Abordar la multifacética personalidad del padre Chacín, nacido en Sabana de Mendoza, Trujillo, el 10/02/ 1910, resulta una iniciativa interesante que además de regocijarnos nos compromete profundamente con la memoria y el legado de quien marca un hito en la historia de un pueblo que rigió su derrotero progresista a tenor de su voz procera.
De alguien poseedor de una asertiva visión de futuro que desarrolló un interactivo liderazgo pleno de acciones tangibles.
Rafael Chacín Soto fue mi profesor de filosofía en el Liceo “José Gil Fortoul” en los momentos estelares de esta institución. Al entrar al salón solía repetir aquella frase de Aristóteles: “Sum amicus Plato, sed non sum amicus, verum…” (Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad).
Sus clases eran excepcionales, momentos que aprovechábamos al máximo. Esa maestría formidable para motivar e integrar a sus discípulos a la búsqueda de la efectiva gnoseología lo convirtió en una suerte de novedoso Sócrates, siempre insuflando entusiasmo y esgrimiendo la mayéutica con una versatilidad asombrosa.
Él preparaba a sus alumnos para el productivo ejercicio de la reflexión y el significado constructivo del pensamiento como simbiosis fundamental para el desarrollo a plenitud de su función social y de los valores espirituales.
¡Qué experiencia tan inolvidable y edificante tener un verdadero maestro contagiando sabiduría y alegría…!
El padre Chacín fue un hombre inquieto y rebelde, a veces paradójico, luchador social con una límpida y convencida vocación de servicio.
Su vida estaba regida por una intensa actividad intelectual, contertulio elocuente y distinguido, amante del verbo elegante, matizador de la prosodia, todo un pedagogo de la comunicación.
Fue un orador exquisito, de voz sonora, de feraz facundia, de prolífico léxico, cuyas cualidades lingüísticas fueron eficaces vehículos para cautivar a quienes escuchaban sus elocuentísimos discursos en las muchas ocasiones que protagonizó en eventos religiosos, educativos, sociales y culturales, entre otros escenarios en los cuales sus disertaciones fueron impecables piezas de excelsa oratoria, hasta en aquellas explosivas y muy célebres rabietas, su verbo fogoso y demoledor era una clase magistral de esplendente expresión oral.
Muchas veces fui testigo de excepción de esas performances oratorias, tanto en la preparación como la pronunciación, también enfatizo que el padre Chacín tenía una asombrosa facilidad para improvisar arengas en situaciones imprevistas.
Sus discursos escritos son brillantes piezas oratorias que lamentablemente reposan en los baúles del olvido. Indiscutiblemente fue un maestro de la palabra e insigne tribuno.
Valle de la Pascua en su devenir cronológico tiene la impronta imperecedera del padre Chacín, quien si fue un verdadero revolucionario y luchador, con su recia personalidad y hombre comprometido con el futuro, aniquila anticuados paradigmas religiosos, educativos y sociales que se contraponían al real desarrollo de Valle de la Pascua.
Su inagotable vitalidad fue única insignia y punto de encuentro en el liderazgo local en función del patrocinio de las causas progresistas en diversidad de contextos.
Su nombre no es un mero recuerdo, es un paradigma, cuyo ejemplo es un sentimiento, fuente de nuestro colectivo que se fortalece con el momento histórico de la ciudad.
El padre Chacín fue para sus alumnos y amigos la más genuina expresión del hombre que puso su inteligencia, bondad y liderazgo al servicio generoso de la causa común al transmitir aprendizajes para el estímulo de los valores religiosos, educativos, sociales y culturales, apuntando siempre al camino del progreso.
El valor de la filantropía fue una práctica especial del padre Chacín. Lo poco que tenía lo compartía con sus amistades y gente que requería de su poca, pero puntual y efectiva ayuda. Yo fui su amigo personal, desde los lejanos tiempos de bachillerato, cuya promoción llevó su epónimo.
Recuerdo cuando me solicitaba que fuera donde Pedro Borges, otrora gerente de Banco Unión para que le cambiara 300 bolívares en sencillo (bolívares, reales, y medios) para repartirlos en Las Garcitas, esa repartición al voleo era toda una alegre y alborozada jornada plena de algarabía. ¡Ahí viene el padre repartiendo real…, solía gritar la bulliciosa parvulada…!
El padre Chacín fue un hombre sociable y de grupos, detestaba la soledad por no decir que le temía. Siempre le gustaba andar acompañado, especialmente de los profesores de su Colegio “Juan Germán Roscio” a quienes apreciaba y al astro rey declinar era cotidiana la invitación para la larga y placentera tertulia estimulada por unos meritorios “guaralazos”.
Esos ratos eran profundamente gratísimos, escuchando a esa “biblioteca andante”, detallando anécdotas, citando filósofos con sus curiosas frases y pensamientos, construyendo interesantes visiones de pedagogía y didáctica que vigorizaba nuestra modesta labor docente.
Sería imperdonable omitir los sábados por la mañana en el Colegio “Juan Germán Roscio”, cuando el padre Chacín implementa la célebre Academia, aula abierta con efectivas estrategias pedagógicas del querido sacerdote, en cuyo encuentro hebdomadario a los estudiantes el padre les enseñaba a expresarse eficazmente, para cumplir compromisos expositivos, declamación, histrionismo para el teatro, entre otros objetivos fortificantes de la calidad comunicacional de los estudiantes.
Itero que yo conocí profundamente al padre Chacín y puedo afirmar con propiedad que estaba dotado de una extraña prognosis para determinar con precisión cuando alguien pensaba embaucarlo. En más de una ocasión fui testigo cuando algún empampirolado funcionario del Ministerio de Educación con aires de “jefe” venía a imponerle improvisadas y caprichosas directrices, esas eran circunstancias donde explotaba la “ferocidad chacinera”, la cual tenía un dificultoso control.
Yo era un experto en controlar sus rabietas, asimismo José Manuel Celis, Joel Camero, Elpidio Barrades, Eleazar Álvarez Alayón, entre otros muy cercanos que conocíamos al dedillo su peculiar talante.
Quienes tuvimos la dicha de compartir su diáfana amistad y continuar con su ejemplar legado educativo, evocamos su memoria, no con tristeza, sino con alegría y nos sentimos profundamente orgullosos de haber tenido como guía esa antorcha refulgente, capaz de iluminar a un pueblo que lo recuerda con cariño.
Ese sentimiento nos estimula a volver la mirada para meditar a la luz de nuestra lámpara interior sobre el significado y trascendencia de su legado, lo que servirá para asumir nuestros deberes ante los complejos y exigentes desafíos que tenemos contraídos con Valle de la Pascua.
Rafael Eney Silveira “Lito”