Querida he leído todo lo que escribiste en la carta que me hiciste llegar la semana pasada y aunque no recuerde a ciencia cierta lo que dijiste, sé que estaba muy bien escrito todo. Bien bonito, como tú siempre te destacas dando tus argumentos.
Lo que sí recuerdo, es que cuando nos conocimos te parecían de lo más atractivas muchas de las actitudes que tengo, que hoy aborreces. Por ejemplo esa forma de ser a veces distraída, era para tu deleitarte en risas, ahora resulta que es el peor error que tengo, según tú.
Es verdad eso de que cambiamos, por ejemplo tu dejaste de ser divertida, alegre y dispuesta. Ahora mayormente tienes excusas, nada te gusta y por supuesto muy pocos chistes te hacen reír.
Es difícil complacerte querida esposa, creo que hay algo de lo que siempre hablas: nos hemos dejado de comunicar y cada uno anda sumergido en lo suyo. Eso también pasa en la mayoría de las relaciones, porque nadie es perfecto, ¿sabes?.
Te cuento que a mí me gustaría más de tu compañía, de mi esposa de antes, yo se que las cosas evolucionan, además están los quehaceres, los niños, pero deberías tener tiempo para mí. Incluso creo que el día debe tener 24 horas para los hombres y al menos 30 horas para ustedes, a ver si les alcanza.
Lo otro es que no hay nada que supla mi gran afición a la tele, ni a los deportes, no hay forma ni manera. Además recuerda que si estamos ahí el control es mío, comprende algo cariño, al menos en ese espacio nos encanta tener control.
De lo demás pues no te quejes tanto querida, y por cierto deja la excusa constante del dolor de cabeza cada vez que intento un encuentro sexual. Malo no sería que tomaras la iniciativa de vez en cuando, como antes.
Con todo y los defectos que tengo, que tu engrandeces, sería larga la lista si me pongo a enumerar los tuyos. Yo creo en eso de: ¿Qué haríamos los hombres sin las mujeres?, pero piénsalo: ¿Qué harían ustedes sin nosotros?.