacudimiento y derrumbe, pero dentro de mi propia fe. Todo lo falso, lo doctrinalmente incorrecto, tenía que ceder y caer ante la realidad.
Era inevitable. Y eso resultó a la postre muy saludable, aun cuando en su momento no lo percibiera así. Mi fe permaneció intacta. En su momento me rebelé, y creí perder la fe, pero estaba equivocado. Como dice el autor, cuando yo pensaba que Dios no existía, lo que realmente estaba diciendo era: “No estoy contento con Dios ahora mismo”. ¿No te ha sucedido lo mismo, lector?
En otra parte dice Elie Wiesel: “Tengo momentos de ira y de protesta. A veces, en esos momentos de ira y de protesta, he estado más cerca de Él por esa única razón” Y esto nos trae a la mente al atormentado y bíblico Job. ¿No tuvo sus momentos de ira y de protesta ante todo lo que le sucedió? Dentro de una sociedad nominalmente cristiana, se hubiese considerado las palabras y razones de Job hasta blasfemas.
Se trata de un hombre que retaba a Dios, que con respeto levantaba su puño al cielo… O un hombre de una fe muy profunda que se mantenía cerca de Dios gracias –y no a pesar de- a su ira y protesta. Y vemos como tras unos diálogos tortuosos, Dios mismo se le apareció, y su sola presencia acalló al patriarca bíblico y le dio un nuevo comienzo y más porvenir.
Quiera Dios que ante a las vicisitudes de la vida, nuestra fe sea sacudida en lo más falso y preservada en lo más verdadero.