Soy de los que cree, así se piense lo contrario de mí, que la actitud lo cambia todo: puede hacer del cielo un infierno y del infierno un cielo. No recuerdo cuál filósofo dijo que el gran descubrimiento del siglo XX lo fue el poder de la actitud. Lo creo y lo predico desde el púlpito. Muy cierto aquello de “dos presos ven hacia afuera desde los barrotes de la ventana de su prisión: uno ve fango y el otro ve estrellas”
Lo creo siempre y cuando esa actitud tenga su raíz en móviles filosóficos o espirituales correctos. En la antigüedad, los estoicos eran impasible ante el sufrimiento y los cristianos del siglo I, haciéndose eco del mensaje redentor del apóstol Pablo, decían: “He aprendido a contentarme cualquiera sea mi situación.” Ambos eran sinceros en lo que creían. Está muy bien. Como dije, debemos asumir con madurez espiritual y filosófica las contingencias de la vida porque, ¿qué sería de nosotros?
Pero también existe ese otro falso optimismo cuyos móviles no son muy loables y sí bastante mezquinos y falsos en su origen, y es el que tiende a defender solapadamente las posturas políticas de su agrado. Este mal, lamento decirlo, está muy generalizado entre los filósofos y los cristianos católicos y protestantes de todas las épocas, y nuestro propio país no se escapa de él.
Es el optimismo sospechoso e irritante que lleva muchos a decir, ante una calamidad social sin atenuantes como las colas: “¡La gente tiene dinero! Porque si no, un hubiera colas”. O el optimismo incomprensible de más allá, que dice: “No hay crisis: estoy a dieta” Y están los optimista teológicos y apocalípticos que atrapan a muchos en sus redes y quienes, cuando les señalas la crisis como una evidencia irrefutable del quiebre de la revolución, responden sabios y sentenciosos, cual encíclica papal: “Eso está en la Biblia, tenía que suceder” Curiosamente, este último grupo es adepto al gobierno y lo siguen apoyando, a sabiendas de que está en la Biblia lo que ellos afirman está en la Biblia, lo cual es incomprensible y un contrasentido porque, si es así ¿para qué los sigues apoyando entonces? Son los más insidiosos y de cuidado, porque apelan al dogma y a la creencia para llamar a una resignación y calma mortales que les produce satisfacciones políticas y no religiosas. Y lo que es peor: se acercan y le dan la razón al conocido apotegma de Carlos Marx: “La religión es el opio de los pueblos” Cuidado pues y no estén resucitando los viejos males que le dieron la razón con toda razón al marxismo.
No se me entienda mal: en lo relativo a mi fe, sí creo que existen tiempos malos que solo se pueden encarar con una actitud cristiana correcta. Y por otro lado sé muy bien, como todo pastor y predicador, que la lucha final y definitiva de las fuerzas del bien sobre las fuerzas del mal será sobrenatural y apocalíptica. Está en la Biblia y yo lo creo y lo predico. Pero por favor: no manipulemos estas verdades con fines tan terrenales y mezquinos como los políticos.
No me agradan pues en lo absoluto los que cubren sus colores o inclinaciones políticas con un falso optimismo filosófico y espiritual, porque le hacen un flaco y lamentable favor a la genuina filosofía y religión que profesamos sinceramente muchos. Los que sí tenemos filosofías o creencias religiosas los protestamos.
Por más que suene muy razonable y pertinente, -cito por ejemplo- no estoy de acuerdo con aquel cartel de propaganda nazi ideado por un detestable Goebbels que, en medio de una Berlín acosada y arrasada por los bombardeos aliados, proclamaba, en una especie de trampa cazabobos: “¡Nuestros muros están caídos, pero nuestros corazones no!”
Daniel Scott.