Caracas.-Hay una grave enfermedad en la que el propio órgano se vuelve caníbal y se consume a si mismo. De qué se trata y qué la causa.
Del páncreas se habla poco y, cuando lo hacemos, suele ser en un contexto del cáncer, que arroja cifras y pronósticos muy oscuros: tan solo el 5% de los enfermos de cáncer de páncreas sobreviven cinco años después del diagnóstico.
Para entender esta enfermedad, lo primero que necesitamos es entender para qué sirve el páncreas. Es fácil que sepamos que es la fábrica de la insulina y el glucagón (y que, por tanto, juega un papel esencial en el desarrollo de la diabetes). Pero el páncreas tiene otra función importantísima, la producción de enzimas digestivas como la tripsina, amilasa y la lipasa, que sirven para hacer la digestión de azúcares, grasas y proteínas.
Su misión es digerir, y lo hacen tan bien que el páncreas las fabrica y las vierte en el duodeno, pero inactivas; de no ser así, si estuvieran activas en su interior, el páncreas se digeriría a sí mismo. Los especialistas asemejan estas enzimas a “pequeñas granadas con la espoleta puesta. Cuando llegan al duodeno, se encuentran con otras enzimas que les quitan la espoleta para que estallen y digieran los alimentos”.
Lo malo sucede cuando, por razones que aún no se conocen con claridad, ese sistema de seguridad falla y las enzimas se activan dentro del páncreas, volviéndose una especie de órgano caníbal, que se consume por las enzimas por él producidas.
“No conocemos los mecanismos intracelulares por los que sucede esto. Vemos que, en idénticas circunstancias, hay personas en las que se produce esta activación y otras en las que no. Puede haber predisposición genética, anatómica, incluso bioquímica”, expresaron los especialistas.
Los casos de pancreatitis leves que se superan en pocos días, y no dejan secuela alguna, pero hay otras con consecuencias sumamente graves que acompañan al paciente durante años. La primera clasificación que tenemos que hacer es para distinguir entre la enfermedad aguda y la crítica.
Son dos entidades que pueden tener un origen común y debutar de forma similar, pero que, como su propio nombre indica, evolucionan de forma diferente. En líneas generales, mientras en la aguda lo habitual es que el páncreas se recupere y solo hay que ayudar a evitar posibles complicaciones, en la pancreatitis crónica la enfermedad evoluciona hacia la destrucción progresiva de la glándula.
Pancreatitis aguda:
Comienza con un dolor súbito, una puñalada del esternón a la espalda que, a veces, se generaliza en todo el abdomen. Un dolor que se acentúa con el movimiento, por eso quien lo sufre tiende a acurrucarse y no suele prolongarse en el tiempo: 24-48 horas, en ocasiones hasta una semana. Las dos causas más frecuentes son: piedras en la vesícula biliar, allí donde desemboca el páncreas, y excesivo consumo de alcohol. Pero también las hay congénitas y de causa desconocida.
Al diagnóstico se llega por tres elementos, los síntomas que el paciente refiere, en primer lugar; después, una elevación en sangre de enzimas pancreáticos (la lipasa y la amilasa deben tener doblados o triplicados sus valores, como mínimo), y cambios morfológicos en la glándula, que no siempre se ven”.
Estos cambios son muy importantes. Hay un tipo de pancreatitis aguda que no deja lesión visible en el órgano; en ella encontramos dolor y elevación de enzimas, pero la glándula está normal. Y hay otro tipo, necrotizante, en la que hay estallido completo del páncreas, que puede digerir también órganos vecinos y producir insuficiencias respiratorias y cardíacas pero solo un 10 o 20% de estos pacientes pueden fallecer.
Ante la aparición de la enfermedad resulta fundamental un seguimiento muy estrecho del paciente para ver cómo evoluciona. A las 24-48 horas se les hace un escaneo para poder ver el grado de destrucción del páncreas y predecir cuál va a ser el recorrido.
Pancreatitis crónica:
En esta clase, la enfermedad va evolucionando hasta llegar a destruir la glándula, que deja de funcionar. En los estadios iniciales suele producir un dolor difícil de tratar, que requiere potentes analgésicos, incluso derivados de la morfina. También se puede hacer un bloqueo de los nervios del plexo celiaco, que recogen la sensibilidad del páncreas, para evitar que llegue la señal del dolor al cerebro.
Con el paso de los años, se llega a un páncreas quemado, que ya no duele, y surge una insuficiencia pancreática que provoca distintos síntomas. Se va produciendo un deterioro progresivo del paciente, que no muere por la pancreatitis, sino por las complicaciones que provocan: por un lado, la diabetes; por otro, las malas digestiones debidas a la falta de enzimas digestivos que provocan una mala absorción de nutrientes. Desgraciadamente, poco puede hacerse para frenar la evolución.
Puesto que muchas de las complicaciones se deben a problemas en la absorción de nutrientes, es importante cuidar la alimentación. Se recomienda una dieta baja en grasas y azúcares, pero rica en proteínas y suplementos vitamínicos. Nos interesa enlentecer el tránsito para permitir que haya absorción de nutrientes no solo en cantidad, sino también en calidad, que no se absorban sustancias lesivas o que produzcan metabolitos tóxicos.
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