Ramón Hernández / Panquecas sin harina ni huevos

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Caracas.- En alguna parte, no en el Diario Vea, ni en Últimas Noticias, mucho menos en el panfleto gratuito de nombre Caracas o en Venezolana de Televisión y demás medios que integran la red de verdades oficiales, me enteré de los ecocidios intensivos y extensivos que perpetran empresas mineras y gambusinos solitarios en los estados Bolívar, Amazonas, Delta Amacuro y sus vecindades.

Hasta cerca del Salto Ángel, la maravilla natural que tanto enorgullece a los venezolanos, han instalado campamentos para acometer la búsqueda de coltán, oro, diamantes o cualquier otro mineral precioso, metal o no, que cumpla con el esquema capitalista de dar ganancias que dupliquen al infinito la inversión, sin importar el impacto ambiental ni los daños al patrimonio nacional.

En toda la inmensa zona que abarca el denominado “arco minero” la actividad es efervescente. Todos los días llegan equipos, mangueras, bombas de agua, rastrillos, tiendas de campaña, cavas, cajas de whisky, caviar, perniles y muchas bateas de lavar oro. Obvio, como las minas son a cielo abierto, no se excavan túneles sino que van diluyendo el terreno con chorrerones de agua a alta presión y después con la bandeja se van apartando meticulosamente las pepitas amarillas. También se utiliza mercurio, otra técnica. Los dos procedimientos son mortales para el ambiente y los pobladores. La gran ventaja para el gobierno y sus funcionarios es que es una manera rápida de obtener dinero, de acumular capital, esa actividad que tanto demonizan en los manuales social-marxistas.

Un gran contraste. Mientras en las grandes y medianas ciudades, en los pequeños caseríos y pueblos de paso todos los días son iguales y no hay días “hábiles”, que es lo mismo un domingo que un martes, y, como escribió Gaby, el único propósito de cada quien es llegar vivos a casa y con algo que comer para la familia, la velocidad con la que se destruye la Gran Sabana y se contaminan los ríos casi supera la estadounidense para crear trabajos, empleos productivos. Solo en diciembre el número llegó a 140.000, pese a los mensajes desestabilizadores de Donald Trump por Twitter.

El mandón venezolano habla tres o cuatro horas diarias por cadena de radio y televisión, todavía no ha igualado el récord de su predecesor de no orinar en nueve horas y media, pero a pesar de los motores y motorcitos, de la enorme cantidad de fábricas, comercios y hasta kioscos de chucherías que han cerrado, no ha creado un solo empleo nuevo, duradero, sustentable, porque la “chamba juvenil” es un plan de becas sin pedir nada a cambio, ni notas ni aprendizaje, solo tener carnet de la patria, ese QR en el cual se transmutó el video de doble vía del Gran Hermano de 1984, la distopía de George Orwell, sin alardes literarios.

Pareciera que en los próximos meses la alternativa será morirse de hambre o ir a buscar oro o lo que sea, olvídese de los perniles, el combo de Navidad y el regalo de Reyes. Pero tampoco se ilusione. No es fácil ni barato. La poncherita para separar la arena del oro, y colar, le puede costar hasta 3 millones de bolívares; la balanza digital de joyero, 30 millones; agregue el triple en mangueras, bomba de agua, armamento, provisiones, cobija, chinchorro y ron, para nombrar lo más importante, aunque queda por sumar transporte y coimas a los guardias nacionales y demás pranes; todo eso no lo puede costear con sus prestaciones ni el ejecutivo mejor pagado de una transnacional que todavía cobre en bolívares.

Insisto, lo más seguro que se asoma en el horizonte es hambre pareja y más blablablá. No hace mucho tiempo decían que era muy exagerado remontarse a las hambrunas de Ucrania, de Corea del Norte, Camboya y China, que Venezuela tenía las mayores reservas de petróleo del mundo y nadie moriría de hambre. ¿Cuántos niños van? Mi amigo el emprendedor dice que será multimillonario si lograr convencer a los gourmets de que nada es más delicioso que una hamburguesa de petróleo crudo, un perro caliente con salsa de asfalto o una reina pepiada topless: sin mayonesa, sin pollo ni aguacate. Vendo utopía socialista y regalo la travesura de la razón de Hegel.

El Nacional

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