I La realidad se hace sentir crudamente en la calle. Caminando, viendo, hablando y escuchando se puede hacer un sondeo de lo que se vive en el país de una manera directa, visceral y mayormente desagradable.
En el campo de nuestra supervivencia, tal parece que puede distinguirse la realidad no a escala de grises, sino en blanco y negro, con perspectivas absolutamente distintas de lo que parece ser evidente.
Hay entonces, una realidad dividida y que no se presta para gradación, sino que están yuxtapuestas, como si se pudiese colocar un muro entre dos individuos.
II Los regímenes autoritarios evolucionan, como todo, con el paso del tiempo. Ya al parecer no hacen muros de concreto para “defender” (dividir) territorios, sino que, al ver que esos muros históricamente han caído sin reparos, es más factible no gastar el dinero en estos muros, sino en muros psicológicos.
Estos son aún más difíciles de derribar. Nunca he visto a alguien cambiando de parecer dándose martillazos en la cabeza. Inteligentemente, las nuevas especies de dictaduras manejan a la sociedad civil no sólo mediante la fuerza (que lo hacen evidentemente) sino que la utilizan como un instrumento de poder.
Este instrumento de poder no es la voluntad popular, no, es la creación de un Muro Psicológico dentro del colectivo. Es decir: “Mientras ustedes se pelean, yo robo”.
III Hay entonces realidades paralelas. Un contraste inmenso que parece hasta ridículo. En un inmenso campo de concentración como el nuestro, nos dispensan las mismas migajas a todos.
El truco está evidentemente en los “beneficios” (privilegios) que puede tener un individuo sobre otro. Es la ilusión del bienestar, los lentes del “todo está bien”.
Si hay alguien que cree firmemente que en un campo de concentración todo está bien, es porque algo verdaderamente está bien, pero para él. Si tú no tienes qué comer, andarás irascible y débil, pero de pronto al frente está alguien y dice que se le hace increíble que veas todo mal, ¿Cómo es posible que digas que no hay comida si en todos lados hay? Claro, él puede comprar y comer esa comida, y le parecerá que “evidentemente” “todo está bien”.
Esta ilusión no solo aparecerá cuando alguien puede comer o no, que es la parte más trágica quizás. Pero esta ilusión de que todo está bien se ve en otro caso muy común: “¡ESTAMOS EN DEMOCRACIA!”.
Obviamente si un individuo puede protestar tranquilamente, sin correr el riesgo de ser asesinado, golpeado o apresado, sin titubeos dirá: “Indudablemente esto es democracia”. Pero no ve (o no quiere ver) que del otro lado de la avenida los gases lacrimógenos suben. Dos mundos en una misma calle.
IV El muro con cada palabra se hace más alto. Porque es un muro necio (de ambos lados). Es un muro pintado de izquierda y derecha. Mientras más crece el muro, el tirano en su trono hace sonar su risa de patán.
V El enemigo no está a mi lado, de ninguna manera. El tirano está en frente. Este muro no es más que el producto de un largo discurso segregacionista, y estratégicamente fomentado para dividir a un pueblo sin necesidad de dividir en dos el territorio.
Francisco Rodríguez Sotomayor