Los Tubazos del Domingo / El Men nos dejó un diccionario y mil lecciones de vida

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Me preparo para escribir la acostumbrada columna del domingo y  descubro, el sábado muy temprano, que la vida nos tendió una emboscada.

Se fue Víctor Ortega “El Men”.  58 años tenía, un infarto se impuso por encima de su andante alegría.

Víctor Ortega era una especie de filósofo popular, un ser ideal para plantarse a conversar sobre política, cultura y lo que sea. 

Su nombre era Víctor, pero no lo llamaban Víctor. Me atrevo a asegurar que nunca escuché a nadie mencionarlo así.

Era un tipo tan especial que él decidió ponerse su apodo. De esta manera, todos lo llamaban de la misma manera que él llamaba a todos.

Si era un desconocido  o de poca confianza le decía “Men”. Si era un amigo  cercano utilizaba la expresión “Mencito”, y si era una dama “Mencita”.

Si la dama le daba la oportunidad le decía “Bella dama”, mientras sujetaba su mano. En ocasiones conjugaba su apodo y decía “Menes y menas”. 

Cuando le preguntábamos por la situación actual del país, se pasaba la mano por la cabeza y soltaba la frase célebre: “No es fácil”.

Si hablábamos de cosas misteriosas e inexplicables este  exponía con sapiencia: “hay que creer en vainas”. Y si el tema era de alguien que en público hacía algo indebido explicaba: “Todos los días sale un loco a la calle”.

Si hablábamos de una persona muy mala o que había hecho algo cuestionable, él sentenciaba: “Esa vieja perra”.

Ni lo de vieja, ni lo de perra eran expresiones femeninas. Solo las utilizaba en hombres. Con las damas el Men era otra cosa. Un Caballaro, con mayúsculas.

Si alguien decía una cuestión sin sentido este afirmaba en esa mezcla de psicólogo y maestro: “Se le corrió una teja”, para decir, “se volvió loco”. Luego remataba diciendo “como hay loco y llegado más mencito”

Un día le pregunté por un amigo en común que había llegado a un alto cargo y este me respondió: “Mire mencito esa doña no fue que se le corrió una teja, a esa se le dañó toda la platabanda”, de está manera me explicó como el mencionado funcionario, no era que hacia locuras, sino que vivía de locuras.

El Men era el conversador que todo el mundo quería tener en una reunión, charla o velorio. Narrador nato. Contador de historias y anécdotas. Y lo mejor de todo: era muy raro verlo molesto.

Encontrarse al Men era bueno, pues este se encargaba de recordarte a tu mamá, alguna tía o algún amigo. Era una especie de red social, en donde alguna persona de tu entorno siempre estaba relacionada con él.

El Men era el mayor de los hermanos. A la hora de conversar parecía el menor. Esa alma de niño, de muchachito ocurrente nunca la dejó atrás. Por el contrario la alimentaba cada día.

No necesitaba esforzarse para “caer bien” o ganar amigos. La clave era el respeto. Trataba a los niños y jóvenes con el mismo respeto con el que trataba a un adulto.

Era un coleccionista de amigos, políticos, educadores, abogados, comerciantes y hombres y mujeres de calles y esquinas.

La noche  del sábado, mientra lo velábamos en su casa, afuera en la calle nadie lloraba. Todos recordaban al ser vivo, al ocurrente. Hay demasiados ejemplos, valores, chistes, anécdotas y actos sobresalientes de este maestro para contar y compartir.

Tan grande es su ejemplo, que hoy solo quiero escribir sobre él. Honor y gloria al Mencito.

El Tubazo Digital / Orlando Medina Bencomo

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