Caracas.- El 16 de julio de 2003, la cantante cubana Celia Cruz le decía adiós a todo su público. Pero su música siguió y sigue vigente en el mundo de la música, en todos sus admiradores.
Apodada “La reina de la salsa”, cobró popularidad en la década de los años 50 como vocalista de La Sonora Matancera, una de las orquestas más famosas de la Cuba de Batista. El advenimiento de la revolución cubana (1959) forzó su exilio a los Estados Unidos, donde se vinculó a los artistas latinos de Fania All-Stars e inició su carrera en solitario.
A lo largo de más de medio siglo de trayectoria artística, la indiscutible Reina de la Salsa grabó alrededor de setenta álbumes y ochocientas canciones, cosechó veintitrés discos de oro y recibió cinco premios Grammy. Mucho más relevantes, sin embargo, fueron las innumerables giras y conciertos que prodigó por incontables países y que hicieron de ella la embajadora mundial de la música cubana.
Ciertamente, Celia Cruz será siempre recordada por aquellas sensacionales actuaciones en directo en las que desplegaba todo el magnetismo de su voz y de su arrolladora personalidad; conciertos en los que era imposible no bailar y no sentirse contagiado de su inagotable vitalidad y alegría, reseñó el portal Biografía y Vidas.
Celia Caridad Cruz Alfonso nació en el barrio de Santos Suárez de La Habana el 21 de octubre de 1924, si bien algunas fuentes señalan su nacimiento cuatro años antes, y otras en 1925, datos todos ellos de difícil comprobación dada la persistente negativa de la estrella a confesar su edad.
Segunda hija de un fogonero de los ferrocarriles, Simón Cruz, y de la ama de casa Catalina Alfonso, Celia Cruz compartió su infancia con sus tres hermanos (Dolores, Gladys y Barbarito) y once primos, y sus quehaceres incluían arrullar con canciones de cuna a los más pequeños; así empezó a cantar.
«¡Azúcar!» era su potente grito infeccioso, la contraseña de apertura y cierre de sus conciertos y la clave para hacerse entender en todo el mundo. Difícilmente alguien ha bailado más y ha hecho bailar más que esta cubana de sonrisa vivaz y persistente que conquistó adeptos de todas las latitudes a lo largo de más de cincuenta años de triunfante trayectoria.
Cantante de guarachas, danzones, sones y rumbas en sus comienzos, Celia Cruz siempre estuvo abierta a nuevas experiencias que la llevaron a abordar otros ritmos y a unirse a proyectos en principio arriesgados para una artista consagrada.
De este modo, no solamente se erigió en la imagen distintiva de la salsa con orquestas como las de Tito Puente, Willie Colón, Ray Barretto o Johnny Pacheco, sino que también llegó a cantar incluso rock o tango, y a unir su poderosa voz a la de intérpretes tan dispares como el británico David Byrne, el rumbero gitano Azuquita, el grupo argentino Los Fabulosos Cadillacs, los españoles Jarabe de Palo y el rapero haitiano Wyclef Jean, además de improvisar duetos con sus amigas Lola Flores y Gloria Estefan, con damas del soul como las estadounidenses Dionne Warwick o Patti LaBelle, y con el rey de la canción ranchera, el mexicano Vicente Fernández.
Enfundada en sus fastuosos y extravagantes vestidos, tocada con pelucas imposibles y encaramada sobre esos zapatos únicos de alto tacón inexistente, Celia Cruz conservó hasta el último momento una vitalidad insólita. Feliz con su flamante Grammy al mejor álbum de salsa por La negra tiene tumbao (2001), en el verano de 2002 celebró el cuadragésimo aniversario de su boda con Pedro Knight con una fiesta que le organizó la cantante Lolita Flores en Madrid.
En noviembre, durante un concierto en el Hipódromo de las Américas de la capital mexicana, empezó a perder el control del habla. Al regresar a Estados Unidos se sometió a la extirpación de un tumor cerebral; desgraciadamente, la enfermedad no tenía remedio.
Con el ruego expreso de que no se viera en ello una despedida, el 13 de marzo de 2003 apareció por última vez en público en el homenaje que la comunidad latina le tributó en el teatro Jackie Gleason de Miami. Por esos días, entre febrero y marzo, grabó un último disco que no llegaría a ver editado: Regalo del alma.
Se sentía optimista y con fuerzas, pero su dolencia pudo más que su portentosa energía: el 16 de julio de 2003 falleció en su casa en Fort Lee (Nueva Jersey), a los setenta y ocho años de edad. Miles de compatriotas desfilaron ante sus restos primero en Miami y luego en Nueva York, donde recibió sepultura.
También los cubanos de la isla, pese a la prohibición oficial que había pesado sobre su música durante más de cuarenta años, lamentaron la desaparición de la más grande embajadora musical de Cuba.
Pocos días después de su fallecimiento fue homenajeada por sus compañeros de profesión en la gala de entrega de los Grammy latinos.
Fuente
Con información de Agencias