SAÚL SIVIRA / El Delirio de un Político Capítulo V

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Una semana después del disgusto de la señora Flor por la irresponsabilidad de Gumersindo de emborracharse y no atender las faenas del ordeño y a sus clientes, todo era trabajo y paz en el rancho.

Cada tarde de regreso del conuco, Gumersindo acostumbraba a reposar un buen rato en su cómodo chinchorro de moriche. Apoyaba el pie derecho en el suelo y tomaba impulso para empezar a mecerse y refrescarse un poco del sofocante calor del día. Doña Flor le tenía preparado un pocillo con guayoyo, que Don Gume acostumbraba a tomar antes de irse al conuco para asegurarse de que los bachacos y los gusanos no le estaban dañando la siembra de maíz, frijol y patilla.

Su hijo menor, el sute, le buscaba el garabato, el machete, la escardilla, y una vez que se paraba del chinchorro, se calzaba las alpargatas y le pegaba un grito a su mujer

___ Mira vieja pásame la masca é chimó páespantá a las culebras y a los malos espíritus, aquí en el bolsillo todavía me queda un poco de tabaco en rama.

___ Apúrate Coporo y agarra la linterna por si se nos hace de noche.

Tomaba el camino hacia el conuco con el paso apurao y escupiendo delante del camino con mucha frecuencia. El espectacular atardecer llanero lo recargaba de energías positivas y de vez en cuando comenzaba a silbar un sabroso zumba que zumba que solamente interrumpía cuando la masca de chimó lo obligaba a soltar otro; salivazo.

Mientras caminaba iba cortando algunos pequeños arbustos a ambos lados del camino, tomaba escardilla y empezaba a limpiar la maleza alrededor de las matas de frijol, revisaba las patillas y deshojaba una mazorca de maíz para verificar el tamaño del grano.

___ Todavía nos falta unos aguaceros para que estas mazorcas de maíz estén listas para cosecharlas, dijo en voz alta Gumersindo, recogemos un lote para las cachapas, otro lote lo dejamos secar para pilar maíz para las arepas, otro para los cochinos y las hojas las mezclamos con la maleza para alimento del ganado.

Cuando llegaba a la siembra de patilla, le daba una patada al monte en señal de molestia y pronunciaba en alta voz:

___ Otra vez estos animales salvajes me han malogrado la cosecha de las primeras patillas, voy a tener que venderlos o sacrificarlos. Al vecino Don Gregorio los ladrones no le dejan que las patillas crezcan y también le roban las mazorcas. Ojalá les de una cagueta pa´que aprendan a respetá lo ajeno. Un día de estos les voy a montá una vela de noche para caerles a plomo limpio y quebrarles las patas si hace falta, o se les hace una llaga con balas de salmuera. Uno se cansa de denuncialos a la prefectura del pueblo y nadie se preocupa por atraparlos.

Ya entrada la noche, regresaba cansado al rancho y se sentaba sobre un troncón de madera que utilizaba como asiento y comenzaba a conversar con su mujer, que caminaba de un lado a otro aliñando los frijoles, volteando las arepas, lavando los platos, regañando a los muchachos que jugaban en el corral del ganado y espantaban a las gallinas y a los cochinos, de vez en cuando tomaba la escoba de brusca y recogía la basura del patio. En ese corre corre se mantenía hasta que la comida estaba lista y empezaba a servir. Doña Flor se paraba frente a Don Gume y le preguntaba:

__ ¿Es que usted no se va a bañar antes de comer?

__ No mi vieja, usted no me ve que estoy muy asoliao, tuve que recoge y amontoná varios trozos de ramas secas y las quemé para liberar espacio para                                                                                                                                                                                                             amontonar el maíz que cosechamos. No se preocupe que mañana tempranito me llego a la laguna y me doy un zambullón.

Doña Flor pegó un grito con mucha energía para llamar a sus hijos, que continuaban jugando al escondío:

__ ¡ A comeer… aaa COOOMEEEERR..!!!que la comida se enfría.

Era costumbre de la pequeña familia el sentarse juntos en la mesa para compartir ese momento sagrado. Así se lo había enseñado su padre, Don Esteban.

Sentados en la pequeña mesa de madera, se podrían contar cinco personas: Don Gume. Doña Flor, Coporo. El Mono y El Sute. Era costumbre de la familia el no hablar mientras se comía, pero Don Gume no aguantó y rompió las reglas:.

__Mire vieja, la verdad es que ésta comida si está sabrosa. Me atrevo a apostar que por aquí por estos lares, no hay cocinera que prepare paloapique más sabroso que el suyo. Écheme otro cucharón de frijol y me le raya un poco de queso duro del que apartamos de la quesera la semana pasada.

Doña Flor le sirvió el sabroso paloapique y le trajo otra arepa recién sacada del budare, agarró un poco de café molido y montó el agua, coló el café y tomó un pedazo de panela para endulzarlo. Le sirvió una taza de guayoyo bien caliente y estuvieron conversando a la luz clara de la luna, doña Flor se paró de la silla y comenzó a lavar los platos y ordenar la cocina. Guardó la comida sobrante y la tapó en una olla para el desayuno criollomañana en la mañana.

Gumersindo se había quedado dormido recostado en una silla de cuero. El día había sido largo y agotador. Doña Flor al verlo roncando en esa incómoda posición dijo:

            __Ahora si me acomode yo a mi edad tener que cargar con viejo baboso y limpio.

            Doña Flor se dirigió al pequeño cuarto y observó que los tres muchachos estaban dormidos cansados de tanto jugar. Le dio una vuelta al rancho, se aseguró que todo estaba normal. Los perros no dejaban de ladrar, agarró un pedazo de carne seca que tenía colgada de una cuerda y les tiró un pedazo a cada uno y al cabo de unos minutos se quedaron en silencio. Apagó la vela que se mantenía encendida en la cocina y se sentó en su cama a rezar. Rezó el Credo, un Padre Nuestro y tres Ave Marías, le pidió al Señor que le diera mucha salud, fundamento a sus hijos, que su viejo dejara la tomadera de aguardiente, que volviera a llover para que la siembra no se perdiera por falta de agua como en otros duros años.

            Doña Flor se quedó dormida producto del cansancio y no se dio cuenta cuando su marido se pasó para el chinchorro que estaba colgado en la pequeña sala del rancho.

            Pasada la medianoche se oyó un fuerte ruido, parecido a un golpe seco que despertó a Doña Flor como sobresaltada, tomó los fósforos, encendió la vela y se dirigió a la pequeña sala para ver lo que ocurría. Dió un grito de sorpresa al ver a su marido enrollado en el suelo con el chinchorro.

            __ ¡Bueno viejo!, ¿Es qué no se va a pará y pasarse pá la cama?.

Gumersindo murmuró entre dormido y despierto:

            __¿Qué pasó? Vieja, ¿Qué pasó?

            __¡Gua que va a pasá, que te jartaste tanto que se rompieronlos colgaderos!

            Doña Flor soltó una carcajada..jajajajaja y Don Gume arrugó la cara y recogió el chinchorro sin dejá de sobarse la espalda. Los perros habían comenzado a ladrar nuevamente, quizás al oír las voces dentro  del rancho. Don Gume abrió la puerta trasera y salió al patio a echar un vistazo y observó que todo estaba normal. Se tomó dos vasos de agua bien fría de la tinaja y entró al rancho asegurándose de cerrar bien la puerta. Cuando llegó al pequeño cuarto, se sorprendió que su mujer se estaba fumando un cigarrillo, su marido le dijo estas palabras:

          __Vieja. ¿Es que no piensas dormí en lo que queda de noche?.

            Doña Flor no le respondió, apagó el cigarro, se acomodó la cobija y se puso en una posición que ya Don Gume conocía. Don Gume le hizo el amor a su manera ordinaria, sin muchos besuqueos pero ya la tenía acostumbrada y a ella le gustaba ese comportamiento como un animal.

            Después de abundante sudor y muchos quejidos de su mujer se oyó un profendo suspiro con una sensación de placer y por último un gran silencio. Don Gume se cambió de posición y viendo hacia el techo pensaba: ¡ Ojalá que la vieja no vaya a salí preñada con ésta tiraita! Porque así, si es verdad que la vamos a cagar, criando muchacho y dando tetero después de viejo.

            Gumersindo se quedó dormido y al abrir los ojos vió la claridad que entraba al cuarto y oyó a su mujer cantando de alegría, sin darle importancia a lo ocurrido en la medianoche. Pensó:

       __ ¿Qué le pasa a ésta vieja que ni siquiera me llamó? Sabe que tengo que ordeñá

las vacas para llevar la leche al pueblo y los clientes se van a volver a molestá si les llego tarde.

Agarró una totuma con agua y se lavó la cara. Enseguida se apareció Doña Flor con una taza de café y una gran sonrisa y le dijo suavemente:

__ Tome mí Don pá que siga teniendo esa fuerza de anoche. Parecía que estaba domando una yegua. Don Gume bajó la cabeza y volvió a pensá:

__ Esta vieja lo que está es loca. Ya ni se acuerda que tengo que ir pa´l pueblo.

Coooporooo… Coopoooro… comenzó a pegar gritos Don Gume preocupado por lo avanzado de la mañana.

Su mujer continuaba con la sonrisa en sus labios y le dijo:

__ No te sigas preocupando que yo paré al Coporo bien de madruga, lo ayudé a ordeñá las vacas y preparamos la leche y el queso y se fue bien temprano pal pueblo.

__ ¿Cómo es la vaina vieja? Preguntó sorpendido su marido. ¡ ElCoporo se fue solo pa´l pueblo!

__ ¡ Si mi viejo, así como lo estas oyendo!. Hoy es el día de pago y el tiene que comprá la comida para la semana; como tú estabas muy cansado por el trabajo de ayer no te quise despertápá que recuperaras tus energías que las va a necesitar nuevamente esta noche.

__ ¿Cómo es la vaina? Te estás volviendo loca.

       Doña Flor no le puso atención y siguió tarareando una canción: “…. Carmen la que contaba 16 años. Carmen la más hermosa de la pradera que bella era, que bella era….”. Y cada momento le pasaba por el frente meneando las caderas.”

Saúl Sivira / Escritor guariqueño

SAÚL SIVIRA /»El Delirio de un Político» Capítulo I

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