Un acontecimiento político internacional afectó de manera sensible a la oposición, específicamente la que lidera el impostor, el que se autoproclamó de manera jocosa y ridícula como presidente de Venezuela.
El autoproclamado no ha asimilado y no puede admitir que el chavismo obtuvo una victoria resonante y contundente en el escenario internacional, sobre todo en las relaciones exteriores y la diplomacia.
No cabe duda que estos han sido días duros para el escualidismo y sobre todo para el mini sector de Guaidog. Una cosa es que acá dentro, en la cotidianidad doméstica, sus líderes más prominentes vayan cosechando derrotas y desaprovechando oportunidades, y otra muy distinta es que les metan nocaut fulminante en el escenario en el que ellos creían tener la sartén en sus manos.
Ver a su odiado y, sobre todo, menospreciado Nicolás Maduro, moverse con gran destreza y habilidad en la cumbre llamada COP 27, en Egipto, hacer contacto personal, y estrechar manos y dialogar amablemente con presidentes de países a los que esa oposición considera con autoridad para mandar en el mundo, es más de lo que pueden soportar al menos sin tener explosiones de arrecheras y rabietas.
Bueno es recordar lo siguiente: Si tener a Chávez como jefe de Estado y líder internacional ya era una pesada carga para la oposición, su indignación llegó al síncope cuando el comandante nombró canciller a Nicolás Maduro. Allí sí es verdad que se desataron todos los demonios porque, según decían los ofendidos, al menos Chávez era licenciado en Ciencias y Artes Militares y había hecho “unos cursos ahí” para llegar a ser teniente coronel, pero Maduro venía de ser sindicalista y un autobusero.
Vale la pena recordar también a un integrante de la élite diplomática en tiempos de adecos y copeyanos que escribía artículos en los que utilizaba la pretendida ironía de referirse al ministro de Relaciones Exteriores como “el conductor de la Cancillería”, haciendo ver que, en el tiempo pasado, Maduro solo hubiese entrado a la Casa Amarilla, por el lado del estacionamiento, como chofer de alguna excelentísima eminencia.
A la hora de realizar un análisis desprovisto de esos arranques discriminatorios y academicistas, habrá que concluir que, en la larga etapa de Nicolás Maduro como canciller, Venezuela alcanzó varios de los mayores logros de política exterior del período democrático, entre ellos la formación de la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Eso es mucho más de lo que pueden exhibir ciertos cancilleres de la cuarta República.
Y esa gestión como canciller de Hugo Chávez le dejó a Maduro algo que no se vio en el momento, pero que ahora se ha revelado como, tal vez, lo más importante: hizo de él un diplomático realmente curtido, pese a no haber estado nunca ni siquiera cerca de entrar a una escuela de Relaciones Internacionales.
Por supuesto que enfrentarse a ese hecho es también un motivo de ruptura del antichavista rabioso con su profunda convicción de que Maduro es bruto, ignorante y torpe. Porque, vamos ver: ¿podría alguien con tal déficit de inteligencia, conocimiento y habilidad ir a un encuentro y “montarles emboscadas” (así lo presentaron los aporreados medios globales, también en onda de llantina) al presidente de Francia, Emmanuel Macron; al primer ministro de Portugal, António Costa, o al exsecretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry.
Volviendo a las razones (o a las sinrazones) de estos berrinches escuálidos por las exitosas e impactantes jugadas del gobierno constitucional en la esfera geopolítica, debemos señalar que para buena parte de la oposición partidista y mediática lo internacional era una arena conquistada irreversiblemente, en la que el chavismo nunca podría poner un pie.
Esta pretensión se había alimentado de la agresión puesta en marcha por el afroblanqueado Barack Obama de declarar al país amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de Estados Unidos, seguida luego por todas las agresiones criminales del supremacista blanco Donald Trump y su patota, impulsores de la estratagema del gobierno interino, que incluyó la creación del ya difunto Grupo de Lima, un ejemplo ilustre del tipo de diplomacia oligárquica que el escualidismo admira y echa de menos.
No obstante, el mundo siguió girando, los fantoches de Lima fueron perdiendo, uno a uno, sus cabezas; Trump quedó fuera, derrotado por un viejito que se le van los tiempos; Estados Unidos está a punto de perder su hegemonía, y en el trance se lleva en los cachos a una sumisa Europa. Y en ese contexto, retorna el excanciller de Chávez, como pez en el agua turbulenta de una cita multilateral. ¡Qué arrechera, caballero!
Politólogo Alex Vásquez Portilla, especial para El Tubazo Digital