…De pronto, como impulsado por un resorte, Norberto Montiel alias “El golfo” se despertó cuando escuchó el agudo y persistente sonido de un característico silbato acompañado por un rumor trepidante, cuando cayó en cuenta que había sido traído, una vez más, al mundo real; por la inoportuna acción del paso del ferrocarril por detrás y por encima de su casa —entonces restaurada, remozada y adaptada a los nuevos tiempos—, en su querida Maracay… En una clara analogía citadina que lo retrotrajo, a viejas vivencias parisinas, junto a su recordado amigo Hilario; o, “Hildebrando Brando”. También llamado “El enhebrante” —especialmente por su sobrino Goyo y, sus más íntimos amigos del pueblo de La Atascosa—; con cuyos relatos había estado soñando, antes del paso de la rumorosa máquina.
…Se encontraba ese día en la que había sido la casa de sus padres, donde vivió de joven, hasta el día en que se fue a estudiar a Europa de donde seis años después volvió; además de un sagaz abogado, un hombre ya casado. Se había quedado dormido después del almuerzo. Cuando estaba de visita a sus hermanas que aún la habitaban, Matilde y Nicasia; entonces ya no tan jóvenes.
“…Caramba, me quedé dormido; tengo que irme, se me hace tarde. Chao…! —Dijo, y salió apurado—.
…Ya en el auto, iba pensando en los preparativos de su próximo cumpleaños.
“…Y; después de tanto tiempo. ¡Quién lo iba a creer! Me conseguí un día en la mismísima ciudad de París, a ese amigo sin igual —del que ni siquiera entonces, sabía su verdadero nombre, aún conociéndonos de tantos años y, cuando casi se convirtiera en cuñado por mi hermana Matilde; lo que lamento no prosperara—; Hilde. ¿Pueden creerlo? Mismo de aquellas viejas y agradables tertulias literarias aquí en Maracay; el que entonces, al haber estado yo en su pueblo de visita a su familia y, por petición suya, que si moría primero dijo que así lo hiciera, me entero que su verdadero nombre en realidad, era Hilario de Jesús Coba…!”
Esto le contaba a su esposa Norberto Montiel, alias “El Golfo”, el día de su onomástico número 66, durante una amena reunión familiar por tal motivo junto a sus hijos ya mayores; y, unos cuantos colegas suyos, abogados como él. Lo que vino a colación porque en los días recientes los recuerdos con aquel viejo amigo se habrían hecho extrañamente recurrentes, refiriéndose a su anterior episodio —en casa de sus parientes— y, después también cuando echaba un camarón. Esta vez en su oficina.
“…Sí, sí, allí mismo —dijo—; sentado en mi silla de escritorio con las botas sobre el mismo y, la luz apagada. Adormitando en la diaria siesta que acostumbro hacer en medio de la jornada, en mi propio bufete aquí mismo —el de Maracay, porque también tenía otro en Valencia—; mientras escuchaba a lo lejos recordando la ciudad luz en compañía de él, el persistente tableteo de las ruedas del tren sobre la vía.
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Extracto del libro Las Evasiones de Hilario Coba, de Mario Celis Cobeña