¿Qué pasará el día después, cuando la debacle pase —porque pasará—, cuando las fuerzas demoledoras encuentren el freno que en este momento no alcanzamos a vislumbrar, pero que no puede no ser? Entonces vendrá ese día en el que nos levantaremos, primeramente, a contemplar las ruinas del huracán que pasó, a lamentar que lo que fue edificado con la paciencia del tiempo tuviese las fallas que facilitaron su destrucción.
Ese día, cuando la calma sobrevenga, conoceremos la magnitud de los daños y caeremos en cuenta de que eran superiores a lo que imaginábamos; y nos dolerá más saber que la tragedia fue humana, que el huracán fuimos nosotros. Entonces, habrá que recoger todo lo roto, botar los escombros (reciclar, para que no me caigan los ambientalistas) y reconstruir la casa común con la mente puesta en que debemos reforzarla para que una devastación igual no nos sorprenda de nuevo.
Cuando pienso en ese día y hago mentalmente el inventario de las mentes prodigiosas que la fuerza civil de nuestra tierra ha producido en todos los sectores, me lleno de esperanza. La reedificación será retadora, será monumental. Aun en este momento en que la tormenta se siente en toda su ferocidad, hay que poner la mente en el futuro, en el futuro y en las mentes brillantes con las que contamos.
Hay venezolanos extraordinarios en nuestra tierra y regados por el mundo. Gente que sabe de petróleo, de economía, del gobierno de las naciones, porque lo han estudiado durante toda la vida, preparándose para un llamado que nunca se ha producido. Médicos nuestros que dan clases de cómo salvar corazones; sopranos que cantan en calles abandonadas del sur; niñas que con la magia de las cartas cuentan nuestra tragedia y nos conmueven. Hay jóvenes venezolanos estudiando en todas las universidades de este diverso planeta. Ellos vendrán cuando se les convoque. Será maravilloso verlos venir, ver los retratos de los piecitos que vuelven, caminando sobre Cruz–Diez. Y los recibiremos y habrá pancartas, calles, flores y canciones. Y no habrá que vender la conciencia para cantar. Será una reconstrucción hermosa por lo largamente anhelada, llena de creatividad e iniciativa, como le enseñaban a uno en primaria.
En el fondo, el gran reto de esa reedificación nacional será el que movía la angustia de Bolívar en Angostura: la creación de una ciudadanía consciente, respetuosa de las leyes; la erradicación de eso que él no llamó así porque uno no sabe si existía la expresión en ese tiempo, pero que nosotros englobamos bajo el concepto de la “viveza criolla”, que incluye muchas cosas y no solo el “vil egoísmo que otra vez triunfó” y el afán de enriquecerse a costa de todos, sino también esa actitud mental de usar todo lo público —leyes incluidas— para sacar provecho y ventaja sobre los ciudadanos honestos. Moral y luces siguen siendo nuestras primeras necesidades. Reeducarnos para no seguir construyendo edificios endebles y prevenir tragedias.
En este difícil momento, que quedará registrado como de los más duros y difíciles de nuestra historia, pienso en ese día, en el día después. Creo que nuestras mentes brillantes deben estar puestas no en la inútil discusión de qué arquitecto va a desarrollar el proyecto —tenemos muchos y muy buenos—. En lo que hay que pensar es en los planos, que es lo que requiere echarle coco.
La tormenta me atormenta; pero, en este duro momento, pensar en los retos del día después entusiasma, porque uno sabe que tenemos con qué.
Fuente
Laureano Márquez