Dicen que a caballo regalado no se le mira colmillo, refiriéndose a que cuando te regalan algo no deberías verle ningún detalle. Pero qué pasa cuando ves a una persona muy regalada. Esas que por ejemplo a todo le dicen sí, o intentan agradarte en todo. Es como raro ¿no?.
Me he topado con varios caballitos regalados. Hace un tiempo conocí a un abogado excesivamente amable, al punto de ser adulador. Casi que decía ¡Ven! ¿Dónde te pongo? Lo que quieras, sólo pídelo.
Por suerte no era a mí que éste intentaba agradar, pero le dije a mi amigo que no me fiaba. En efecto el tipo resultó ser un estafador.
Es que los abogados tienen fama.
Así como este ejemplo laboral, pasa a nivel de las emociones. Porque una cosa es que seas amable, diplomático, o que si te gusta alguien trates de mostrarle afecto. Pero de ahí a que sean excesivamente regalados… no sé… no me fío, ni que se pongan un lacito.
Aún quedamos mujeres ingenuas que creemos en los hombres, y me incluyo porque a veces a una se le van los tiempos y como que no asimila que algunos tipos son unos embaucadores.
Pero por experiencia estoy segura que hay que desconfiar de aquel que te ofrezca villas y castillas, la luna, el sol y las estrellas. Quiero viajar, yo te llevo; quiero un masaje, yo te lo hago; me apetece un vino, vamos a tomarnos uno; necesito ayuda, aquí estoy para lo que necesites mi amor.
Primero, que del dicho al hecho hay mucho; o como dijo Francisco Quevedo, escritor español: “Nadie ofrece tanto, como aquél que no va a cumplir”.
Con esto no quiero decir que las atenciones no son buenas, mas bien, a nosotras nos encanta sentirnos las reinas de la fiesta, que nos tomen en cuenta y por supuesto que pretendan agradarnos.
El punto es cuando deja de ser una complacencia atractiva y pasa a ser adulación. Como si quisiera mostrar algo que no es, o si temiera que se note que dentro del estuche es hueco.
Desconozco si esas tácticas de ofrecer y ofrecer funcionan, si aún pueden llevar a la cama a una mujer con sólo pintarle pajaritos e inventarle un afecto que no existe (acción bastante repugnante por cierto). Pero seguro que mejor conectan los halagos sinceros, los gestos reales.
En tiempos de antaño, la palabra era un documento, las promesas eran compromisos de vida o muerte.
Sin embargo, en estos tiempos de ahora, algunos han convertido las palabras en burla; pero cumplidores o no, lo que decimos y lo que hacemos inevitablemente nos terminan definiendo.
Keimary Ruiz H. / Periodista@keiruizh / C.N.P. 20.296