Mujer pidió un taxi para ir a un hotel y su esposo era el conductor

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Guárico.- Existen historias que no se pueden contar con nombres y apellidos, ni con lujo de detalles por razones de ética y de consideración. Hacerlo no ayudaría en nada que no sea exponer al escarnio público a las personas. De contarse, debe ser periodísticamente para ese grupo de lectores que pudiera interesarle.

Este viernes en medio de la larga cola que se formó en el banco por el cobro de pensión, me fue narrada la historia de una mujer que por razones que no debemos detallar detuvo un taxi para ir a un hotel de la capital guariqueña y descubrió que el conductor era su esposo.

Según relata nuestro “informante” un funcionario adscrito al ejecutivo regional con muchos años de servicio en su cargo, considerado una fuente confiable para este periodista, la mujer, estudiante universitaria en la ciudad junto a su “amigo” se dirigían desde el terminal hasta un conocido hotel que está ubicado en plena avenida Bolívar.

Ella lo esperó en el terminal, narra mi compañero de cola. Él venía desde Maracay , allá trabaja y vive, en los bloques de un sector llamado Caña de Azúcar.

Fue entonces cuando decidieron abordar un taxi, esperaron uno apropiado; con vidrios oscuros y que pudiera entrar al hotel sin que sean vistos. Ella prefirió un hotel céntrico pues eran más seguros. Detuvo un taxi de línea reconocida y con el nerviosismo de estos casos ambos lo abordaron.

Grande sería la sorpresa de esta joven estudiante de medicina al descubrir que un par de ojos la observaban por el retrovisor con una  mirada indescriptible. Era su marido.

El hombre engañado trabaja en lo que denominamos “tigritos”, de todo, con la venta de artículos en las redes se ayudaba últimamente, hasta que su compadre le entregó el carro esa tarde para que completara un dinero que requería con urgencia. Sin imaginar que entre sus primeras clientes estaría su propia esposa.

Pregunté con insistencia el final de la historia y el narrador disfrutó de mi ansiedad periodística, para luego decirme con un gesto de decepción, como deseando un final trágico:

No pasó nada. El frenazo quedó marcado bajo la pasarela de la Avenida Acosta Carles. El conductor  empezó a hacer los reclamos y preguntas, y ante las respuestas incoherentes el amante  descendió del carro y desapareció, “dejo el pelero”, comentó el funcionario de la gobernación, mientras algunos curiosos que escuchaban mostraron cara de asombro.

Cuando me retiraba le comenté que esa historia me parecía conocida. Pero él narrador en el banco me juró que la historia es real y que ambos: marido (taxista) y  esposa sorprendida marcharon luego de una estéril discusión con rumbo no precisamente al hotel escogido.

Orlando Medina Bencomo

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