Nació en Caracas, Barrio el Carpintero de Petare. Su nombre de pila es Francisco Niazoa y se le conoce simplemente como “Moisés”, por sus eternas predicas callejeras.
Usa turbante y lleva una cruz de evangelista. Lleva varios años en la capital del estado Guárico, y es en sentido literal, un “personaje popular”.
Carga consigo un pequeño vaso plástico en su mano. Sin pronunciar palabra se acerca a la gente, y si alguien introduce una moneda o un billete, dice a media voz “¡Anótalo mi señor!”.
A veces, Moisés se torna ácido, y nombra a ciertos altos personajes de la política contemporánea, y exclama “¡Ese está en el infierno!”.
Este predicador callejero, se dice enviado de Dios, y cumplía bien y fielmente lo que consideraba un mandato divino. Hasta que un buen día, un general que estaba en la Iglesia de San Juan Bautista cuando Moisés entró silenciosamente, y estableció una liturgia paralela a la del sacerdote.
Fue enviado a un centro de desintoxicación, según palabras de un oficial de baja graduación a quien el cronista local se acerco a preguntar.
Pasaron varios meses, Francisco “Moisés” Niazoa, volvió a la ciudad. En la cola de un banco cercano a la sede de “El Tubazo Digital”, en la Avenida Bolívar, le abordamos:
-¿Cómo te fue en la clínica Moisés?
-¿Clínica?, ¡Macaira!, ¡ahí no hay ni comida!.
Y se fue con su vasito en la mano, predicando en nombre de Jesús, pidiendo sin pronunciar palabra, y mandando a su señor a anotar a quien le dé.
Diego Ranuárez / Imagen: Fototeca del Cronista A.R.A./ Realizada en 2017