Más allá de la confrontación política y las permanentes acciones de agresión y amenazas militares desde el extranjero, el impacto de estas en la vida cotidiana es lo que más angustia y ocupa a nuestro pueblo hoy día. La hiperinflación y su par la hiper especulación, así como la imposición del dólar como moneda en la microeconomía familiar han pulverizado el salario, generando la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores y trabajadoras.
En estas circunstancias, estamos obligados a dar respuesta a esta situación que atraviesa la familia venezolana. Hay que crear, inventar, innovar políticas que permitan que la economía vuelva a estar al servicio del ser humano, como lo logramos en la primera década de este siglo.
Para esto, es necesario revisar los fundamentos y los logros pasados de nuestro modelo económico. En la introducción de la Agenda Alternativa Bolivariana (AAB) de 1996, presentada por el Comandante Chávez para contestar la agenda del gobierno de entonces y su política de restricción monetaria, deciamos:
“La AAB coloca los desequilibrios macrosociales en el primer rango y prioridad, para dejar en segundo plano a los desequilibrios macroeconómicos. ¿Cómo puede pensarse, por ejemplo, que solucionar el déficit fiscal pueda ser más urgente e importante que acabar con el hambre de millones de seres humanos?. Ante la ofensiva neoliberal, entonces, surge aquí y ahora un arma para la contraofensiva total”.
Ese planteamiento audaz del Comandante Chávez, con el cual hacia ruptura con las para entonces inobjetables tesis de restricción monetaria del neoliberalismo reinante, puso contra la pared al gobierno y su llamada Agenda Venezuela y fue la bandera para la acumulación de fuerzas necesarias que permitió la victoria popular de 1998.
Una vez lograda la victoria, el Presidente Chávez se empeñó, contra viento y marea, en cumplir su compromiso, plasmado en el programa de gobierno llamado “La propuesta de Hugo Chávez”, de construir un modelo económico humanista, autogestionario y competitivo. Un sistema económico que ubicara al ser humano en el centro de su ocupación, posibilitando la satisfacción de sus necesidades a partir de un nivel adecuado de ingreso real para la familia venezolana.
A lo largo de la primera década de este siglo XXI, Hugo Chávez demostró que al margen de las tesis monetaristas, se podía lograr crecimiento económico, con el pico histórico de 18, 3 % en el año 2004, con incrementos salariales anuales que nos llevaron a tener el salario más alto de la región, la expansión del consumo a niveles históricos, especialmente en el sector alimentos; con una masificación de las políticas crediticias, en condiciones preferenciales, que impactaron en la oferta de bienes y servicios.
Todo eso, con una tasa de inflación media, pero controlada y un régimen cambiario medianamente eficiente, sin que estas variables llegaran a afectar negativamente el poder adquisitivo del pueblo.
El objetivo de la Agenda Aternativa Bolivariana se cumplió, es verdad, no tuvimos déficit 0 ni inflación de un dígito, pero nuestro pueblo se alimentó, educó, tuvo acceso a la salud y a todos los derechos sociales, incrementamos la producción nacional a niveles históricos y nos convertimos en el país con la menor desigualdad social de nuestra América, con 0, 38 en el índice gini. Necesario es destacar, que todo se hizo con un promedio de menos de 60 dólares el barril petrolero a lo largo de toda la década.
Chávez tenía razón y lo demostró para el bien de la familia venezolana.
Hoy en medio de la criminal agresión económica, comercial, financiera y el embargo de nuestros activos estamos obligados a comenzar de nuevo, desechando las falacias monetaristas y concentrando nuestro esfuerzo y los escasos recursos en recuperar la producción nacional, en la activación de grandes obras públicas con recursos en bolívares, con nuestros propios materiales e insumos, con el personal profesional capacitado y patriota que está dispuesto para la tarea.
De manera creativa y audaz tenemos que concentrar nuestro esfuerzo en la recuperación del poder adquisitivo del pueblo trabajador y con ello su capacidad de acceder a los bienes básicos que podemos y debemos producir, generando desde adentro el dinamismo de nuestra economía.
Cuentan que decía Winston Churchill que números de economistas, tenían número de soluciones, pero que el señor Keynes siempre tenía N +1. Nosotros estamos obligados a encontrar ese + 1, más allá de las recetas neoliberales “reformadoras” que terminan siempre, siempre, siendo un calvario para los pueblos.
En la historia del siglo XX claro está que las naciones salieron de las grandes crisis, de las guerras y abordaron la reconstrucción en los periodos de posguerra con el activo rol promotor, regulador, inversor y ejecutor del Estado, en cooperación con el resto de los sectores de la economía.
Cuando logremos la estabilidad política y el cese de la agresión extranjera, será el tiempo de las necesarias transformaciones de la estructura económica. En medio de esta confrontación, como nunca antes cobra vigencia, la frase de Simón Rodríguez “O inventamos o erramos”, para que nuestro pueblo viva y venza.