Caracas.-La abundancia de temazos de rock argentino de los setenta (más de un melómano melenudo verá amortizada la entrada al cine si se queda a los créditos finales con papel y lápiz), el ambiente juvénil y la estética colorista pueden hacer pensar que esta crónica, tan negra como pop, prefiere restar importancia a la parte criminal y dársela al retrato de personajes y costumbres. Nada más alejado de la realidad: este estupendo y muy personal biopic usa las mismas armas que su protagonista para que la dinamita pase desapercibida.
En la primera secuencia de ‘El ángel’, el delincuente habitual y ocasional asesino en serie Carlitos (Lorenzo Ferro, tan parecido físicamente a su contrapartida auténtica que hay imágenes de los diarios de sucesos de la época que, salvo por el blanco y negro habitual, podrían pasar por fotogramas de la película) entra en una casa abandonada y se adueña de todo lo que se le antoja. Durante un largo rato baila a los sones de ‘El extraño del pelo largo’ de La joven guardia, lo que deja bien claras las intenciones de la película: la inspiración está en la realidad, pero la interpretación es extremadamente libre.
Esa interpretación libre es la que hace que se puedan suavizar ciertos matices escabrosos de la historia real y que Carlitos sea contemplado con la misma fascinación con la que le vio la sociedad de la época: Cecilia Roth, que da vida a la madre del protagonista, le reconoció al director y coguionista de ‘El ángel’, Luis Ortega, que ella y sus amigas llevaban en sus carpetas fotos del delincuente, como si fuera una estrella del pop. El paralelismo con el subyugante magnetismo que caracteriza a serial killers como Charles Manson o Ted Bundy, pese a la diferencia en las circunstancias, es innegable.
La película juega a entender las abismales, enigmáticas motivaciones de Carlitos sin juzgarlo. Sin convertirse en héroe ni villano, simplemente contagiándose del demonio de las armas, del ansia infantil por acapararlo todo o de ese dejarse llevar por el ritmo de la música, ‘El ángel’ consigue, sin ser discursiva ni explicita en su mensaje, que empaticemos de algún modo, silencioso y feral, con ese ángel con actitud de esfinge que es Carlos Robledo Puch.
‘El ángel’: Cómo no creer en “esto es tuyo, esto es mío”
Pero por supuesto que la película tiene un posicionamiento moral, ya que del mismo modo que Carlitos no es únicamente el psicópata que un frío análisis clínico podría dictaminar, la película no es meramente un retrato jovial de un fenómeno social en la Argentina del pasado. Ortega ya demostró que tiene un punto de vista personal, por ejemplo, en ‘Historias de un clan’, miniserie también basada en hechos reales, pero aquí de una familia de delincuentes.
Por ejemplo, su sutilísima aproximación a la dúctil sexualidad de Carlos Robledo, tan complicada de definir como su propia moral, y que golpea al espectador desde brillantes líneas de diálogo como la réplica que le da a la madre de su cómplice Ramón, “prefiero a su marido”, cuando esta intenta seducirle. O la peculiarísima mezcla de homoerotismo y desencanto que experimenta (y nosotros percibimos) al comprobar que su amigo y amante Ramón tiene ambiciones artísticas que amortiguan por completo su lado salvaje, oscuro y sin domesticar, y que es el que Carlos necesita cerca.
Pese a su enfoque aguerrido y original, que demuestra a las claras que, como Ortega ha dicho en más de una entrevista, odia los biopics al uso, a veces ‘El ángel’ se enreda en su propia fascinación con su protagonista, y el equilibrio entre realismo cruento y aliento poético no siempre funciona. La película da a veces bandazos de tono y el comportamiento de Carlos es casi siempre fascinante, pero también a veces dramáticamente inconsistente.
Pequeños detalles que alejan a ‘El ángel’ de ser una obra redonda, pero que no desmerecen un conjunto estupendo y muy original, perfecto para sumergirse tanto en la Argentina de la época como en las motivaciones, siempre misteriosas e inasibles, que empujan a la mente de un criminal. Las extraordinarias interpretaciones (Chino Darín es también especialmente destacable) afilan un conjunto especial, incómodo y diferente.
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