María José Quintana /  ¿Vivimos una realidad distópica en Venezuela?

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Por último, en esta entrega final, responderemos a la interrogante que motiva este artículo. Lo haremos usando la adaptación, que me tomé la libertad de hacer, a algunas preguntas que establece Diana Palardy en su obra “Dystopian Impulses in Contemporary Peninsular Literature and Film (2018b)”

La reconocida escritora Diana Palardy, para definir si una obra literaria o una película entran en el género distópico, hace un enfoque que contribuye a diferenciarlas del género de ciencia ficción, con las cuales eran confundidas generalmente. Dicho enfoque está  muy completo e interesante para quienes aspiramos plasmar en un texto teatral algún planteamiento Distópico; porque muestra cómo los escritores pueden  internarse  en un juego político y social premonitorio en base al análisis del presente, sin alejarse de la realidad, ni de sus estilos.

Comenzaremos el final de este análisis respondiendo la primera de las interrogantes: ¿Los venezolanos, o solo un sector, son oprimidos, incluso si no se dan cuenta de estarlo?

La opresión siempre va de la mano con la corrupción y en Venezuela, la profunda brecha entre los “aventajados” y los no tanto, se ha ido ampliando con el paso de cada gobierno y mientras más corrupto este sea la opresión va ganando más espacio sociopolítico. Cada gobierno hace de la manipulación de la ley una práctica de la administración del poder.

¿Qué significa esto? Que los factores de poder van imponiendo sus formas de pensar, ideologías, prejuicios y su propia visión de valores éticos manipulados y torcidos a su conveniencia.

La mayor evidencia de ello lo observamos en la polarización que existe actualmente. El insulto a gritos, la enemistad, la amenaza, el amedrentamiento, el escarnio, el ninguneo, entre otros vicios que conllevan la incomunicación, son la base de los discursos entre afectos al gobierno y  afectos a la oposición. Si no se está con ellos; entonces se está en contra.

En consecuencia, los medios de comunicación, que no han vendido su alma al diablo, los llamados medios independientes, son regulados, censurados y perseguidos por  asomar denuncia alguna, mediante CONATEL ente vigilante encargado de ejercer panóptico.

En otro ámbito de los derechos humanos. Los pobres y los presos políticos, siguen siendo quienes atiborran las cárceles por no tener acceso a una defensa justa y los procesos son cada vez más lentos por el cobro de comisiones en cada estación institucional. Es doloroso ver a las familias en peregrinación de funcionario en funcionario para “sacar” a su familiar de la cárcel.

Para completar la desgracia, una vez convictos y sin condena, deben sobrevivir dentro de las cárceles en medio una especie de orden social infra humano y devastador para cualquier persona, sea cual sea su culpa. Pareciera que los pobres son juzgados más por pobres que por sus delitos.

Los derechos de los trabajadores yacen polvorientos en los escritorios y archivos del “ministerio” y sumergidos en una burocracia extremadamente entramada que ata de manos hasta al más diligente gestor. Las propias instituciones públicas obligan a trabajar por migajas a los empleados públicos.

Otro tema muy delicado es la opresión desde la educación en todos los niveles. Los programas y competencias han venido siendo simplificados y manipulados. La educación que ya antes era “bancaria” ahora adolece de contenido sustancial. Para Paulo Freire autor brasileño de “La pedagogía del oprimido”  Una mala educación para el pueblo gesta masas fáciles de manipular.

Las universidades son descuidadas y si sus autoridades no se parcializan a favor del gobierno son perseguidos o sometidos a la ignominia y desidia. El conocimiento es castigado.

La delincuencia y grupos colectivos irrumpen para destruir las instalaciones. Todo es inexplicable. La opresión hacia los estudiantes y profesores, los siempre reconocidos como  “cabezas calientes”, son tratados como si fueran los enemigos del pueblo.

El derecho a la salud, agravado por la pandemia, está en mengua, agoniza cada vez mas, entre las mala políticas sanitarias y la complicidad interna en los hospitales.

Siguiendo la línea de vulnerar los derechos se crean instituciones que siempre van en defensa de “Algo”. Pero se vuelven tan corruptas que más bien fortalecen ese “Algo”. Por ejemplo, la defensa de los derechos de la mujer o los derechos de los niños están cada vez más vulnerados. Esto da más auge al machismo y sus consecuencias en los hogares venezolanos.  A mi juicio, esas instituciones solo buscan crear la antítesis de lo que defienden para permitir más opresión.

Entonces, no se diga más, la respuesta es: Sí. En Venezuela existe una opresión muy marcada. Sin embargo, para establecer una Distopía, la opresión debe ser un estamento legal dispuesto por los factores de poder.  No siendo este el caso de Venezuela porque, en teoría, estamos blindados con una constitución y leyes bastante modernas. Que los gobiernos la burlen y los ciudadanos medianamente lo permitan es otra cosa.

Vamos con la segunda pregunta adaptada: ¿El orden sociopolítico obedece a la total planificación del estado en beneficio de los factores de poder?

El orden socio político tambaleante, es otro síntoma distópico. Si miramos con detenimiento todo lo anteriormente expuesto podemos percatarnos de la fragilidad que los sostiene actualmente.

Su fuerza estaba apoyada en la sistemática penetración de orden ideológico en la población y las instituciones, a fin de  torcer los valores a su favor.

La mayoría de las personas se ha percatado de la opresión y les hacen saber que están conscientes de cómo se han manejado y de que carecen de moral para exigir sacrificios por la manera indebida como han usado la confianza depositada en ellos como líderes políticos.

De no ser por esos últimos seguidores, para quienes el partido rige por encima de la ley y poseen una lealtad ciega, estarían sumidos en la ignominia total.

La más importante de todas las características de una realidad distópica, es el fanatismo, por la animosidad que conlleva a esos grupos al estar dispuestos a ejercer la violencia para defender a sus líderes. También, porque esos son los votos con los cuales cuentan los factores de poder para modificar la ley a su favor durante una consulta.

En Venezuela, muy a pesar de los intentos por adaptar las leyes a las conveniencias particulares, ya sea de los grupos más pudientes, como empresarios, corporaciones y oligarquías o de los gobiernos y sus cómplices, no se ha logrado. El fanatismo de ambos bandos es una mínima parte de la ciudadanía y las mayorías lentamente hacen valer los pocos espacios para expresarse.

En vista de esto, la respuesta es: No, esa faceta de la realidad Distópica no se cumple en Venezuela. Pues el orden socio político aún  es vigente gracias a todos aquellos que se aferran a la consciencia y cuya fe en las leyes no han permitido que la sociedad rompa su vínculo político con el Estado.

En el caso de las infraestructuras y degradación ambiental, podríamos hacer la comparación con las imágenes apocalípticas de las obras y películas distópicas.

En Venezuela es evidente el deterioro de las infraestructuras. Las obras públicas, las vías de tránsito terrestre, los acueductos, la empresa petrolera y gran parte de las infraestructuras civiles y del Estado se van deteriorando.

Las famosas soluciones habitacionales gubernamentales se deterioran sin haber sido terminadas. Debido a que son planificadas en base al valor mínimo de inversión, usando materiales de pésima calidad, diseños burdos y de peligrosa ingeniería; pero, eso sí, al máximo de ganancias y cuyos anticipos desaparecen sin justificar el gasto.

La falta de planificación de los desechos de las industrias es evidente en los cauces de las quebradas. La basura sigue siendo un problema. Y los derrames de crudo cubren algunas playas.

El país está “feo”. Es la descripción más venezolana posible ¿Es una imagen apocalíptica? No. Todavía hay espacios recuperables y sus componentes no son usados para otro fin.

Si vemos las imágenes de películas de corte distópico como Mad Max, Soy leyenda, entre otras, nos damos cuenta que no llegamos a tanto.

Otra posibilidad de llegar a una realidad apocalíptica, es el imperio de la delincuencia. El pueblo ve como vuelve a fracasar en su anhelo por enmendar los errores del voto castigo. Ya no hay más nada que hacer, sino esperar. Sobrevivir y rasguñar. La fe en los políticos ya está diluida y la solución parece estar cada vez más en manos de los ciudadanos asolados por las dificultades de la supervivencia.

Esto es el caldo de cultivo para que la delincuencia se vuelva una forma de gobierno paralelo con todo y sus propias retorcidas bases éticas, incluso con niveles de gobierno.

Los mercados negros, el narcotráfico, la trata de humanos para extraer sus órganos, para la prostitución y los negocios más ruines cobran una fuerza importante.  La anti cultura es la cultura. Esto es lo más cercano a una realidad distópica que nos hace pensar que hemos llegado a lo peor.

Por lo tanto la respuesta es: Sí, se puede decir que la delincuencia es una característica distópica en nuestra realidad social.

Por último, y formando parte de una problemática mundial, de la cual no podemos escapar, tenemos las tecnologías, y la penetración del capitalismo de vigilancia que han erosionado las fibras que hacen funcionar a la sociedad.

Por medio del internet los anunciantes saben más de nosotros de lo que pensamos. Pueden predecir hasta nuestros sentimientos, estados de ánimo, nos premian y castigan. Para espacios como Facebook “Los anunciantes son sus clientes y nosotros los productos”.

Todo esto se hace en laboratorios de tecnología persuasiva donde están manipulándonos desde nuestro propio tallo cerebral, para que mediante la segregación de dopamina estemos más enganchados al teléfono el mayor tiempo.

¿Con qué fin? Para recoger mucha información, rastreo y registro de usuarios. Es un mercado en el que se comercia exclusivamente con humanos a gran escala.

Esta dependencia ha traído como consecuencia una pésima relación entre salud mental y tecnologías. En Estados Unidos la situación es mucho más grave.

En Venezuela los suicidios en adolescentes han ido en aumento por causa de depresión y ansiedad. Sumado al confinamiento por el COVID. La gota que derrama el vaso.

Los mayores de 35 a 60 años tienen mayor tendencia al suicidio durante el 2020 Por la presión de la crisis económica, junto al encierro y la crisis familiar resultante de todo este desastre país.

Los adolescentes son los segundos en la lista. Algunos se suicidan porque no logran entender las dificultades por las que están pasando. Sufren por lo que ven en las redes. Siempre comparandose con los estándares de belleza y recibiendo el famoso bullying.

Cómo medianamente poseen una serie de códigos para comunicarse precariamente. Y, sobre todo, la carencia de temas específicos con los cuales defenderse ante cualquier intervención para desarraigarlos. Se sienten abrumados por la incomunicación con su entorno.

El problema es que al ser inteligencia artificial, el capitalismo de vigilancia no maneja criterios éticos, ni valores morales, ni entiende la ilegalidad de sus recomendaciones para autorregularse. Y generalmente el exceso de manipulación trae consecuencias mortales de polarización.

Paralelamente, por las redes y en el campo de los ciudadanos, también hay otros tipos de polarizaciones.

Los usuarios encienden los chats y espacios para comentarios con discusiones. Discuten sin respeto al interlocutor, por cualquier tema que, a veces, están fundamentados en mentiras bien orquestadas que les han llegado en forma de fake news a sus cuentas.

Hablan de racismo, aborto, socialismo, capitalismo, feos, bonitos… lo que sea. Todos oprimen a alguien por no pensar igual y no hay una valoración real de las respuestas entre si.

Respuesta: Sí, somos víctimas del capitalismo de vigilancia y por ende somos una sociedad, más deprimida, más egoísta, más consumidora y menos empática. Aunque quedan algunas muestras de humanismo, la sensibilidad se ha ido perdiendo porque vivimos como la jirafa que hunde la cabeza en el hueco evadiendo la realidad.

CONCLUSIÓN: No vivimos una realidad distópica en Venezuela. Por lo siguiente:

  • Los factores de poder no son la ley. Las leyes nos protegen y de cumplirse no habría opresión.
  • La relación sociopolítica entre los ciudadanos y El Estado, aún prevalece la conciencia y los factores de poder están expuestos.
  • Las infraestructuras aún son recuperables.
  • Aún podemos frenar el impacto ambiental.
  • Pero la delincuencia ha tomado un sitial de honor en el manejo de la sociedad. Y por esto estamos entrando en una etapa marginal y sin retorno de caer en una realidad distópica.

Es urgente una transformación. Comenzar acciones civiles como la “agitación”. Demostrar al opresor que lo es. Mantener una visión siempre crítica. Evitar depender de prebendas gubernamentales y tampoco de las necesidades de consumir desmedidamente. Echemos un vistazo a las propuesta hechas  por Paulo Freire en su “Pedagogía del oprimido”.

Debemos entender debidamente la meritocracia. Empezar a ser más inclusivos y menos prejuiciosos. Ser radicales para defender nuestros valores. Entender al prójimo, tener empatía, para evitar caer en actitudes reaccionarias y fanatismos.

Respetar, respetar y respetar. Empezar por respetar el espacio nuestra familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo a quien sea. Como lo expone cada uno de esos grandes hombres que han cambiado al mundo empezando por Jesús de Nazaret, Gandhi, Paulo Freire, Martin Luther King, entre otros.

Empecemos por negarnos manera férrea a participar en actos de corrupción desde nuestra cotidianidad. Debemos instruirnos más sobre la Constitución Nacional. Leerla y entenderla a fondo.  Educar a nuestros hijos mediante ése ejemplo. Cultivar nuestra cultura general.

En cuanto a las tecnologías, aunque nosotros y la humanidad entera necesitamos atención psicológica, debemos sobreponernos. Empezar por administrarlas conscientemente. No usarlas para saciar la ansiedad y la depresión.

Hablarles a nuestros hijos sobre los efectos de las redes en nuestra psiquis. Generar en ellos una visión de nosotros, sus padres, como la autoridad amorosa que los protege. Y no las redes.

Animarlos a superarse y estudiar. Hacer deporte y actividades culturales. En tal sentido hacer un uso edificante del internet. Supervisar lo que ven y no dejar que la TV, ni las aplicaciones sean sus niñeras.

Deshacerse de la mayor parte de las aplicaciones. Acceder más a portales que no tengan cookies y demuestren tener políticas de privacidad reales.

Todo debe sonar a bobo o ingenuo. Pero no hay más salida que la TRANSFORMACIÓN de la ciudadanía. Pues, aunque los culpables sean juzgados y los factores de poder abandonen sus intereses, nada va a cambiar si cada venezolano, esté donde esté, no transforma sus maneras de pensar, de relacionarse o de acceder al prójimo y de vincularse en los procesos políticos.

María José Quintana /  ¿Vivimos una realidad distópica en Venezuela?

mariajoseqv@gmail.com

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