Como lo reza Carlos Baute en su tema: “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, yo me quedo en Venezuela, porque yo soy optimista”. Es una entonación valiente y arriesgada que dibuja el amor patrio, el orgullo y regocijo de haber nacido en el mejor país del mundo.
Yo me quedo en Venezuela, a sabiendas de la falta voluntad política gubernamental de resolver la grave crisis agroalimentaria, inmisericorde a la población, aun cuando caminamos sobre las mayores reservas petróleo-gasíferas del mundo.
Yo me quedo en Venezuela, dotada por la madre naturaleza de millones de hectáreas de tierras fértiles, donde brotan cultivos como: algodón, maíz, café, arroz, cacao, plátano, yuca, cereales y frutales de toda clase, tierras con perfil ganadero, aguas subterráneas abundantes y puras en casi todo el territorio nacional, con acuíferos que nos garantizan el vital líquido y peces de agua dulce de gran valor comercial.
Yo me quedo en Venezuela, por su variado clima estable durante todo el año, y relieves con bajíos y altiplanicies, de montañas y llanuras, serranías de baja y media altura, de excelente perfil para la ganadería, brindándonos excelentes carnes de origen animal (ganado bovino, avícolas, cerdos, piscícolas, ovinos, caprinos), entre otras.
Yo me quedo en Venezuela, con su mar territorial, que alberga riquezas incalculables y desconocidas e inimaginables: hierro, bauxita, oro, coltán, tilium, entre otros, nos permiten disponer de una enorme capacidad económica y un potencial de endeudamiento, permitiendo echar a volar el pensamiento y emprender cualquier proyecto por costoso que pudiera parecer.
Yo me quedo en Venezuela, por su capital humano, por su gentilicio, por la calidez de un abrazo de un ser querido que regresa a consecuencia del Covid19. Porque no decirlo, yo me quedo en Venezuela (cocinando a leña, pero aguantando la pela…), porque en ella tengo el mejor plato del mundo, la arepa venezolana, hecha con maíz venezolano. Cosechado en suelos fértiles y abonados con saberes ancestrales que nos definen como un pueblo indomable ante la opresión.
Yo me quedo en Venezuela, dispuesto a dar el todo por el país que me vio nacer, a decir verdades, evaluando políticas agrarias buenas o menos buenas. Ante un Estado sordo a las demandas de los productores agropecuarios criollos, y principal importador de alimentos.
Yo me quedo en Venezuela, con su araguaney o flor amarillo (como también se le conoce), por el pabellón criollo, que resume en un solo plato culinario lo hermoso de ser venezolano.
Por todo lo antes expuesto y más, yo me quedo en Venezuela porque estoy dispuesto a seguir luchando hasta lograr su plena libertad.
Gilmer Acevedo