Caracas.-La historia registra una interesante relación entre los Estados Unidos de Norteamérica y Venezuela, ambas naciones han estado relacionadas desde los momentos gloriosos de la independencia de cada país. Esta relación guarda un doble sentido, de admiración que lo marcan las propias gestas emancipadoras en tiempo y espacio, pero también presentan grandes contradicciones que nos han acompañado toda la vida y constituyen nuestros pecados originales.
El primer proceso de independencia en las Américas comienza con la liberación de las 13 colonias originales del imperio Británico, que ocurrió entre 1774 y 1783, que comprende la declaración de independencia y finaliza con el tratado de París, Francia.
El venezolano más universal, conocido como el Generalísimo Francisco de Miranda se interesó por este proceso, este prócer viajó por varias partes del mundo e hizo contacto con figuras relevantes, consideradas los padres fundadores.
Miranda se maravilló de aquél proceso revolucionario emancipador en la Américas; es justo reconocer que impactó tremendamente en su pensamiento político y estimuló su práctica revolucionaria que lo llevó a convertirse en la figura estelar de su tiempo, al ser protagonista de los procesos revolucionarios más importantes de la época, como la Revolución Francesa; estuvo en tierras eurásicas como Rusia y regresa a promover e iniciar la independencia de nuestra América. Sin embargo, el Generalísimo no tuvo la oportunidad de observar que aquel importante y hermoso proceso de independencia del Imperio Británico inoculó en los padres fundadores la visión imperialista y expansionista anglosajona, constituyendo su pecado original que los llevaría a ser una potencia de dominación neocolonial, expresada en la doctrina Monroe, y es el centro de nuestras contradicciones y diferencias.
Nosotros también tenemos nuestros pecados originales, que los podemos nombrar sin miedo ni tapujos, el primero está en el acta de nuestra Independencia, nacimos como pueblo rebelde anti hegemónico, contrarios a cualquier dominación de cualquier potencia imperial, está en nuestra raíces; el segundo pecado original lo constituye la definición hecha por Chávez que la revolución Bolivariana es antiimperialista y socialista, allí podemos ubicar el centro de nuestras diferencias y contradicciones.
No es verdad que este es el peor momento de nuestras relaciones; están documentadas las duras situaciones que manejó el Padre Libertador con la naciente potencia norteamericana, sobre todo por su inconsecuencia con el proceso emancipador de nuestra América. Para citar sólo dos: una es la acción militar norteamericana contra la República de Florida en 1817, bajo control patriota, en abierto apoyo a los colonialistas españoles y una clara hostilidad a la causa de nuestra independencia.
El segundo lo constituye la captura de las goletas Tigre y Libertad en aguas del Orinoco repletas de armas para los españoles, hechos que recalcan su historia documentada y comprobada.
En consecuencia nuestra histórica relación ha sido compleja, hoy con más fuerza en esta parte del mundo se enfrentan estos dos proyectos, el Bolivarianismo y el Monroismo, estamos obligados a manejarlos políticamente en el marco del respeto, por vías civilizadas, diplomáticas para garantizar el propósito de la CELAC en la Habana en enero de 2014, América Latina y el Caribe territorio de Paz.
El espíritu del Grupo de Boston
Leopoldo Puchi Especial para El Universal
En una ocasión, cuando en 2016 se adelantaban diligencias para continuar las actividades del Grupo de Boston, varios de sus miembros, del Gobierno y oposición, se reunieron con el encargado de negocios estadounidense y algunos consejeros de esa representación diplomática en Caracas. Había venido a Venezuela William Delahunt, uno de los miembros fundadores del grupo, y se intercambiaban opiniones sobre la situación de nuestro país y en relación a la contienda electoral en la que poco tiempo después resultaría electo Donald Trump.
Uno de los consejeros tenia el entrecejo fruncido y de pronto pregunto: ¿Qué es eso del Grupo de Boston? Por supuesto, estaba enterado de su existencia, de algunas de las actividades que había realizado y que había surgido inicialmente como un grupo parlamentario de amistad, como los que se crean con frecuencia en los parlamentos. También estaba al corriente de las visitas e intercambios que se realizaban. Pero no entendía bien cual era su propósito o por qué continuaba funcionando tanto tiempo después de su creación. Varios de los presentes intentaron explicar su importancia con argumentos y análisis, cuando de pronto toma la palabra Pedro Díaz Blum y dice: “el Grupo de Boston es un sentimiento, un espíritu”. Varios de los presentes se quedaron atónitos frente a sus palabras, pero ciertamente, quizás esa es la mejor forma de definir al Boston.
Por supuesto, no es una cofradía de lazos estrechos ni de una fe común. Tampoco hay complacencias ni concesiones. Cada quien piensa y defiende sus puntos de vista. Pero hay un espíritu, un hilo de comprensión que mantiene sus partes entrelazadas. Y en coyunturas como la venezolana ese espíritu es muy útil. Siempre hay que valorar los pequeños pasos, los gestos inusuales, las pinceladas de tolerancia y las manos que se tienden.
No es sencilla la relación entre Estados Unidos y Venezuela, por más que las dos naciones estén unidas estrechamente por los lazos comunes de las gestas de independencia, los ideales republicanos que las animaron, los principios de libertad y soberanía en que se forjaron. Son valores que sientan las bases para relaciones fuertes de amistad. Del mismo modo, los dos países son parte de un mismo hemisferio y comparten un intercambio comercial grande, no solo petrolero. Y hay vínculos humanos innegables. Pero también los desarrollos desiguales, los intereses geopolíticos y la dinámica de concentración del poder económico y militar de las grandes potencias han generado tensiones a lo largo de la historia no solo con Venezuela sino con todos los países latinoamericanos. Cuando se pensaba que las doctrinas de dominio del siglo XIX habían quedado atrás, se nos “informa” que siguen vigentes. Y ni siquiera el fin de la Guerra Fría ha dado paso a un nuevo orden de relaciones basado en la cooperación y el respeto mutuo. Las brechas se vuelven a abrir y no terminan de cerrarse.
Tampoco es sencilla la relación entre los integrantes venezolanos del grupo, porque los acontecimientos presionan hacia el desencuentro y precipitan rupturas. Sin embargo, se ha logrado que prevalezca aquel espíritu al que se hacia referencia mas arriba. Ojalá ese testimonio sea útil y ayude a que los factores nacionales, no solo partidistas, encuentren formulas para avanzar en soluciones frente a los graves problemas actuales. Posiblemente “el método Boston”, que no es mediación ni arbitraje, pueda contribuir en esa dirección.
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