Corrían los años 2000. Años difíciles para todos los venezolanos, la familia Arteaga no era la excepción. Doña María, maestra jubilada y divorciada. Madre de una niña; Esperanza Arteaga, así la llamó. Su nacimiento representó la alegría que por muchos años irradió mientras tuvo en presencia terrenal
La familia Arteaga, era de clase media baja, doña María con su sueldo de maestra medianamente vivía. Aunque con el pasar del tiempo cada día veía menguado su sueldo.
Tenía a su cargo a su madre doña Paula, una mujer de 80 años, que nunca superó la muerte de su esposo. Por allá en los años 40, una gran explosión lo hizo volar por los aires en un campo petrolero. Nunca fue encontrado.
Esperanza desde su nacimiento despertó el cariño de todos, sus primeros meses fueron normales. Sus grandes ojos negros evocaban una intensa mirada.
Con el pasar del tiempo su pequeño cuerpo fue modificándose de manera extraña. Causa que originaron diagnósticos médicos. Los resultados fueron dados por los galenos, la niña sufría una extraña enfermedad de descalcificación de los huesos que a su vez creaba deformaciones con intensos dolores que aburrieron a Esperanza por el resto de su vida.
El tiempo transcurrió entre complejidades y mucho dolor para la familia que le tocó salir adelante de una época difícil. Los medicamentos aumentaban cada día, y la pensión se diluida, siendo cada día más difícil complementar con la dieta estricta que tenía.
Así transcurrieron los años entre sacrificio y mucho dolor. Doña María nunca perdió la esperanza. Nunca perdió la fe.
Fue una mujer criada en un hogar católico, sus padres fueron fervientes creyentes y todos los domingos la misa era obligada para toda la familia.
Esperanza se había hecho mujer, siempre trató de llevar una vida normal, el amor no estuvo exento de su vida. Entre sus dolores y tiempo de tranquilidad conoció a Fernando, un muchacho de buena familia, algo nerd, dirían para la época.
En realidad a ella no le importaba, solo quería a alguien que le acompañara en sus momentos de angustias y soledad.
Fueron pocos los momentos de intimidad que tuvo, los dolores nunca dejaron a Esperanza. Eso hacía que su cuerpo provocará otra sensación que no fuera el dolor, así le tocó vivir toda su vida.
Doña Paula en ocasiones le decía, sentada en una poltrona mientras echaba un escupitajo de tabaco en un charol; “muchacha cuando vas a tener un hijo”.
Ella desconocía las condiciones de su hija, nunca pensó que un embarazo seria llevarla a la tumba.
Esperanza nunca pudo llevar una vida normal debía cuidarse al extremo, una caída sería fatal para ella, pero no pudo evitar su destino ya que un día en el baño sufrió un accidente doméstico esto cambio su vida para siempre.
Los gritos se hicieron escuchar, la madre enseguida acudió a la ayuda y entre nervios y llanto logró sacarla del baño. Lugar que marcaría su destino para siempre. El hospital local la esperaba, a partir de allí nada sería igual.
El diagnóstico médico arrojaba una fractura a nivel del fémur. La delicada situación de enfermedad hacía de esta fractura una sentencia de muerte para Esperanza.
Ya postrada en una cama, sus ánimos fueron decayendo, pero su madre nunca perdió la fe, un tutor era la solución para poder llevar a una normalidad relativa el tiempo que le quedaba de vida a su hija.
Así pasó el tiempo, eran 300 dólares que necesitaba para la compra del tutor. Doña María siempre mantuvo sus convicciones de lucha por su hija. Entre tortas, rifas, vendimia, colaboraciones, logró reunir para la compra del tutor. La esperanza de volver a la normalidad a su hija estaba a la vuelta de la esquina y ya las carta estaban echadas.
Llegó el día de la operación, los médicos dispusieron de toda los instrumentos necesarios. Esperanza, veía que ese día se le hacía eterno. Cada minuto, cada segundo le desesperaba. La espera se volvía un tormento. Un beso del novio de despedida anunciaba que el momento había llegado. El nunca pensó que la estaba despidiendo para siempre.
Esperanza estaba dispuesta a darlo todo por volver a la normalidad. En la sala de espera se encontraba su madre, orando pidiéndole a Dios, porque todo saliera bien. Su corazón estaba acelerado y una corazonada le decía que algo saldría mal.
Una operación de una hora se convirtió en 3, cada minuto, cada segundo era una tortura para doña María, que esperaba desesperadamente el resultado final.
En la sala de operaciones todo se complicaba terminando la operación. Después de haber sido un éxito, terminó en una tragedia. Esperanza se descompensada no podían controlar sus signos vitales, su corazón empezó a latir cada vez más lento, sus pulsaciones disminuían hasta que dejó de latir. Los intentos por reanimarla fueron inútiles. Esperanza había fallecido.
Tocó al médico dar la trágica noticia. Doña María ya presentía lo que había ocurrido. Un llanto se escuchó en todo el hospital y su eco recorrió los pasillos vacíos. Enseguida llegaron familiares y amigos a dar consuelo a la mujer que había quedado abatida por un inmenso dolor. El cadáver de Esperanza fue trasladado a la morgue.
La familia busco los servicios funerarios para las exequias, alguien llegó de manera muy discreta y advirtió a José, tío de Esperanza del peligro que corría si dejaban mucho tiempo el cadáver solo. “Esa muchacha le colocaron un tutor y eso vale billete, mosca y se lo roban”, advirtió.
La familia aún no salía de su angustia y dolor cuando José se dirigió a la morgue, ya el cadáver no se encontraba allí, había sido trasladado hasta la funeraria, al llegar solicitaron el tutor y la repuesta fue que no lo tenía.
El asombro se apoderó de la familia y nunca se dieron cuenta en qué momento hurtaron el tutor de Esperanza.
Todo sucedió en minutos, quien hurto el tutor de Esperanza, ¿Sería el médico?, ¿en la morgue quizás?, ¿en la funeraria?
Nunca se encontraron los culpables, de este robo. Para la familia no tenía importancia, ya que el dolor que tenían era grande.
Nunca denunciaron y quizás el tutor fue a parar en la reventa, en el mercado negro donde nada tiene partida de nacimiento.
Julio Ramos / Director de Notiexpres24