Entre el lenguaje literario y el periodístico

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Mucho tiempo después del Big Bang, “la tierra estaba desordenada y vacía”.  Luego llegó la palabra a poner orden y llenó los espacios. Las cosas eran tan recientes, que carecían de nombre. Había que inventar algo para nombrarlas. Fue hecha pues, la luz, y con ella, el lenguaje.  

Entonces el lenguaje viene a ser –tomaré prestada una idea de Ludovico Silva— el más maravilloso y genesiaco invento. Nombro a Ludovico no porque quiera colearme como intelectual, sino que empecé este texto –vaya usted a saber por qué– aludiendo al primer libro del Pentateuco, y de pronto recordé la única frase, hasta ahora, que he leído de Ludovico.

Sin embargo, esto no trata de Ludovico ni de Macondo –que por ahí se me notan las costuras– y mucho menos de teología (en realidad todo se relaciona). Por tanto, volvamos al carril: trata del lenguaje, ese ingenioso sistema de signos, códigos y convenciones que ha colocado a la especie humana en la cúspide de la cadena evolutiva.

El lenguaje es un ente vivo (me atrevería a decir inmortal): cambia, evoluciona, se adapta y, cada tanto, experimenta una especie de mitosis lingüística. Una de estas bifurcaciones nos conduce al lenguaje literario y al periodístico. Veamos, muy por encima, sus características y, de esta manera, determinemos sus diferencias.

El lenguaje literario goza de ciertas licencias poéticas. En más de una ocasión se salta las reglas gramaticales. Además, gusta de coquetear con lo ficcional. También puede apelar a florituras y rebuscar las palabras más exóticas del diccionario. Adopta las modalidades de verso o prosa de acuerdo a lo que le convenga. Lo encontramos en obras de ficción como novelas o poemarios. Asimismo, cuenta con una tradición oral de larga data.

En cambio, el lenguaje periodístico se apega más a las normas. La estructura de sus oraciones se mantiene básica: sujeto + verbo + complemento. Evita, en la medida de lo posible, distorsionar los acontecimientos narrados. De igual manera, elude el uso de palabras complicadas, puesto que su función principal es informar. Su prosa es clara y precisa. El objetivo es que el lector capte el mensaje a la primera lectura. Este tipo de lenguaje lo vemos en periódicos y otros medios informativos, bien sean de forma oral o escrita.

Según la necesidad, se pude emplear cualquiera de los dos, o ambos. Con frecuencia se desdibujan los límites. Al fin de cuentas, todo pertenece al mismo amplio terreno del lenguaje.   

M. Llerena

J. M. Llerena/ Un equipaje a cuestas

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