“Mi novio me lanzó de un noveno piso”

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Pamela Lorduy Marín, psicóloga de 28 años vivió hace más de un año un terrible suceso de violencia contra la mujer, que hoy le ha dejado secuelas irreparables.

El domingo 9 de junio del 2019, después de una fuerte discusión, presuntamente su novio la lanzó al vacío desde un noveno piso, una altura superior a los 27 metros.

La historia comenzó 15 días atrás, cuando tuvo una fuerte pelea con su pareja. Allí decidió que lo mejor era irse del apartamento 907, donde convivía con él desde hacía seis meses. Pero, para esto, se daría un tiempo de dos semanas, plazo que no alcanzó a cumplir.

Con dolor, Pamela relata que cuando cuenta su historia la reacción más recurrente es juzgar el hecho de que ella no hubiera partido antes del lugar. Pero dice que ella no se imaginó que esto sucedería.

La caída

A las 9:40 a. m. la madre de Pamela recibió una llamada del novio de ella. “Venga por su hija que se tiró del balcón”, le dijo sin más explicaciones. Una dirección fue la única información adicional que obtuvo, pues ella nunca había ido a visitarla.

De acuerdo con los testimonios de los vecinos, en el edificio se escuchaba una fuerte pelea entre la pareja. De un momento a otro hubo un silencio, y luego se alcanzó a oír un golpe seco.

Seis pisos abajo vivía un bombero voluntario del Cuerpo de Bomberos de Envigado. Tras el golpe seco, el hombre se asomó hacia abajo y vio una mujer tirada en el piso. Era Pamela.

Juan Carlos Gerardino, el bombero, bajó a socorrerla y miró hacia arriba. Según su relato, vio a un señor hablando por celular, por lo que creyó que estaría llamado a emergencias a reportar la terrible caída. Pero no fue así, no hay registro de que el hombre hubiera llamado al 123 para reportar el suceso.

Cuando por fin llegaron los Bomberos de Envigado, comenzaron a cuidar que levantarla de allí no le causara más daño que la misma caída. El proceso era crucial.

“A los bomberos de Envigado les debo mi vida. Les debo las piernas, porque ellos me cuidaron demasiado mi columna y espalda. Si hoy en día camino, fue por el buen manejo que ellos me dieron”, contó la mujer con mucha gratitud, tanto a ellos como a su vecino, que calificó como un ángel.

En ese momento, su madre recibió una segunda llamada, en la que ella, entre el impacto de la noticia y el afán de poder encontrar a su hija, entendió que la llevarían a la clínica Las Vegas, ubicada en el sur de Medellín.

El hospital

Cuando llegó al sitio, en la Sala de Urgencias escuchó que llamaron a los familiares de Pamela Lorduy. Necesitaban un consentimiento firmado para operarla, por primera vez, porque con la fractura del tobillo se le estaba presionando una arteria y no lograban estabilizarla.

Al escuchar la noticia, su madre pensó que iría a recoger un cadáver. Relata que cuando entró a verla no la reconoció. Estaba hinchada, parecía “una señora”. Recuerda que solo la reconoció por dos cosas: sus ojos ‘chinitos’ y los lunares.

La directora de la clínica la abrazó y le pidió tener fortaleza para afrontar lo que le había pasado a Pamela.

Tenía un diagnóstico muy crítico, reservado. A ese momento, no era probable darle a la familia una tasa de supervivencia, solamente le aseguraron la premisa médica de que iban a hacer todo lo posible para salvarla.

“Me desperté intubada y como tenía sondas y tubos a pulmón, estaba amarrada porque yo intentaba inconscientemente quitármelos. Estaba muy sedada. Cuando ya volví a estar consciente, porque me bajaron el medicamento, recuerdo ver a mi hermano. Yo le intentaba decir que quería moverme, pero estaba amarrada”, dice la joven.

Cuando recuperó sus fuerzas, le escribió al hermano: ¿dónde está él? Por recomendación médica, él no le podía contar la verdad. Su hermano le mintió varias veces al respecto.

Allí comenzó un largo camino de cirugías, que llegaron a ser más de 20.

Las fracturas fueron innumerables: la tibia en tres partes, el peroné, el calcáneo, el tobillo, tres costillas, cuatro vértebras, la pelvis se partió en seis partes, el sacro se explotó y el húmero también se partió. Además, sus pulmones se llenaron de líquido por el trauma.

En la caída se le enterró un tronco, al parecer de guadua, que le atravesó una pierna. Temían que ello afectara su útero o que perdiera la capacidad de controlar esfínteres, pero eso no ocurrió. Incluso, tal vez esto ayudó a amortiguar el golpe, motivo por el que hoy puede contar la historia desde un sofá.

Ver hoy en día a Pamela caminar puede ser inverosímil para muchas personas. Incluso, lo era para sus médicos, pues recuerda que su ortopedista de cabecera le comentó que solo tres de diez especialistas de ese campo afirmaban que lo volvería a hacer. Esto la atormentó por mucho tiempo.

“Nunca me dijeron que sí. Me decían que muy seguramente sí porque yo tenía sensibilidad en las piernas, pero como tuve muchas fracturas… Para pararme, me decían: vas a demorarte por ahí 6 o 7 meses. O sea, todo ese tiempo en cama”, dijo.

Contra los pronósticos médicos, se paró de la cama a los dos meses y medio y su hospitalización duró cinco meses y medio, tiempo que transcurrió entre dos hospitales y hospitalización en casa.

¿Qué me pasó?

Pasaron dos o tres semanas desde aquel día de junio, no lo sabe con exactitud. Ya haciendo uso de su voz débil, ronca y con dolor al hablar tras tener un tubo que le atravesaba la tráquea para poder respirar, preguntó a su madre qué había pasado, por qué ella estaba en el hospital en ese estado.

“Hasta que le volé la paciencia a mi mamá y me dijo: ¿usted quiere saber qué le pasó? Ese tipo la tiró del noveno piso. Yo no recuerdo, pero ella me dice que yo lo único que hice fue cerrar los ojos y llorar. Jamás volví a preguntar por él”, recordó.

En su mente hay una laguna de momentos. En sus flashbacks no recuerda exactamente el momento de la caída al vacío y solo tiene fragmentos de la discusión previa. Los expertos en la materia explican que un trauma de este tipo, usualmente, causa la supresión de recuerdos.

“Mi cerebro fue medianamente sabio en hacer eso porque no me imagino cómo sería para mi salud mental tener ese recuerdo”, reconoció.

El proceso judicial

La primera vez que los investigadores de la Fiscalía le hicieron preguntas a Pamela sobre el suceso del 9 de junio, ella estaba dopada. No recordaba muchos detalles de la historia y, además, no estaba consciente de lo que vivió previo al fatídico día ni de que había sido también víctima de otro tipo de violencia, la psicológica.

En la segunda ocasión, ya con más herramientas en su cabeza y determinación, contó todo a las autoridades. Ella sentía miedo. En el pasado ya había recibido amenazas e intimidaciones en su contra.

“Incluso les conté la historia de mi gato Teo. Ocho días antes, él lo lanzó desde el apartamento también, y en ambos casos dio la misma versión: que nos colgamos y nos tiramos mientras él tomaba agua. Les conté situaciones de maltrato desde hace muchos años”, recuerda.

En su momento y tras más de 20 días de lo ocurrido, la Fiscalía tomó la determinación de solicitar una orden de captura. Hasta la misma casa donde ocurrieron los hechos se desplazó la policía y allí fue capturado.

De acuerdo con la defensa de la víctima, a su presunto agresor le legalizaron su captura y decidieron mantener la medida de aseguramiento carcelario porque representaba un peligro para la víctima.

Desde ese día ha comenzado un proceso judicial por tentativa de feminicidio agravada, del que no se sabrá una decisión hasta este año 2021.

En los juzgados de Envigado, cuando apenas comenzaba la pandemia, volvió a ver a su presunto victimario en la audiencia de acusación.

“Fue la primera vez que lo vi después de lo que me pasó y fue una cosa muy impresionante. No hablé con él en absoluto y yo estaba muy descompuesta porque es como volver a ver todo lo que pasó”, admitió.

Hoy en día, Pamela dice estar comprometida con el hecho de hacer lo que pueda para que ninguna otra mujer viva lo que ella vivió.

“Mi mensaje a las mujeres siempre es: a la más mínima señal de daño, a la más mínima señal de agresividad, incluso los chistes que no se deben contar, andate. Que es mejor que estés sana y completa en tu casa, empeliculada y loca, a que estés en una clínica debatiéndote entre la vida y la muerte porque no le hiciste caso a ese pálpito”.

Reflexiona que no hay nada más difícil que sacar a una mujer de un círculo de maltrato y el camino no es fácil, pero la verdadera sororidad es estar cuando la víctima está lista para irse de ahí.

“Sobreviví porque me tocaba”, concluye.

MELISSA ÁLVAREZ/​@Melissalvarez3  / EL TIEMPO

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