Ya habían transcurrido varias horas y Gumersindo y su hijo Coporo, permanecían al frente de la casa de Los Torres, esperando una oportunidad para hablar con el hijo de Elauteria.
Doña Elauteria era una mujer de apariencia indígena, baja estatura, pelo largo y liso, piel canela, manos callosas y ásperas por el duro trabajo, de ojos negros y mirada triste. Desde muy pequeña trabajaba en el oficio de ordeñar vacas, cargar leña para cocinar con el fogón y traer el agua de la laguna en pipotes.
Disfrutaba de sus días de infancia en el campo, le gustaba el amanecer con la brisa húmeda y el cantar de los pájaros, el bramar de la vacas, ayudar a su mama Pancha a ordeñar y preparar la comida, peleaba con otros niños para limpiar el patio y recoger la basura para quemarla.
Un buen día, Pancha, la mujer que la había criado y que Elauteria la llamaba mama, salió preñada del dueño del hato y por pena y miedo a la señora del hato tuvo que marcharse a probar suerte en otro hato de las cercanías de Las Mercedes. La niña Elauteria continuo creciendo en ese ambiente de trabajo de campo, cuando cumplió los 15 años ya mostraba un bello y atractivo cuerpo que no se exteriorizaba por lo descuidado de su vestimenta.
Su mama pancha le cosía los vestidos largos y anchos y le acomodaba los pantalones usados que la señora Rosa siempre le regalaba. La atractiva muchacha no pasaba desapercibida ante la vista de los peones y de los hijos de Don Manuel.
Su mama Pancha sabía el riesgo que corría la joven y la mayor parte del tiempo la sobreprotegía vigilándola y no dejándola sola. En épocas de vacaciones los hijos de Don Manuel se mudaban para el hato a aprender faenas del campo. Les gustaba montar a caballo practicaban el coleo con los peones y enlazado del ganado.
No perdían de vista a la Joven Elauteria y cuando tenían oportunidad le lanzaban piropos y algunas veces le hacían proposiciones indeseosas. Eran tres adolescentes muy bien parecidos Luis, Alberto y Miguel. Les gustaba andar con los peones porque estos le enseñaban cosas nuevas y los complacían en algunas necesidades propias de la edad, como amarrarles las burras salvajes para que satisficieran su deseo sexual.
Al poco tiempo eran expertos enlazando burras y amarrándolas a la pata de los árboles. Cuando no conseguían burras se conformaban con las yeguas y como último recursos con las becerras..
La joven Elauteria acostumbraba bañarse en la orilla de la laguna con la vigilancia y protección de Doña Pancha. En una emergencia por enfermedad de Doña Rosa, Don Manuel le pidió a Pancha el favor que lo acompañara al hospital del pueblo ya que su esposa tenia vómitos, mareos y él no podía atenderla en el camino porque tenía que manejar. A Pancha no le gustó la idea de dejar a Elauteria sola pero había que preparar la comida a los peones y a los hijos de Don Manuel. Antes de salir para el pueblo, le preparó las arepas y se la colocó en el budare, le preparó el aliño para los frijoles y agarró un pedazo de carne de venado y lo esmechó para acompañarlo con una olla de arroz que dejó montada en la hornilla. La muchacha realizó todo como le explicó mama Pancha y sirvió la comida a la hora y todos los comensales quedaron fascinados. Los hijos de Don Manuel no dejaban de verla de pies a cabeza como queriendo quitarle el vestido.
Las cosas se complicaron en el pueblo y Doña Pancha no pudo regresar en el tiempo previsto. Elauteria se sentía sola y nerviosa y cada rato se asomaba a la ventana para ver si la camioneta de Don Miguel aparecía. El día fue muy ajetreado y la muchacha se encontraba molesta por el calor que la había hecho sudar mientras cocinaba. Esperó refrescarse y al atardecer en vista de que mama Pancha no llegaba agarró un pedazo de toalla y el jabón y aprovechó que los hijos de Don Manuel andaban practicando coleo y se llegó hasta la laguna para refrescarse. Se quitó las alpargatas y metió los pies en el agua, vio para todos los lados y no veía a nadie, sin embargo el miedo no la dejaba tranquila y empezó a dudar si bañarse con la ropa o desnuda como siempre lo hacía con mama Pancha. Se acordó que no tenia ropa seca limpia y sin pensarlo dos veces, se quitó el vestido lo colocó en la arena seca para no mojarlo y se quedó en pantaletas, todavía no usaba sostén y sus senos erguidos por el frío del agua aumentaban su tamaño al roce de la brisa. De repente sintió un ruido cerca de los matorrales y se puso tan nerviosa que no hallaba qué hacer si quedarse dentro del agua o salir corriendo a pedir auxilio. No tuvo tiempo de moverse y se quedó muda e inmóvil viendo como uno de los hijos de Don Manuel le agarraba el vestido y el otro se le acercaba en forma amenazante.
Miguel, que era el más atrevido la agarró por la cintura y la obligó a tener relaciones en contra de su voluntad. Su hermano Luis observaba y esperaba su turno, Elauteria en medio de sollozos le pedía por piedad que la dejaran ir; pero los jóvenes convertidos en fieras humanas solo buscaban su satisfacción sexual.
La joven sentía asco y un gran desgarramiento interno. Miguel le tiró el vestido al agua y los dos salieron corriendo hasta perderse de vista por los matorrales. Elauteria permanecía sollozando en la orilla de la laguna tiritando de frío, desconsolada y sin saber qué hacer. Como pudo se levantó adolorida, recogió el vestido mojado y se vistió, anduvo sin rumbo fijo por un camino solitario y sombrío porque no quería verle la cara a los animales que la maltrataron. La avanzada oscuridad aumentaba y ya no sentía miedo, sino odio, rabia, muchos deseos de venganza, continuó caminando cabizbajo como una sonámbula hasta que oyó el ruido de un vehículo, que al verla en esas condiciones se detuvieron y le preguntaron:
- ¿Qué te pasa, para dónde vas?, Elaueria no respondía y permanecía temerosa y muda.
El señor Torres que era el conductor del vehículo le dijo a su esposa,
Vámonos no vaya a ser que por hacer un favor nos metamos en problemas
Pero los buenos sentimientos de la señora Amelia convencieron al señor Torres a dar tiempo de que su esposa conversara con la joven. Doña Amelia se bajó de la camioneta y empezó a acariciar la cabellera mojada de la muchacha.
- ¿Vamos mijita dime qué te pasa? ¿quién eres? ¿para dónde vas a estas horas de la noche? ¿Por qué no te vienes con nosotros y nos cuentas que fue lo que te pasó? Vamos a mi casa para que te cambies esa ropa mojada y te tomes un guarapo caliente para que se te quite el frío.
Desde ese momento se encargó de cuidar a la joven Elauteria hasta que dio a luz un hermoso muchacho producto de la violación en aquella laguna maldita.
Saúl Sivira / Poeta de Las Mercedes del Llano
SAÚL SIVIRA /»EL DELIRIO DE UN POLÍTICO» CAPÍTULO I
SAÚL SIVIRA /»EL DELIRIO DE UN POLÍTICO» CAPÍTULO II