San Juan de los Morros.- La Muerte del Rucio Moro es un canto magistral a la naturaleza y una extraordinaria descripción de la inmensidad del llano. Esta letra es un lamento por la pérdida del caballo, compañero de las aventuras y desventuras del llanero. Se observa en esta canción una abundante descripción de los hechos que rodean la muerte de este animal cuando se afirma que “…lo hallaron en el potrero con la nuca reventada, parece que una centella le dio una vuelta e´ campana…”. Quiere indicar esto que en un primer momento el autor no está seguro de cómo ocurrió la tragedia porque el verbo parecer indica un supuesto mas no un hecho cierto.
Reynaldo Armas hace uso además de la connotación lingüística al comparar su tristeza con el luto que lo embarga en la siguiente expresión: “…quien se iba a imaginar que a mi caballito algo malo le aguardaba, para quitarle la vida dejando mi alma enlutada…”. La descripción prosigue con el mal presagio que sintió al ver la caballeriza un poquito solitaria, y es en ese momento cuando se dirige al lugar de la tragedia donde corrobora personalmente que el Rucio Moro había sido alcanzado por una centella “…llegué al lugar donde estaba mi caballo, vi los impactos de un rayo en medio de cuatro palmas…”. Las palmeras vienen a ser un indicativo de que el ambiente geográfico se sitúa en el llano.
Se evidencia en esta canción un evidente proceso de humanización al atribuirle a la potra zaina destellos de preocupación por la muerte del caballo “…más a la orilla del río con otras bestias pastaba la potra zaina, dando vuelta y relinchando bastante desesperada…”. Otro aspecto bien significativo en esta letra es el buen uso del lenguaje formal “…cuando fui a cerrar sus ojos le brotaron sendas lágrimas…”. En este caso el adjetivo plural sendas es usado de manera correcta y significa una para cada cual; es decir, una lágrima en cada ojo”. Frecuente este adjetivo se usa equivocadamente al considerársele como sinónimo de inmenso, grande o descomunal, por lo tanto sendas lágrimas no significa en ningún momento inmensas, grandes o descomunales lágrimas.
Continúa el proceso de humanización cuando se le da facultad reflexiva a una garza blanca que observaba en la cañada, así como a un carrao que cantó en una punta de mata y a una triste paraulata que enmudeció la sabana con su nostálgico trinar. La melancolía también hace estragos en el ánimo del autor cuando observa en la arena del río las huellas del caballo que acaba de morir, y como elemento característico de la poesía romántica considera que el culpable del infortunio es el destino “…la soga de mi cariño apareció reventada por unos cuantos tirones del destino en su jugada…”.
La nostalgia se hace más notoria en el extracto donde el hombre se despide de su compañero de andanzas ya fallecido “…adiós amigo me brotó del corazón, sentí gran desolación cuando le daba la espalda…”. Es el último adiós al amigo. Sólo quedaba esperar que el tiempo redimiera las heridas. Es impresionante también, la cantidad de elementos literarios ligados a la naturaleza que se observan en esta obra poética “…cayó la tarde desensillando arreboles, cuantas lunas cuantos soles presagiaron mi nostalgia…”. En este caso la luna y el sol fungen como observadores de una tragedia que marca la vida del hombre-poeta: La Muerte del Rucio Moro.
Una vez más se evidencia la implacable presencia del destino y la humanización en la siguiente exclamación: “…caballo rucio te saliste del corral, convertido en vendaval volaste la puerta e´ tranca, jamás pensaste que te acechaba la muerte, culpable tu mala suerte que te condujo a la trampa…” La silla y el bozal también sufren un proceso de humanización cuando se preguntan con dolor “…por qué el destino traidor no cambiaría su morada…” a lo que la talanquera y la manga de coleo se suman a este diálogo imaginario del poeta. La Muerte del Rucio Moro desata toda la inspiración del hombre-poeta que con tristeza asume que su caballo fue enmarañado por las trampas del destino y que, sólo en su recuerdo y en las alas de la inspiración, vivirá eternamente.
Autor Ramón Figuera