MARÍA JOSÉ QUINTANA/¿Vivimos una realidad distópica en Venezuela?

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Ya decíamos la semana pasada que Venezuela durante su historia, y llegando a la época democrática, ha tenido sus cápsulas utópicas y distópicas que ya hoy podemos comparar con la obra de George Orwell en su novela denominada “1984”.

Orwell revela en su obra una sociedad que funciona en medio de una absoluta dominación. Las personas son controladas desde su infancia hasta la adultez por medio de mecanismos de control del pensamiento, la manipulación absoluta y totalitaria de la verdad y, si eso no es suficiente, por la fuerza. Podríamos pensar que eso es una simple dictadura como cualquiera. Pero no es así.

Este autor lleva al punto más alto la exposición de las posibles consecuencias que asume una sociedad al entregar a un gobierno el control total de su confianza. El peligro mortal de ser militantes sin poder crítico y sin introspección ante cualquier ideología, cualquiera, la que sea.

Observemos como la  Venezuela actual, en medio de una gran crisis social, económica y política, ha tenido como precedente una serie de acontecimientos parecidos a los descritos en esta novela. Y con esta aproximación teórica iremos reuniendo más evidencia para afirmar o descartar si vivimos una realidad distópica en nuestro país.

Empecemos por analizar la forma como la información caótica generada por los medios y las redes se vuelve en contra del venezolano y cómo, además, el venezolano descuida el cultivo de su educación y acervos culturales. Así como también involucra a la familia en ello. Por ende se presta sin darse cuenta para una nueva forma de deshumanización que venía gestándose desde el siglo pasado.

Primero la radio. Luego la televisión. Los venezolanos acomodan, durante todo el siglo pasado, sus horarios para pasar la mayor parte del tiempo frente al televisor.

La información que llegaba por medio de esa caja de luz que habla, era la verdad absoluta. Si no lo decía la televisión, no pasó y no era cierto. Los informadores y noticieros eran la referencia.

Esto confirió a los medios impresos y audiovisuales un poder para secuestrar los hechos y crear matrices de opinión que algunos comunicadores sociales empezaron a negociar con los factores de poder.

Empieza también la persecución y descalificación a los que se mantienen firmes en su convicción de decir los hechos como realmente son. Ésta situación queda repitiéndose y secuestrando cada vez más la información que luego quedará a cargo del gobierno y serán cerradas todas aquellas estaciones de Tv, radio y prensa escrita, se hayan prestado o no al juego. Quedando  en nuestros días únicamente quienes digan lo que los factores de poder de turno deseen que digan o les conviene.

Por otra parte, los más jóvenes estaban cada vez más expuestos ante el televisor quien se convertiría en una especie de niñera gratis que mantenía quieto al niño frente a ella. Diciéndole qué debe comer. Cómo vestir, dónde invertir su dinero y cómo vivir. Creando estereotipos de belleza y comportamiento.

Los programas de TV modificaban las costumbres. Las publicidades, inofensivas a la vista, traían, traen y traerán, detrás de sí una mercadotecnia de eficaz resultado. Todos querían, quieren y querrán correr la suerte de la muchacha pobre que se hace millonaria al conseguir un príncipe azul que la liberó de la pobreza.

, al proveer a la ciudadanía la cantidad necesaria de placer que fomenta el narcisismo y una visión manipulada de la verdad, que encubre una realidad marcada por la desigualdad social, la corrupción y la violación de derechos. Viniendo a la actualidad las redes son los Dioses que deciden qué, cómo y cuándo consumir.

Los medios y redes sociales también viven de vender política y conflictos. Veamos, por ejemplo,  cómo asciende al poder Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato, que será la primera parte de una serie de desafortunados acontecimientos que llevarán a Hugo Chávez al poder.

Los electores  al ver que ni Herrera, ni Lusinchi logran contener la devaluación del Bolívar y el endeudamiento externo, escogen a CAP para la conducción del país. Con esto se rompe la alternancia acordada en el pacto de Punto Fijo.

CAP, aún teniendo un buen respaldo, en lugar de aprovechar el momento para aplicar medidas cónsonas con la realidad venezolana, rectificar las malas decisiones del pasado y solidarizarse más con los menos favorecidos, sorprende a todos con la creación de medidas, inhumanas por demás, ideadas por el Fondo Monetario Internacional, haciendo entrega del país en bandeja de plata al neoliberalismo que ya venía galopando por Latinoamérica,

Este Paquetazo, como se le llamó, pretendía que los venezolanos pagarán de su bolsillo el descalabro que por décadas, incluyendo el 1er mandato del propio Pérez, se venía haciendo de gobierno en gobierno.

El resentimiento crece, porque la población no conocía alzas de precios tan radicales. Pero las comunidades, “los marginales”, los trabajadores de a pie, los desposeídos, se percatan de las promesas no cumplidas. No soportan más las profundas brechas sociales, ahora más marcada con el pago de tasas de interés bancarias elevadísimas que podían dejar a muchos sin vivienda, una gasolina 30% más cara, servicios más caros y sin mayor garantía de seguridad social.

La complicidad  ciudadana se quiebra y cae en un pánico desproporcionado, cuando esa mañana del 27 de febrero de 1989, todos salen a trabajar y se encuentran con que el dinero previsto en el bolsillo o la cartera para pasaje de ida y vuelta no le alcanzará.

“Explosión social” le dijeron a una reacción anárquica transitoria que toma las calles de Guarenas, pasa a Caracas y después en otros focos del interior. La población llena de ira rompe, hurta, lincha y destroza los buses y comercios. Acusan de especuladores a los primeros y acaparadores a los segundos. Porque estaban esperando el alza de precios para remarcar los productos.

Los cerros bajan y lo peor de la sociedad aparece en las calles. Es la excusa perfecta para que el Estado pueda ejercer un control y castigo superior, culpar al pueblo de los desatinos propios.

Ya lo decía la semana pasada, a los factores de poder les encanta encontrar culpables fuera de ellos e impartir vigilancia, control y castigo. Elementos preponderantes para demostrar la Distopía subyacente en la Utopía que ellos manejan.

El ejército y la policía, que salen a tomar el control ciudadano, se ven divididos entre quienes obedecen sus valores éticos y quienes obedecen la orden de control cueste lo que cueste. Así es difícil contener la ira de un pueblo envalentonado. Primero aplican el Plan Avila. Después, llegan los toques de queda para continuar la cruzada contra los “terroristas, o inadaptados”.

Las novelas distópicas muestran estas revueltas como el punto de quiebre cuando las Utopías sostienen sus bases en las desigualdades o cuando pequeños grupos desean el poder y ejercer control para su propio beneficio.

La Venezuela saudita era una utopía. Y estaba empezando a emerger la verdad paralela, con lo cual se quedaba atrás la falsa imagen de progreso y bienestar.  

El Caracazo dejó al menos 3000 víctimas entre muertos, heridos y desaparecidos. Junto a un nuevo orden social. Pueblo vs comerciantes. Y ya no sería la misma Venezuela desde entonces.

Rafael Caldera esgrime un discurso elocuente que traduce la realidad de las culpas. Y se erige como el nuevo mesías que lograría lo que,  Herrera, Lusinchi y el mesías anterior inmediato Pérez no lograron.

Los mesías son elementos claves de las realidades utópicas, porque ellos traducen el sentir general, generan confianza y con eso logran la coalición de las mayorías.

El problema de los mesías, fuera del caso de Jesús de Nazaret, es que a mitad de camino pueden torcer el rumbo y pierden la confianza. O también, sacan a relucir un lado violento, intolerante y totalitario en función de sus propios intereses o megalomanías.

Obviamente Caldera no logra cambio alguno. Y en ese espiral de desaciertos, llega un nuevo mesías más cargado del poder otorgado por un pueblo que está acostumbrado a que les resuelvan todo por la gracia del petróleo.

Un pueblo domesticado, cae de nuevo en las trampas de la política y de los partidos.  Ahora ve en Hugo Chávez, su próximo mesías. Un militar desconocido quien al haber incursionado en un fallido golpe de Estado ve impulsada su popularidad. Tal como lo predicen los autores distópicos, específicamente Orwell, el ciudadano comienza a deshumanizarse rápidamente cuando las mayorías entregan su “fe absoluta” a un gobierno.

Chávez es idolatrado de inmediato. Ahora se le dice “El comandante”. Veamos este relato de la novela “1984”: “… Las canciones, los desfiles, las pancartas, las excursiones colectivas, la instrucción militar infantil con fusiles de juguete, los slogans gritados por doquier, la adoración del Gran Hermano… todo ello era para los niños un estupendo juego. Toda su ferocidad revertía hacia fuera, contra los enemigos del Estado, contra los extranjeros, los traidores, saboteadores y criminales del pensamiento. P 21″  ¿Le recuerda algo?

Tal como en la novela de Orwell una voz que dicta pautas de comportamiento y canciones de lucha reproducida en la telepantalla que vigila a todos. La imagen del Gran Hermano por todos lados. Desde pequeñas estampitas hasta grandes rótulos que pueden abarcar 3 pisos de altura. La voz e imagen de Chávez en los altavoces de los eventos públicos o en los mercados a cielo abierto, cantando Patria (En lo particular me sentía en la Teherán de Ayatolá Jomeini). Invitando a todos a amar la patria por encima de todo y largas cadenas televisivas van atizando la devoción de unos, que lo aplauden aveces de manera mecánica,  o el rechazo total de otros. Aún después de muerto el culto continua y pareciera seguir gobernando por medio de su alter ego o la imagen de sus ojos que nos miran.

Ya decíamos  antes que los mesías suelen torcer sus caminos y en busca de sus propios proyectos se divorcian del pueblo y lo manipulan. En el caso de Chávez introduce sus propias ideologías y la renombra socialismo del siglo XXI. Quizás tuvo buenas intenciones de cambio; pero el poder es demasiado dulce y se repite lo que ya se sabe. Se profundizan las dinámicas consumistas, se permiten nuevas formas de corrupción y de pronto las alianzas con los “otros” factores de poder son evidentes.

La práctica populista es la orden y lo que se hacía antes se hace con más afán: “Se le da al pueblo el pez, pero no se le enseña a pescar”.  Se le regala todo, porque así consolidan su lealtad. Se vislumbra una utopía ¡Por fin!

La realidad oculta es otra. Se fomenta la creación de una nueva oligarquía apoyada en la práctica de coimas, cobro de vacunas y alianzas con elementos de proceder criminal. Los nuevos ricos están gordos. Sus mujeres gozan de lujos, ataviadas de no menos de Chanel para arriba, costosos peinados y maquillaje. Viajan a sus anchas. Sus cuerpos esbeltos por la cirugía plástica y el Gym o gordos como los de sus maridos. La ostentación del  poder alcanza niveles similares a los del pasado que los impulsó.

Exponen de forma grosera sin pudor alguno su nuevo estatus económico y la vieja práctica del endeudamiento extranjero vuelve. La pobreza asciende como asciende los números de sus cuentas bancarias. Se repite la historia, con mejores métodos de apalancamiento.

Cambian todo, empezando por la Constitución. Parecían querer dejar olvidado todo el pasado y refundar la memoria solo con su legado. Orwell refleja un nuevo orden que entierra el pasado y sólo prevalecen los nuevos nombres que el Partido otorga a todo (Pero este llega al extremo de incluso cambiar el idioma).

Hay otra cara de la moneda. Una que muestra su cara con odio al gobierno que controla las divisas para las empresas, se va apoderando de empresas y persigue un Estado socialista.

Los comerciantes, las empresas, “La oligarquías” reaccionan ante los discursos de odio en su contra y ejercen su poderío económico para gestar el derrocamiento de los ascendidos mesías.

Las trampas van y trampas vienen. Ambos encarnan una lucha ensordecedora ante las expropiaciones, despidos, descalificación, atropellos en pos de darle al pueblo lo que supuestamente le pertenece o de conservar las fortunas y bienes amasados. Dos poderes en pugna.

Los empresarios primero dan un fallido golpe. Luego, sacan sus inversiones y los productos básicos desaparecen al punto de ni siquiera permitirse acaparamiento. La escasez trae la humillación del ciudadano al hacer colas para adquirir los alimentos. Colas ruidosas se van callando y quedan ahí silenciosas de cansancio. Colas sabrosas dijo alguien. Exactamente lo relata Orwell cuando describe las colas para comer en los Ministerios creados por el Partido. Silenciosas y temerosas de perder cada uno su ración, conversando solo de temas pertinentes.

La población, en medio de esta lucha de titanes, sigue la dinámica. Diezmados por haberse comprometido hasta el cuello con el proceso, sus voces se acallan y  en escalas menores dentro de sus espacios, se crean pequeñas Distopías locales. Desaparece la comida y 2015 es recordado como el año del hambre.

Las madres bajan de peso porque dejan de comer para darle su ración a sus hijos. Tal como sucede en la novela 1984. Wiston recuerda a su madre con su hermana en brazos despojándose de su parte de la comida para dársela a sus hijos.

La población está delgada mientras los políticos y empresarios engordan de manera enferma. La ciudadanía agotada de creer, debilitada en su conciencia y asustada se resigna y sobrevive con lo que “consigue”. Hombres mujeres, niños, familias enteras, jóvenes y adultos comen escarbando de la basura. Cazan animales. Comen perros callejeros. Esperan las matas de mango cargadas. Roban ganado y lo destrozan en el sitio. Asaltan camiones de comida. La deuda social amplía su espectro, porque ya no estamos frente a los aumentos del pasado, esto es algo sin precedente histórico.

Una minoría de nuevos ricos que invierten en Andorra, Suiza y cualquier paraíso fiscal fortalecen su apoyo al gobierno, junto a elevados ingresos petroleros.  Contrasta con una mayoría que se empobrece “literalmente” con cada alza del dólar y devaluación del bolívar, cuyos ahorros de diluyen con cada “cono monetario”.

Comienza un control distinto desde el Estado, uno que no conocían y que los toma por sorpresa sin poder reaccionar. Elementos de conciencias criminales, son armados y usados para controlar a los que se quejan. Por otra parte aprovechándo las necesidades de los ciudadanos se crean milicias que son ideologizadas, escasamente pagada y entrenadas precariamente para la defensa de la patria.

El plan de la patria preve ejercer el control del Estado en todo lo relacionado a la producción alimentaria y queda bajo el control del Estado el estómago del pueblo.  

Los mejores bocados se los quedan los militares y la nueva Oligarquía y burguesía. El pueblo recibe los experimentos de las nuevas empresas del Estado.  Algunos buenos otros pésimos. Tal como sucede en la novela “1984”, con los productos “La Victoria” que son insípidos y de mala calidad. Los habitantes deben comerlos sin rezongar, porque son encarcelados y vaporizados.

Desde el principio las manifestaciones son reprimidas sin piedad. Se repite una y otra vez la represión y de nuevo la culpa es de otros, no del gobierno. La culpa de los problemas económicos siempre son culpa del predecesor o de otro factor de poder que adversa. La población creía que podía manifestarse en contra del gobierno pero no. En la novela “1984” el protagonista tiene sueños recurrentes de su pasado y uno en particular en el cual está en medio de un enfrentamiento de calle y en el momento ve a un vecino anciano desencajado de terror  decirle: “No debimos confiar en ellos”.

La ausencia de alimentos vislumbra un mercado paralelo muy provechoso, entra en escena una apología a los mercados negros. Aparecen las mafias llamadas “los Bachaqueros” que venden los productos a precios inconcebibles, inimaginados e inalcanzables. Nadie pone control en esta nueva era de venezolanos que parece para hacerse rico con la miseria absoluta del otro. Orwell muestra algo parecido cuando Wiston, su protagonista, queda sorprendido por las cosas tan sabrosas que consigue su novia en el mercado negro. Productos que le sacan o le sobran al Partido quien controla su comercio.

Una parte aún se resiste a vivir así y se van. Y empieza una migración en masa. Que divide a las familias. Y ya no parece haber retorno.  La deshumanización está consumada.

En base a esta semblanza preguntemos a nosotros mismos ¿En Venezuela vivimos una realidad Distópica? La semana próxima responderemos definitivamente ésta interrogante.

María José Quintana / mariajoseqv@gmail.com

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