Joven migrante: “Cae el gobierno y me regreso a reconstruir Venezuela”

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Muchos migrantes solicitan a los choferes que los dejen vender sus productos en sus unidades. / Foto: Carlos Briceño

Caracas.- “Amigo, ¿me permite trabajar?” -Eso no es trabajar, es mendigar-; le responde el chofer al joven que amablemente le pide permiso para vender dulces dentro de la unidad de transporte que transita por la zona norte de la ciudad de Bogotá, Colombia.

Lo que posiblemente este conductor del transporte público desconoce es que eso que él llama “mendigar” es la labor que le permite a éste y a muchos jóvenes venezolanos ayudar a sus familiares y costearse sus gastos en un país que no es el suyo, en un territorio donde las oportunidades de empleo no son muy variadas para los migrantes de Venezuela.

Al de la gorrita le llaman “Coco”; el moreno es Nicolás, pero sus compañeros le dicen “Kolacho”, su dialecto originario de Petare, Caracas, es bien marcado al momento de hacer bromas. Allí, en el parche, como ellos denominan la “pista de trabajo”, también se encuentran “Morta”, Luigy, Carlos, Felipe, Melvin, Luis, Raymond y Yaquelin… Habían más, pero algunos decidieron buscar otras opciones en Perú.

Casi todos tienen apodos y a quien no lo tiene se lo colocan, típico de los venezolanos que sacan un chiste hasta de las situaciones más difíciles.

Y es precisamente el buen humor de estos jóvenes venezolanos lo que les permite mantenerse fuertes luego de que el chofer les cierra la puerta en la cara o dirige mensajes ofensivos… como si para ellos fuera un gusto trabajar de este modo, como si emigrar, alejarse de sus familias y dejar de ejercer la profesión que muchos obtuvieron en Venezuela representara un agrado. Bien dicen por allí que “pocos entienden de razones”.

Por la familia lo que sea

Jóvenes venezolanos inundan las calles de Bogotá. / Foto: Carlos Briceño

No se trata solo del que vende dentro del autobús, también están aquellos que deben trabajar hasta 12 horas por debajo de lo justo, esos que deben soportar cualquier tipo de gritos y humillaciones o de lo contrario son despedidos.

Incluso, son incontables los casos de venezolanos que han trabajado en el exterior esperando un sueldo prometido que nunca llega o que les cancelan a “medias” con eso de “lo tomas o lo dejas, pero es lo que hay para ustedes”. Esta es la razón que conduce a muchos a comercializar en la calle, por cuenta propia.

Sin embargo, también hay gente noble que se pone la mano en el corazón y refleja solidaridad hacia estos muchachos extranjeros.

“Soportamos todo, hasta esos mensajes ofensivos de Maduro en los que dice que nos fuimos del país a lavar pocetas. Prefiero lavar pocetas que dejar a mi familia morir de hambre, porque eso es Maduro y su gente, eso es la revolución: hambre y miseria”, comentan los jóvenes migrantes.

El conductor aprieta el acelerador luego de cerrar la puerta para evitar que los vendedores informales que se ubican en la zona de Chapinero o en cualquiera de los puntos de Bogotá logren montarse a ofrecer sus dulces.

“Chamo no entiendo que les cuesta dejarnos trabajar, ser decentes. Yo recuerdo que en el barrio vivían muchísimos colombianos y hasta salíamos a rumbear, todos decían que en Venezuela la gente era una chimba, como dicen aquí para referirse a las personas que son calidad”, menciona Luis Álvarez, un valenciano que se graduó en su país de diseñador gráfico, venezolano al que le tocó migrar.

La esperanza sigue viva

Hay quienes se solidarizan con las penurias que sufren los jóvenes venezolanos. / Foto: Carlos Briceño

Suenan las campanas de la iglesia “Nuestra Señora de Lourdes”, el reloj marca las 6:00 pm. Autobuses repletos, transeúntes que aceleran el paso y la inquietud de aquellos jóvenes que deben completar como mínimo los 20 mil pesos, ilustran el momento.

Por ratos, una que otra broma y la entonación de la salsa al estilo caraqueño, mientras pasa la hora pico, no se hacen esperar.

“Ustedes se imaginan que ahora yo me meta en Internet desde mi celular y aparezca en los portales: ‘¡Extra, extra, cae la dictadura en Venezuela!'”, expresa el joven periodista que también labora con la comercialización de golosinas.

“Uy menor, yo me regreso de una, así sea caminando”, responde Nicolás, “Kolacho”, desde el otro lado de la acera.

“Es lo que le pido a Dios todos los días. Hay que trabajar duro para tener dinero para cuando eso suceda… ojalá y sea pronto. Yo sueño con montar una panadería, bueno, en realidad no será mía, sino de mi hija”; agrega Eduardo García, conocido por sus compañeros como “Coco”.

“Tengamos fe. Yo mantengo la esperanza de que eso pronto pasará. Volveremos y entre todos reconstruiremos Venezuela, será fácil porque tenemos las ganas… Hemos aprendido a valorar lo nuestro. Yo trabajaré en la televisión y un día mientras esté reportando, ustedes pasarán y me saludarán desde sus camionetas. Amén, amén”, exterioriza el comunicador social.

“Así será. Bueno, mientras Dios nos cumple ese deseo, sigamos trabajando. Aquel autobús viene bueno. Vamos a ver si el chofer me abre la puerta, sino me tocará montarme sin pedir permiso, toca”, completa Melvin, otro de los vendedores, mientras camina hacia el vehículo en el que pretende obtener dinero.

Sus miradas se cristalizan, solo pensar en ese momento cuando regresarán a Venezuela les genera una emoción indescriptible, esa esperanza les permite recordar que toda humillación, rechazo y sufrimiento es “temporal”. La esperanza de los jóvenes migrantes les permite afirmar que “esta pesadilla pronto acabará”.

Fuente

Trabajo especial de Carlos Briceño

El Universal

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