Caracas.- Luis Miguel Vence de 45 años, es un caraqueño que vivió toda su infancia y adolescencia en la avenida Rómulo Gallegos; estudió en el colegio San Agustín de El Marqués; ganó las olimpíadas matemáticas del Cenamec (Centro Nacional para el Mejoramiento de la Enseñanza de las Ciencias) y tiene un cuadro de El Ávila en su casa. Es también uno de los jefes de grupo que se alzó con el premio Nobel de Medicina 2018.
“Recibimos la noticia con mucha alegría -asegura telefónicamente desde Houston, Texas, en Estados Unidos, el lugar que ha sido su casa por los últimos doce años- . Hubo algunos de mis compañeros que brindaron, pero yo no tomo (bebidas alcohólicas). El premio es muy grande, un reconocimiento a nuestro trabajo. Eso significa que hay muchas personas beneficiándose de la inmunoterapia.“, asegura todavía emocionado y sin dejar de repetir que es su jefe, James Allison, quien en realidad obtuvo el galardón.
Pero la realidad es que Vence es el coordinador de uno de los cuatro grupos que a su vez supervisa Allison. El venezolano tiene un equipo de 20 personas que trabajan día y noche para ganarle la batalla al cáncer y más de una vez lo han logrado.
“Hay cuatro directores; yo me enfoco en el estudio de los tumores sólidos; hay un patólogo que estudia los exámenes patológicos; un especialista que estudia tumores líquidos y el último que trabaja en otros tipo de cáncer“, explica con la paciencia y la simpleza de quien realmente sabe sobre su materia.
“El sistema inmune está entrenado para atacar lo que no es parte de él (por ejemplo, infecciones que vienen de fuera); el problema es que el cáncer sí es parte del cuerpo humano. El cáncer muta, son células que proliferan rápidamente y por diferentes razones se vuelven en contra de la persona que lo alberga”.
La genialidad de la aproximación de Allison y su equipo es que la cura no la buscaron en el cáncer directamente, sino que ampliaron su mirada hacia el sistema inmunológico. Y ¡bingo!.
La respuesta la encontraron en las moléculas bautizadas como CTLA-4 y PD-1. Ambas actúan como “frenos” que impiden que los linfocitos T -una especie de soldados defensores- combatan a las células cancerosas, porque las reconocen como propias. Pero, al eliminar esa barrera, los “soldados” tienen luz verde para atacar al enemigo. En este caso, los tumores.
Claro, que cuando el sistema ataca al mismo cuerpo se producen las enfermedades autoinmunes, como colitis, diabetes y artritis reumatoide. Pero para contrarrestar ese efecto se utilizan esteroides que contienen los efectos secundarios.
“Este es un proceso científico que empieza con estudios animales y después pasa al ser humano. Se hacen los ensayos clínicos. Pero ya esta terapia le ha salvado la vida a mucha gente”, asegura Vence, quien toda su vida ha tenido que batallar en contra de la enfermedad… personalmente.
“La razón por la que me dediqué a esto es por los problemas de salud de mi familia. Mi papá murió en 1990 y mi hermano en 1996 por problemas renales. Mi prima me donó un riñón y hace dos meses me trasplantaron. Sí, ya estoy bien”. Apenas se reincorporó a la oficina hace tres semanas. Y entonces, ocurre esto.
Su vida ha estado marcada por los estudios. “Yo viví en Caracas hasta los 17 años. Obtuve buenas calificaciones y después que me gradué, fui a Israel por un mes, representando a Venezuela porque quedé de tercero en las olimpíadas matemáticas del Cenamec. Después de eso me regresé y con una beca Gran Mariscal Ayacucho -en 1990- me fui a estudiar a Francia. Al llegar aprendí el idioma durante un año en Montpellier y luego me fui a Estrasburgo por cinco años. Posteriormente estuve en Harvard e hice un postdoctorado en Dallas y después, y finalmente, me contrataron en el MD Anderson Cancer Center, en Dallas”. Allí permanece hasta hoy.
Fuente
Con información de Efecto Cocuyo