El hombre, el niño, y el doctor navidad

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San Juan de los Morros.- El Hombre Navidad es el nombre que le dio el doctor Adolfo Rodríguez al poeta Alí Almeida. Nunca vimos mejor bautizo. Almeida, nacido en la esquina de “párate bueno” de la calle Zamora del San Juan de los Morros de Aragua. Alí nació en 1927, cerró sus ojos el 2010. Era hijo de Eulalia Almeida y de Juancito Rodríguez. Poeta por visión del mundo, por pasión y expresión de vida, periodista por profesión escogida, irrefrenable necesidad de informar, opinar, de llevar imágenes y hechos, aliado de la verdad y los derechos, honesto por gen dominante, lección bien enseñada y mejor aprehendida, honesto por decisión, tema, manía y obsesión a toda prueba.

El Niño Navidad es el nombre que le dimos  a Luis José nuestro nieto, es decir, hijo dos veces. Nacido en el hospital de su abuelo Israel el año 1995, ido del mundo por manos criminales,  un domingo de agosto del dos mil diez. Para Luis, igual que para Alí, la navidad es un espíritu festivo, compartir todo con todos, Luis iluminaba calle y casa, escuela y liceo, con su mirada y con su risa, era en verdad, una navidad todo el año, incluidos abrazos, visitas, brindis y parabienes.

El Doctor Navidad fue el nombre que Luis José  dio a su abuelo Israel sin haberlo conocido en persona. Cuando Luis nació, Israel había emprendido viaje hacía veintiún años. Lo conoció por nuestros relatos. Israel redoblaba sus brindis, aumentaba compras para celebrar con familia, amigos, conocidos y desconocidos. Contaba y cantaba de y a la vida. Nació para servir a la humanidad, ejerció un mester contra la muerte, devolvió sonrisas, curó cuerpos y alentó espíritus, se entregó a servir a la humanidad  sin reservas, sin horarios y sin contraprestación alguna.

El Hombre Navidad nació en la esquina de Párate Bueno, cruce de Zamora con Sucre, antiguo bahareque todavía en pié. Estudió, al igual que El Doctor Navidad, en la Escuela Aranda y en el Liceo Roscio. Se hizo fotógrafo y periodista sin que nadie lo enseñara, con una nota y una gráfica de un indigente que moría en una esquina de San Juan, enviada a un diario caraqueño y publicada en primera página. Trabajó en Caracas treinta años y cada sábado, religiosamente, venía a su pueblo y regresaba domingo por la tarde. Escribió poesía y cuento. Fue taurino de tendido de sol, admirador de Manolete, Paquirri y Girón. Idolatraba a Gardel. Aprendió a captar con maestría momentos e instantes.

El Niño Navidad nació en el hospital del abuelo Israel, estudió  en Los Llaneritos, en el colegio de doña Yolanda Muñoz y en el Liceo Roscio, como El Hombre Navidad y como El Doctor Navidad. Coleador desde los cinco años en su alazán dosalbos que le trajo de Ortiz su Tío Morocho José Israel, levantaba pesas con su vecino y hermano del alma, Caíto, jugaba Básquet en un aro que colocaron en plena  acera, frente a nuestro rancho. Quería ser abogado para ayudar a los pobres, decía una y otra vez. En diciembre vendía bengalas para ayudar a su amigo. Pelaba jojotos en una cachapera y lo que ganaba, lo repartía entre los niños del barrio para que compraran chucherías. Pedía la bendición a los adultos, a cada rato, y la brindaba a cada niño, todo el tiempo.

El Doctor Navidad llegaba silbando, muy de mañana al viejo Hospital, y a la penitenciaría, donde trabajó un cuarto de siglo. Su mayor lujo fue un Pick-Up comprado a crédito al señor Cosme Quarto, en el cual escuchaba a Gardel, a Benito  Quiroz y al isleño de Canarias Alfredo Krauss. Regalaba un fuerte de plata a cuanto niño se le cruzaba en el camino y brindaba con Antonio, Neptalí, Ramón de Jesús y Juancho Heredia; con Enrique Pérez Guanipa, Teobaldo Mieres, Alejandro Colina, José Antonio Vázquez, Alfredo Zapata, José Antonio Páez, Fabián Zerpa y con otros y otros, copa en alto, pedía, invocaba salud para todos y por la salud de todo un pueblo velaba con celo.

El Hombre Navidad sufrió del mal del temblar que llega para quedarse. Temblaba, primero un dedo, después un brazo y después todo el cuerpo, para quedarse al final rígido, rostro sin expresión, ojos tratando de decir sus brevísimos y amorosísimos discursos; con copa, vaso o botella en mano, hasta quedarse inmóvil, tras inmerecida agonía, con un papelito entre las manos, con un poema escrito la noche buena de año nuevo, del último año cuando pudo tomar la pluma y decirnos en verso las cosas del amor y del dolor. Su cuerpo convertido en cenizas, a su pedimento, fue lanzado por su hijo Igor, sobre el Morro mayor, desde el pequeño avión de las acrobacias, en la escuela que Igor fundó, dirigió y mantuvo hasta más no poder.

El Niño Navidad fue inocente víctima del imperio del crimen desatado desde hace dos décadas, en nombre del empoderamiento del pueblo. Hampa desatada, dejándonos sueños rotos, proyectos truncos y esperanzas muertas, con un ser que vivió para dar alegrías, para servirle a la gente, para hacer felices a cuantos pudo con una especial manera de ser, con un espíritu festivo todo el tiempo, en todas partes, levantando ánimos, dando fuerzas, encendiendo antorchas, rompiendo hielos, para  dejar uno y mil recuerdos de su canto, de su baile, de su encanto y de sus cosas geniales, geniales.

El Doctor Navidad, nacido en diciembre, en la Zaraza del año 22, murió en Caracas en diciembre del año 74. Cincuenta y dos años de vida intensa, de risas y sonrisas, de abrazos, besos. Caricias y brindis. Calló su voz de palabra sabia, se apagaron los luceros de sus ojos grandes, y cesaron las funciones de aquel cuerpo inquieto y diminuto, que enfermó temprano. El Doctor Navidad curaba con medicinas que regalaba, y con palabras que obsequiaba convencido de lo bello de la vida y lo grande del amor.

Este diciembre, ésta navidad, brindaré copa en alto, vacía, pero en alto, por ellos, por El Hombre Navidad, por El Niño Navidad y por El Doctor Navidad, los tres mejores amigos que El Dios de nuestras convicciones, de nuestros padres, de nuestros aciertos y de nuestra creencia, nos permitió. Tomaremos prestadas palabras de Neptalí Reyes, chileno, amado como Pablo, conocido como Neruda, hijo de obrero minero, voz de América  para éste y para otros mundos, así:

Para El Hombre Navidad: “Se desgranó como las uvas y el trigo”

Para El Niño Navidad: “Con la  iluminación que solo tienen los niños”

Y, para El Doctor Navidad: “En su conducta tenía más palabras que los libros”

¡SALUD!

Argenis Ranuárez

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