San Juan de los Morros.- Cerca de la medianoche, suspendo la lectura de “Diario de Moscú” de Edgardo Malaspina para asegurar los cerrojos y cerraduras de la casa vieja.
Lo dejo a bierto en la frase: “Hablamos del sentido de la vida, de lo incomprensible de la muerte y de lo absurdo de lo eterno”, escrita por el autor tras asistir a los funerales de un profesor de la universidad donde cursaba sus estudios allá en la URSS.
Mientras voy y hago girar llaves y cerrar candados, revoloteo y lanzo graznidos mentales sobre la frase. El frío de la noche, muy propio de diciembre, me recuerda a mis padres por estos días: a mamá, haciendo sus hallacas con olor a leños quemados y a papá, quien siempre decía: “las del año pasado estaban mejores”, para disgusto de mi madre.
Y todo ello, como es natural, se marchó empujado por el tiempo. ¿Adónde se fue el objeto de nuestro afectos? A esta hora están bajo las ramas del fisco apacible, en el silencio de las losas y los epitafios.
Regreso a la habitación y a la cama. Mi esposa duerme a mi lado, sin prestar atención a la bombilla encendida sobre nuestras cabezas. En vez de retomar la lectura anterior donde la dejé, leo el artículo “Un escéptico en Belén” de Malcolm Muggeride, que en sus últimos párrafos dice:
“Pero en el limbo que se ubica entre el vivir y el morir, mientras el reloj nocturno sigue su marcha inexorable y el implacable cielo negro no muestra ni la menor pincelada de gris, escucho repetidamente estas palabras: Yo soy la resurrección y la vida. Entonces me siento arrastrado por una irresistible oleada de paz y alegría”
Y ciertamente concluyo, como dijo un personaje en los días de la guerra civil española cuyo nombre no recuerdo: “Mientras existan mentes que piensen y el misterio de la muerte, subsistirá la religión”
Y me duermo apaciblemente…