Hoy te haremos entrega, para variar, de una selección de los peores chistes que nunca te hayas imaginado, con el objetivo de que los sinsabores producidos por la cuarentena, si acaso los has tenido, te hagan un poco más feliz.
El del intermitente. – Niño, sal del coche y mira si funciona el intermitente.
– Ahora sí, ahora no, ahora sí, ahora no, ahora sí, ahora no…
El de los gentilicios. – Oye, ¿sabes cómo se llaman los habitantes de San Juan de los Morros?
– Coño, no todos, algunos no más.
El de las fresas. – ¿Dónde vas, Antonio?
– A buscar estiércol para las fresas.
– ¿Pero por qué no te las comes con nata, como todo el mundo?
Uno de médicos. – Doctor, tengo todo el cuerpo cubierto de pelo. ¿Qué padezco?
– Padece uzté un ozito.
El del bus. – Buenas, ¿cuánto cuesta el bus?
Cinco mil bolívares.
– ¡Pues que se bajen todos, que me lo quedo!
El del abuelo. – Mamá, el abuelo está malo.
– Pues apártalo y cómete solo las patatas.
El del despistado. – Mamá, en el colegio me llaman despistado.
– Niño, que ésta no es tu casa.
El del tiempo. – ¿Cuánto cuesta alquilar un coche?
– Depende del tiempo.
– Bien, pongamos que llueve.
El del mago. ¿Cómo queda un mago después de comer?
– ¡Magordito!
El de la pregunta tonta. Un paciente entra en una consulta.
– ¿Qué es lo que le ha traído por aquí? – le pregunta el médico.
– Una ambulancia, ¿por qué?
Otro de médicos. –Parece que su tos está mejor.
– Sí, estuve practicando toda la noche.
El del filete. – ¡Camarero! Este filete tiene muchos nervios.
– Normal míster, es la primera vez que se lo van a comen.
El del pan. – Deme dos barras de pan, por favor. Y si tiene huevos, dos docenas.
Y le dio VEINTICUATRO BARRAS DE PAN.
El del paraguayo. -Hola, soy paraguayo y quiero pedirle la mano de su hija para casarme con ella.
– ¿Para qué?
– Paraguayo.
El del techo. – ¿Qué le dice un techo a otro?
– Techo de menos.
El del ordenador – Abuelo, ¿por qué estás delante del ordenador con los ojos cerrados?
– Es que Windows me ha dicho que cierre las pestañas.
El del pez. – ¿Qué es un pez en un cine?
– Un mero espectador
Ñapita. – ¿Por qué se suicidó el libro de matemáticas?
– Porque tenía muchos problemas.
Politólogo Alex Vásquez Portilla