Caracas.- Recuerdo como si fuese ayer la primera vez que vi ‘El mundo perdido’, la genial secuela del enésimo clásico instantáneo gestado por Steven Spielberg ‘Parque jurásico’. En mi retina quedó grabada a fuego la violencia que impregnaba algunos pasajes del relato, acorde a su prominente oscuridad y al incremento del peso del terror en el mismo, y que hizo al filme merecedor de una comprensible calificación por edades para mayores de trece años.
Poco más de dos décadas más tarde, la tiranía del box office y el comprensible interés por hacer caja abarcando al mayor espectro de público posible, han transformado lo que antaño era un PG13 a la altura de un contenido mínimamente turbador en una etiqueta que impide a algunos grandes blockbusters contemporáneos dar rienda suelta a unas aspiraciones genéricas y tonales truncadas.
‘Jurassic World: El reino caído’ es el último gran ejemplo que evidencia esta práctica, que sepulta su atronador sentido del espectáculo y la brillante —aunque carente de personalidad— dirección de J.A. Bayona bajo un guión escrito con el piloto automático encendido y un excesivo blanqueamiento que minimiza el impacto potencial de sus tramos más lóbregos. Elementos que impiden a la cinta despegar por completo y que la relegan a un meritorio tercer puesto dentro de la estimable saga jurásica.
Sería totalmente injusto defenestrar por completo la fantástica labor que el realizador catalán y su equipo han llevado a cabo para ofrecer un entretenimiento de primer nivel tal y como dictan los cánones de las superproducciones actuales; especialmente durante una primera mitad dominada por la esencia del cine de aventuras de la casa Amblin y en la que la emoción y el mejor despliegue audiovisual imaginable encuentran su punto álgido.
Es durante estos compases previos al mid-point del largometraje cuando el director hace pleno uso de su dominio del lenguaje “spielbergiano”, con un trabajo de cámara y una puesta en escena tan impersonales como sobradamente efectivos que dan forma a los momentos más equilibrados del metraje en cuanto a la coherencia entre forma y fondo se refiere.
Por desgracia, la llegada del ecuador de ‘El reino caído’ trae bajo el brazo un, a priori, estimulante giro de 180 grados que, además de transformar la película en un ejercicio hermanado con el horror gótico —mansión tenebrosa y monstruo a lo Hammer incluidos—, revela a un Bayona que parece estar luchando por hacer visible su sello y por sacar adelante un filme que el gran estudio responsable no está muy por la labor de aprobar.
Todo esto puede sintetizarse aludiendo a una irritante falta de agallas que, además de afectar a su edulcorada narrativa, crea una sensación —real o no— de que el tono oscuro que envuelve la segunda parte de la historia es algo impostado y deshonesto; impresión que acentúa el “terror” blando, suave y para todos los públicos en el que las dentelladas no hacen manar sangre, los personajes no pronuncian una sola palabra malsonante y los desmembramientos quedan desplazados a un forzado fuera de campo.
Al principio de este texto puntualizaba lo fresco que se mantiene mi recuerdo de ‘El mundo perdido’. Para concluirlo debo confesar que, pese a haber disfrutado plenamente el inocuo divertimento que brinda ‘El reino caído’, ya lo he olvidado casi por completo. Y el motivo no radica, ni mucho menos, en la nostalgia rancia y trasnochada —uno de los mayores males de la industria actual, especialmente cuando es más entendida—, sino en esa falta de valentía de unos estudios más preocupados en dejar claro que existe un futuro para su franquicia que en ser congruentes con el contenido y el tratamiento de sus producciones.
Fuente
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